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a primera edición inglesa. Abril de 1913
EL LIBRO ROJO
DEL PUTUMAYO
PRECEDIDO DE UNA INTRODUCCIÓN
SOBRE EL VERDADERO ESCÁNDALO
DE LAS ATROCIDADES DEL PUTUMAYO
PUBLICADO EN INGLES POR
N. THOMSON & Co.
27, CANNON STREET, LONDON, E. C.
EDICIÓN ESPAÑOLA DE ARBOLEDA <fi VALENCIA. BOGOl
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EL LIBRO ROJO
DEL PUTUMAYO
PRECEDIDO DE UNA INTRODUCCIÓN
SOBRE EL VERDADERO ESCÁNDALO
DE LAS ATROCIDADES DEL PUTUMAYO
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PUBLICADO EN INGLÉS POR
N. THOMSON & Co.
27, CANNON STREET, LONDON, E. C. O
EDICIÓN ESPAÑOLA DE ARBOLEDA & VALENCIA. BOGOTÁ. 1913
A
D. K.
PREFACIO
Este pequeño volumen sirve de complemento al
Libro Azul publicado en el pasado mes de julio: su
contenido va seriamente encaminado a perseguir los
fines humanitarios que no logró realizar el Libro Azul.
Afirma Sir Roger Casement que la única esperan-
za para los indios que sirven de víctima a los cau-
cheros peruanos en el Putumayo está en la "clausura,"
o mejor dicho, en la suspensión de la producción de
caucho en esas regiones por un período no menor
de dos años. Con esto la industria cauchera podría
establecerse sobre sólidas bases económicas, y se
podría dar tiempo suficiente también a los indígenas
para que emprendieran cultivos que aseguraran su
subsistencia y para que pudieran ponerse bajo la in-
fluencia benéfica de la civilización. "
Llegar a ese fin es el único objeto que se propo-
ne este pequeño libro. Colombia y el Perú se dis-
putan las inmensas regiones del Putumayo. Una y
otra nación han reconocido su neutralidad, mientras
el arbitraje resuelve, definitivamente, sus cuestiones de
límites. No hay probabilidad de que ninguno de los
dos países presente dificultades insuperables para la
solución arbitral de sus antiguos litigios limítrofes.
Mientras se espera la decisión de los arbitros, podría
VI PREFACIO
hacerse efectiva la propuesta "clausura." Sir Edward
Grey ha dicho en la Cámara de los Comunes que la
cuestión de suspender la exportación del caucho de-
bía tenerse muy en cuenta.
La lectura de estas páginas demostrará la priori-
dad de los derechos de Colombia. En ellas se verá
que el territorio de Colombia ha sido usurpado por
el Perú por la fuerza de las armas, y que se han lle-
vado a Iquitos, como prisioneros, muchos de los co-
lonizadores colombianos del Putumayo. Colombia po-
dría indudablemente pedir la introducción de reformas
efectivas como preliminar a una "clausura" de dura-
ción razonable.
Digna de atención es la siguiente recomendación
hecha por Mr. Bryce, Embajador de Inglaterra en
Washington, en carta dirigida a Sir Edward Grey
con fecha 12 de enero de 1912:
"Es mi creencia que este seria el momento de que el Gobierno de S. M.
sugiriera a los Estados Unidos una línea de acción definida, tomada de
acuerdo por los dos Gobiernos, con el fin da asegurar, una vez por
todas, la supresión de las crueldades y de la opresión que por tanto
tiempo han existido en el Putumayo.
"La presión de Inglaterra y de los Estados Unidos sobre el Gobierno
del Perú podría obligarlo no solamente a perfeccionar sus títulos en
esa región, mediante negociaciones con Colombia o mediante el arbi-
traje, sino también a establecer una administración correcta sobre esa
parte de la misma región que pueda declararse peruana."
Fácil es explicar el origen de este pequeño volu-
men. La lectura del Libro Azul me convenció de
que era imposible esperar reformas efectivas del Go-
bierno peruano. Afirmaban esta convicción las res-
PREFACIO vil
puestas dadas a las interpelaciones hechas en la Cá-
mara de los Comunes, así como las declaraciones
presentadas en la investigación general. La contro-
versia que resultó del propósito de enviar una Mi-
sión protestante al Putumayo dio peso mayor a las
conclusiones alcanzadas por mí. En una o dos car-
tas dirigidas por mí, hice ver que el Perú no tenía
derecho legal para ejercer jurisdicción en esa región,
y que, por consiguiente, no tein'a porqué intervenir en
el establecimiento de una Misión protestante. La sim-
ple aseveración de un hecho, sin comprobación de
ninguna clase, no convence a nadie. Vi claramente,
desde el principio, la necesidad de presentar los
hechos comprobados y en su totalidad.
Los datos publicados en el presente volumen no
son, en manera alguna, completos, y han sido reco-
gidos en las fuentes de información existentes en
este país. A ese respecto he sido muy afortunado.
El doctor Vicente Olarte Camacho, autor de un libro
titulado Las crueldades en el Putumayo y en el Ca-
gueta, publicado en Bogotá en 1910, vino a Europa
a fines del aíio pasado. Obtuve de él un ejemplar
de su obra. El doctor Olarte Camacho es autor tam-
bién de otro libro importante titulado Los convenios
con el Perú. En esos libros he encontrado numero-
sos documentos oficiales. De fuentes innumerables
he logrado adquirir grande acopio de datos.
Después de llegar a la decisión de publicar este
volumen, la Comisión Parlamentaria sobre investi-
gación de las atrocidades del Putumayo ha ilustra-
VIII PREFACIO
do considerablemente al público, con referencia a
las condiciones reinantes en el Putumayo en los úl-
timos años. Es cosa probada que los colombianos
sufrían la misma suerte que los indígenas. El Libro
Azul hace apenas referencia a asaltos ocasionales de
los peruanos contra los colombianos: las declara-
ciones de la Comisión Parlamentaria hacen conocer
detalles que se explican ampliamente en estas pá-
ginas, que no tienen, sin embargo, por único objeto
sino hacer público el daño sufrido por los colom-
bianos, de manos peruanas. Este punto de vista-no
puede, en manera alguna, importarme. Mi tesis es
ésta: suspendida la exportación de caucho, las atro-
cidades cesarán automáticamente. El objeto de estas
páginas es el de señalar la manera sencilla, natural
y práctica de efectuar esa suspensión. Ellas van en-
caminadas también a desvanecer la idea errónea de
que el Putumayo es territorio peruano.
N. T.
CONTENIDO
PÁGS.
Prefacio : . v
Mapas: Principales secciones caucheras . xi
Regiones habitadas por las prin-
cipales TRIBUS indígenas . . XIII
Regiones productoras de caucho xv
Introducción . xix
Capítulo.
I. La región del Putumayo ... 1
II. Primera ocupación del Putumayo . 6
III. El diario de un misionero ... 22
IV. Tratamiento de los indios en Colom-
bia 28
V. Tratamiento de los indios en el Perú 34
VI. Los INDIOS DEL PUTUMAYO ... 38
VIL Historia de las atrocidades . . 42
VIII. El informe del Juez Paredes . . 86
IX. Las declaraciones DE Mr. Hardenburg 91
X. Las revelaciones de Mr. Paternóster 97
XI. Revelaciones hechas en el Parla-
mento 101
XII. Derechos de soberanía de Colombia 103
XIII. Neutralidad del Putumayo . .119
XIV. El arbitraje como única solución . 125
Apéndice: Investigaciones de la Comisión
Selecta 131
Principales secciones caucheras.
Regiones habitadas por las principales tribus indígenas.
Regiones productoras de caucho.
INTRODUCCIÓN
Desde la publicación en julio pasado del Libro
Azul británico, se ha arrojado considerable luz sobre
la historia de las atrocidades cometidas en el Putu-
mayo en los últimos años. Débese esto principal-
mente a la investigación de la Comisión Parlamen-
taria que, en los interrogatorios que ha hecho a los
testigos, ha logrado, indirectamente, adquirir nuevos
informes sobre puntos numerosos e importantes. Es
uno de ellos la cuestión internacional: es decir, la
que se refiere a los derechos territoriales de Colom-
bia y del Perú sobre las regiones yacentes al Norte
del Amazonas. Esta cuestión, de importancia capi-
tal, que no puede separarse de investigación com-
prensiva ninguna que se emprenda sobre las atroci-
dades cometidas con los indios del Putumayo, no
ha sido estudiada detalladamente en este país. El
bienestar futuro de las innumerables tribus que ha-
bitan las vastas regiones del Putumayo depende del
arreglo definitivo de los límites entre Colombia y el
Perú. Es pues de esperarse que estas páginas sean
suficientemente completas para hacer aparecer con
claridad los títulos de jurisdicción de una y otra
república sobre el territorio en cuestión. 2
XX INTRODUCCIÓN
Otro punto de grandísima importancia es el que
se refiere a las medidas adoptadas por las autorida-
des peruanas para ganar ascendiente sobre las tribus
que habitan esas regiones y para adquirir soberanía
sobre el territorio y control de una industria que
prometía grandes utilidades financieras, no solamente
para aquellos que actualmente la explotaban, sino
también para el Gobierno del Perú. Es esa la base
de un grave escándalo que envuelve el buen nombre
del Perú y que es tan deshonroso como los que más
lo hayan sido en la historia de las naciones. En su
informe al Foreign Office Sir Roger Casement hizo
definidos cargos criminales contra algunos de los em-
pleados de la Peruvian Amazon Co. La Comisión
nombrada por la Cámara de los Comunes para in-
vestigar las atrocidades del Putumayo averigua si
cae alguna responsabilidad sobre los Directores de
dicha Compañía. No se ha pretendido saber si en
el Gobierno peruano tiene alguna responsabilidad
el asunto. No pretendemos emitir juicio adverso
ninguno; pero no es posible, al estudiar la cuestión
de los límites territoriales de Colombia y el Perú y
al recopilar los resultados de una investigación so-
bre la historia comercial del Putumayo, descuidar o
no tener en cuenta la parte que corresponde, en los
crímenes del Putumayo, a la Administración perua-
na. En otras palabras, el papel activo y el papel cu-
riosamente pasivo representado por el Gobierno pe-
ruano en los acontecimientos del Putumayo, desde
los primeros años de este siglo, constituye un es-
INTRODUCCIÓN xxi
cándalo infinitamente más grande que aquel que de-
riva su origen de la explotación comercial de las re-
giones caucheras por individuos que con ello perse-
guían ganancias puramente personales. Por una parte
tenemos un grupo de aventureros sin escrúpulo que no
vacilaron ante crimen ni brutalidad ninguna, con el fin
de enriquecerse; por otra parte, una nación que, con
pleno conocimiento de los terribles crímenes que se
cometían, se aprovechó deliberadamente de la con-
ducta criminal de sus ciudadanos y agentes para
usurpar una gran porción de territorio que estaba
en litigio, pero que estaba, también, ocupada por ciu-
dadanos y autoridades de otra nación.
Estas páginas demuestran que en 1907 el Gobier-
no peruano tenía conocimiento de que la Casa de
Arana Hermanos ejercía dominio comercial sobre la
zona cauchera situada entre los ríos Igaraparaná y
Caraparaná. En ese año el Ministerio de Relaciones
Exteriores del Perú pidió a su Representante que
diera la prueba documentada de la ocupación y po-
sesión de la Casa Arana, con el fin de discutir los
derechos de Colombia sobre ese territorio. En otras
palabras, las Autoridades peruanas, en su exceso de
celo para adquirir soberanía sobre esa región por
medio de la decantada empresa patriótica de los ne-
gociantes peruanos, o por los medios diferentes del
arbitraje, no solamente han tolerado las matanzas de
indios, sino que, con el apoyo de sus fuerzas mi-
litares, han contribuido al despojo de los propietarios
colombianos. Es evidente que el Gobierno peruano
XXII INTRODUCCIÓN
consideraba que la remota soledad de esas vastas
selvas haría fácil el evadir las quejas que pudieran
levantarse. Esa distancia podría hacer también inno-
cua toda acción por parte del Gobierno de Colombia.
Desde los tiempos de la independencia surameri-
cana el Perú ha reconocido y admitido repetidas ve-
ces que las vastas regiones situadas al Sur de Co-
lombia, al Norte del Perú, al Oeste del Brasil y al
Este del Ecuador, formaban parte del antiguo Vi-
rreinato de la Nueva Granada, hoy Colombia. En
1873, sin embargo, una Comisión peruano-brasileiía
fijó un lindero situado a noventa y tres millas de la
boca del río Putumayo: el Perú quiere hoy ejercer
jurisdicción sobre todo el curso del Putumayo, que
mide, según datos fidedignos, mil millas. Dos años
más tarde el General Reyes, ex-Presidente de Co-
lombia, estableció un servicio de vapores en el río
Putumayo: hasta fines del siglo pasado Colombia go-
zó posesión tranquila de las regiones discutidas. La
ocupación peruana data del año de 1900, época en
que los <:olomb¡anos fueron atacados y llevados a
Iquitos, no como prisioneros de guerra sino como
competidores comerciales de los negociantes perua-
nos. En el año siguiente la Casa Arana Hermanos
logró adquirir dominio completo sobre la zona cau-
chera: los caucheros colombianos que prestaban pro-
tección a los desventurados indios que escapaban
de las garras de los capataces de la Peruvian Ama-
zon Co., fueron encarcelados o asesinados.
INTRODUCCÍON xxiii
No puede ser más desagradable la historia de esas
atrocidades reveladas en el Libro Azul inglés, en el
Libro Blanco publicado recientemente por el Gobier-
no de los Estados Unidos, en la revista inglesa Truth,
en los periódicos de Iquitos La Sanción y La Felpa
y en las Crueldades en el Putumayo y en el Cagueta,
publicado en Bogotá en 1910. El Gobierno peruano
permanece inconmovible ante los hechos relatados
en esas publicaciones. Las representaciones hechas
por el Foreign Office no han producido acción efec-
tiva ninguna. Las protestas del Gobierno de Colom-
bia han servido para animar el ardor de las auto-
ridades peruanas en sus conquistas inicuas. La re-
velación del tratamiento que se da a los trabajado-
res en el Perú tiene que serle, a la larga, perjudi-
cial, porque los capitalistas y negociantes extranje-
ros de quienes depende en gran parte el desarrollo
económico de las Repúblicas suramericanas se ne-
garán a prestar apoyo a las empresas de ese país
rehusando identificarse con una nación que ha per-
dido todo derecho a la civilización, y que pretende,
únicamente, aprovecharse de su influencia benéfica.
EL LIBRO ROJO
DEL PUTUMAYO
CAPITULO I
LA REGIÓN DEL PUTUMAYO
El Putumayo es el nombre que recibe la región
bañada por el río Putumayo y sus afluentes, y com-
prende una extensión más grande que aquella en que
la Casa Arana Hermanos, y posteriormente la Pem-
viart Amazon Co., han efectuado sus operaciones
caucheras. Esta área, comparativamente limitada, se
confina a la región situada entre el Igaraparaná y
Caraparaná, los dos principales afluentes del Putu-
mayo, y se extiende desde este río hasta el Caque-
ta. Este importante afluente del Amazonas es la lí-
nea que divide el territorio colombiano no disputa-
do al Norte y la vasta región del Putumayo, en liti-
gio entre Colombia y el Perú, que se extiende por
el Sur hasta el Amazonas y hasta el río Ñapo, su
afluente. Mientras viene el arbitraje que defina los
derechos respectivos de ambas Repúblicas para ejer-
cer soberanía en esa región, su neutralidad ha sido
declarada en cierto número de convenios firmados
2 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
por ambas naciones durante los ocho años que ter-
minan en IQIL La región del Putumayo abraza un
área calculada aproximadamente en 200,000 millas cua-
dradas.
La zona en donde Arana Hermanos llevaron a cabo
sus infames operaciones comerciales abraza de diez
a doce mil millas cuadradas. En prospectos de la
Pemvian Amazon Co. Limited se afirma ambigua-
mente que la Compaíiía tiene derechos sobre una
gran región conocida con el nombre del Putumayo,
que se estima en cerca de doce mil millas cuadra-
das; más adelante se verá que el Gobierno peruano
se ha aprovechado hábilmente de que esa zona haya
estado bajo el control comercial de Arana Herma-
nos y posteriormente de la Pemvian Amazon Co.
para reclamar y ejercer jurisdicción sobre toda la
región del Putumayo que se extiende hasta las ca-
beceras del río que lleva ese nombre.
Poco se sabe del vasto territorio bañado por el
río Putumayo. Los numerosos exploradores colom-
bianos, misioneros, negociantes y colonos que desde
el siglo XVI han viajado por esas regiones o en ellas
se han establecido, no suministran datos geográfi-
cos de importancia alguna. Gran lástima causa esto,
porque es evidente, como lo demuestran claramente
las desconcertantes declaraciones hechas por los tes-
tigos interrogados por la Comisión del Putumayo
con respecto a la Administración peruana (o mejor
dicho a la falta de administración) en las selvas del
Perú, que los recursos naturales de esas 200,000 mi-
LA REGIÓN DEL PUTUMAYO 3
Has cuadradas de territorio no podrán conocerse
hasta cuando la jurisdicción peruana haya sioo to-
talmente reemplazada por una administración más ci-
vilizada y humanitaria. Debe notarse, y esto es muy
favorable a las actividades colombianas en la ocupa-
ción y exploración de esta región, que ningún misio-
nero o comerciante peruano, con excepción de los
agentes de la Casa Arana, se ha establecido en el Pu-
tumayo. Afortunadamente para las tribus aborígenes
esparcidas en ese territorio, los agentes del crimen no
han traspasado la zona en donde sus patrones han
iniciado el infame sistema de explotación cauchera.
No se conoce la población india de la región del
Putumayo, pero las tribus que habitan las riberas
del río Putumayo suman, según cálculos hechos hace
algunos años, cosa de cien mil almas. Teniendo en
cuenta la disminución considerable efectuada por los
asesinatos incesantes de los agentes de Arana, la ci-
fra de población tiene que ser aún más considerable
si a ella se añaden las tribus que habitan las regio-
nes interiores y las riberas de los treinta o cuarenta
pequeños afluentes del río Putumayo. La obvia sig-
nificación de este hecho hace surgir pensamientos
siniestros. El conocimiento perfecto de los terribles
crímenes resultantes de la ocupación peruana de una
parte, pequeña afortunadamente, de la región del Pu-
tumayo, está en poder de todo el mundo: en estas
páginas se revelará la historia de los métodos adop-
tados por el Perú para adquirir soberanía sobre ese
territorio.
4 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Es hecho reconocido que las atrocidades no han
cesado en manera alguna y que las "posesiones"
de Arana en el Putumayo no son un aislado "Pa-
raíso del diablo" bajo la vigilancia peruana. En apo-
yo de esta tesis pueden traerse las declaraciones
presentadas por Sir Roger Casement y por Mr. Mit-
chell a la Comisión del Putumayo, las cuales repro-
ducimos más adelante. ¿Nos veremos obligados a
pedir, en nombre de los derechos de la Humanidad,
que todas las selvas de la región del Putumayo,
que cubren una extensión veinte veces mayor que
la de las llamadas ''posesiones" de los Aranas y
en donde viven millares de aborígenes indefensos,
queden por siempre bajo el yugo de los peruanos
y de su Gobierno que, en toda la extensión de las
tierras montañosas de esa República, no solamente
tratan a los indios como animales salvajes sino que
convierten a sus hijos en esclavos y a sus mujeres
en concubinas? ¿Se permitirá que el asesinato, la
rapiña y la tortura se extiendan de la zona central
ocupada por agentes y empleados que gozan de la
protección de las autoridades de Iquitos, a las más
vastas y remotas regiones del Putumayo? Ese es el
problema: amenos que la civilización y sus fuerzas
sean un fraude, los hombres y las mujeres pensan-
tes de este país no pueden dejar de aprovechar la
oportunidad de impedir la continuación de las atro-
cidades que se cometen sobre los pocos millares de
indios que aún quedan en la zona dominada por los
agentes peruanos: es preciso también impedir que
LA REGIÓN DEL PUTUMAYO 5
se cometan estos crímenes con los desgraciados sal-
vajes que habitan toda la región bañada por el Pu-
tumayo y sus afluentes.
CAPITULO II
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO
La región del Putumayo atrajo, por primera vez,
especial atención, como campo de empresas comer-
ciales, cuando la demanda de caucho hizo que, de-
bido al agotamiento de fuentes más accesibles, se
emprendiera su recolección en regiones remotas. El
Brasil, Colombia y el Perú han sido por muchos
años los centros principales de producción de cau-
cho silvestre en Suramérica. Los caucheros de esas
tres Repúblicas han tenido que penetrar en regiones
inexploradas o poco conocidas, con el fin de apo-
derarse de ese valioso producto. Fue esa la mane-
ra como los caucheros extendieron su esfera de ac-
ción a regiones de acceso difícil. El transporte del
caucho desde las lejanas colonias se hizo costoso
y difícil y a menudo imposible. No es extraño, pues,
que en estas circunstancias los caucheros peruanos
y colombianos entraran en contacto directo en esas
vastas regiones desconocidas, que quedan al Sur de
Colombia, al Norte del Perú y al Oeste del Brasil.
Sin embargo, fue muchos años después, cuando, se-
gún el informe de Sir Roger Casement, "se efectuó
la primera invasión colombiana (a principios del 80)
a las regiones del Putumayo. Fue entonces "cuando
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 7
se estableció un gran número de colonias colombia-
nas en las riberas del Caraparaná y del Igaraparaná, y
aun en la región situada entre este último río y el
Caquetá, y en las cabeceras del Cahuinari. Los pri-
meros caucheros colombianos que bajaban de las
colonias establecidas en las tierras altas se estable-
cieron en puntos diferentes sobre las cabeceras del
Caraparaná y del Igaraparaná y entraron en lo que
se llamó relaciones de comercio con esas tribus ino-
centes."
Durante los primeros años de la ocupación los
colonos colombianos gozaron de posesión tranqui-
la, porque los peruanos no entraron a aquellas re-
giones en número apreciable sino a principios del
siglo, y no tomaron parte en la explotación comer-
cial de esa región sino en los últimos años del si-
glo pasado (1). Durante los doce o catorce años que
los caucheros colombianos permanecieron en pose-
sión completa de la región, su administración esta-
ba directamente en poder del Gobierno de Colom-
bia. El primer atentado de usurpación por parte del
Gobierno peruano se efectuó en 1900, año en que
una lancha peruana armada en guerra subió el Pu-
tumayo y estableció una Aduana en un punto cer-
cano a su desembocadura, llamado Cotuhé. Cuatro
años antes J. C. Arana había entrado en negocios
con los colonos colombianos. En su informe al Fo-
(l) Sir Roger Casement asegura en su informe que en 1903 "la re-
gión estaba principalmente ocupada por caucheros colombianos."
8 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
reign Office sir Roger Casement hace el siguiente
relato de las circunstancias en que Arana y las au-
toridades peruanas entraron por primera vez en con-
tacto con los colombianos establecidos en el Putu-
mayo:
"A fines de 19D4 la Casa de Arana Hermanos no tenía dominio com-
pleto sobre la región en que efectuaba sus negocios con los indios. La
mayoría de aquellos que explotaban a los indios y obtenían caucho de
ellos eran colombianos que habían venido al Putumayo y se habían
establecido en diferentes lugares sobre las riberas de sus afluentes el
Caraparaná y el Igaraparaná. Parece que en algunos casos esos colo-
nos colombianos poseían concesiones otorgadas por su Gobierno. Como
no era cosa fácil obtener víveres de Colombia, debido a la naturaleza
montañosa de la región en que nace el Putumayo, y como el mercado
del caucho quedaba río abajo, sobre el Amazonas, era más conveniente
entrar en relaciones con los negociantes del Brasil o del Perú y obte-
ner de ellos lo que se necesitaba que buscar víveres en Colombia, ha-
ciendo uso de la larguísima y difícil vía de Pasto. La Casa de Arana
Hermanos en Iquitos entró desde muy temprano en relaciones con los
colonos colombianos, estableciendo una línea de vapores entre Iquitos
y los dos tributarios del Putumayo arriba nombrados, proveyó a las
necesidades de los colombianos y trasportó al mercado de Iquitos todo
el caucho que producían. Poco a poco tales relaciones cambiaron : Ara-
na Hermanos, de simples intermediarios se convirtieron en propietarios
de la mayor parte de las empresas colombianas en esas regiones. El
traspaso era hecho, en ocasiones, por compraventa, y algunas veces por
otros medios."
Más adelante dice el Informe:
"Los caucheros que se establecían de esa manera tenían que apelar
a los territorios peruanos y brasileños situados abajo del río para pro-
veerse de víveres y de todo lo necesario, para una existencia civilizada,
así como de las mercancías indispensables para sus tratos con los in-
dios: era imposible dirigirse a las ciudades colombianas de donde vi-
nieran originalmente. Era cosa comparativamente fácil llevar víveres
de Iquitos por la vía fluvial; en esa forma, en 1896 abrieron negocios
Arana Hermanos con los caucheros colombianos. Los tratos recíprcoos
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 9
se hicieron cada dia más grandes y terminaron en la adquisición hecha
por Arana Hermanos de la mayor parte de las empresas colombia-
nas" (1).
El Libro Azul demuestra claramente que la prime-
ra ocupación del Putumayo fue efectuada por ciuda-
danos de la República de Colombia, quienes fueron
los primeros en explotar las riquezas caucheras de
esa región que, como dice Sir Roger Casement, "no
pertenecía, prácticamente, a nadie, y estaba situada
lejos de toda autoridad y de toda influencia civili-
zadora, figurando en los mapas de Suramérica como
punto de litigio de tres repúblicas suramericanas."
El Libro Azul establece además el hecho de que las
colonias fundadas por estos caucheros colombianos
"se adquirían unas veces por compraventa y otras
por medios diferentes," y que un explorador francés
llamado Eugenio Robuchon "fue contratado en 1903
por el señor Julio C. Arana, en nombre del Gobier-
no del Perú, para conducir una misión exploradora
a las regiones reclamadas por la Casa Arana Her-
manos," aunque en ese año la región "estaba ocu-
pada principalmente por caucheros colombianos," y
en 1904 "la Casa Arana Hermanos no tenía aún do-
(1) Se verá más adelante que según los informes publicados por Mr. W.
E. Hardenburg, en su libro titulado El Putumayo, que, no obstante el pre-
cedente establecido por la Casa Arana con respecto al tratamiento cri-
minal de los indios, no se pudo hacer cargo ninguno contra los colom-
bianos que en la época de su visita tenían empresas en esa región. Por
el contrario, Hardenburg claramente manifiesta que los colonos colom-
bianos trataban a sus empleados indios caritativa y bondadosamente. El
hecho es que los colonos colombianos sufrieron de manos peruanas el
mismo tratamiento que los indígenas.
10 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
minio completo sobre la región." Afirma Sir Roger
Casement que 'Mos colombianos que furtivamente ex-
plotaban las posesiones de la Compañía. . . . cuando
no eran asesinados eran llevados maniatados de es-
tación en estación, en donde se les insultaba, gol-
peaba y abofeteaba." En otras palabras, el Libro Azul
prueba abundantemente que la Casa de Arana Her-
manos, y más tarde los agentes de la Pemvian Ama-
zon Co. Limited, emprendieron expediciones arma-
das contra los colombianos establecidos tanto en
esa región como en el territorio de Colombia situa-
do al Norte del Caquetá y que no está sujeto a dis-
cusión. Es éste un punto de importancia, pues debe
recordarse que la Pemvian Amazon Co. Limited
era una Asociación inglesa y como tal no solamen-
te perpetuó atrocidades sobre las tribus aboríge-
nes que habitan territorios no disputados de Colom-
bia, así como sobre regiones reconocidas como neutra-
les por el Perú en los convenios por éste firmados con
Colombia, sino que también envió fuerzas armadas
contra los ciudadanos de Colombia en esa República
y a regiones que, como claramente lo manifestaba el
prospecto de la Compañía, eran punto de litigio en-
tre Colombia y el Perú. Como el Times lo dijo im-
placablemente al estudiar el Libro Azul en julio pa-
sado, la Casa Arana Hermanos "despojó a los colo-
nos colombianos haciendo uso de los métodos pri-
mitivos de la exterminación y la conquista." Es digno
de notarse también que el llamado territorio de la
Compañía, tal como lo describía el Presidente de
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 11
ella en la reunión anual de la Compañía, efectuada
en diciembre de 1910, no existía, como se verá más
adelante.
NEGOCIANTES QUE PRECEDIERON A LOS CAUCHEROS
El negocio de caucho en las regiones remotas y
salvajes de la América del Sur comenzó a princi-
pios de la penúltima década del siglo pasado; como
lo explica Sir Roger Casement, fue entonces cuan-
do entraron al Putumayo los primeros caucheros co-
lombianos. No fueron ellos, sin embargo, los prime-
ros explotadores de los recursos comerciales de esa
región: diez años antes, en la época en que las sel-
vas de Colombia y el Perú, debido a su riqueza na-
tural en quina, ofrecían considerable atractivo a los
negociantes emprendedores, gran número de colom-
bianos invadieron la región en busca de ese pro-
ducto que sirve de base a la fabricación de la qui-
nina. El valor de ese artículo era entonces de diez
chelines por onza: la explotación de las selvas, ri-
cas en esos productos, era origen de cuantiosas for-
tunas.
La prueba de esa ocupación del Putumayo por
los negociantes colombianos se encuentra en las no-
tas escritas por un misionero francés que visitó la
región en 1895. De ellas extractamos lo siguiente:
"Hace veinte años, (1875), había más blancos en Mocoa que hoy: era
la época de la cascarilla (corteza de quina). Los hermanos Reyes for-
maron una compañía para la explotación y exportación de la quina;
3
12 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
durante muchos años efectuaron un activo negocio. Tres vapores su-
bían regularmente por el Amazonas y el Putumayo hasta San José para
recoger ese producto natural; las agencias establecidas por la Compa-
ñía eran numerosas. La prosperidad, sin embargo, no fue larga, y to-
das las utilidades fueron para los intermediarios. El trabajo manual era
costoso. La Compañía no pudo sostenerse. Uno de los buques naufra-
gó y los otros fueron vendidos."
"Los vapores pequeños pueden entrar por el Atlántico y subir por el
Amazonas y el Putumayo hasta San José. Era aquí donde el Prefecto
de la Provincia de Mocoa tenía un pequeño vapor construido especial-
mente para bajar el Putumayo y subir el Amazonas hasta Iquitos, en
el limite con el Perú. Cuando llegué a San José (1895) el vapor había
salido la semana anterior con el fin de recoger carga un poco más
abajo."
En SU libro sobre el Putumayo, Mr. W. E. Har-
denburg, al referirse a las exploraciones del General
Reyes en esa región, dice:
"La Sofía era el centro de operaciones del General Reyes en la época
en que se ocupaba en el negocio de quinas en esta región, hace muchos
años. Era allí el centro de la navegación de vapor en el Putumayo y
fue allí donde se perdió el vapor Tundama de propiedad de Reyes.
Cuando Materón (colombiano) visitó aquel lugar, once meses antes, lo
encontró todo cubierto de rastrojo y de vegetación tropical; los edifi-
cios estaban casi completamente destruidos."
Cuando se formó la Compañía de Reyes Herma-
nos no había transitado aún ningún vapor el Putu-
mayo. Esa Casa estableció el primer servicio de va-
pores en ese río, y es digno de notarse que en nu-
merosos puntos de su curso se encuentran lugares
y puertos bautizados por el General Reyes: por ejem-
plo. Puerto Sofía se llama así en recuerdo de la es-
posa del General.
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 13
Como en ese entonces no existía tratado de na-
vegación y comercio entre Colombia y el Brasil, los
hermanos Reyes tuvieron que obtener permiso del
Gobierno del Brasil "para explotar un negocio de
exportación e importación, en buques brasileños en-
tre los puertos del Amazonas y los puertos situa-
dos en el interior de la República de Colombia, por
la vía del río Iza o Putumayo." El permiso fue con-
cedido en orden firmada el 2 de septiembre de 1875
por el Ministro'de Hacienda del Brasil. Provistos de
este permiso o licencia, los hermanos Reyes conti-
nuaron como dueños de la navegación en el Putu-
mayo hasta 1884, año en que la Compañía entró en
liquidación.
Es digno de notarse que el establecimiento de los
vapores de Reyes Hermanos en el Putumayo no oca-
sionó protesta alguna por parte del Gobierno pe-
ruano durante los nueve años en que esos señores
tuvieron en su poder la navegación de ese río. Muy
lejos de eso, el hecho fue que el Tundama (nom-
brado así por una provincia de Boyacá) salió de
¡quitos en su primer viaje con patente concedida por
las autoridodes peruanas. Los papeles del buque in-
dicaban claramente que se dirigía a puertos sobre
el Putumayo, situados en territorio colombiano. No
fue sino hasta fines de 1900 cuando salió de Iqui-
tos la lancha de guerra Cahuapanos, que fue el pri-
mer barco peruano que navegó el Putumayo. La
lancha estaba adaptada para fines comerciales, pero
llevaba a bordo una escolta militar que desembarcó
14 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
en Cotuhé, a cosa de noventa y tres millas de la
desembocadura del Putumayo. El Cahuapanas llevó
por primera vez el pabellón peruano a esas aguas
y sirvió para establecer en Cotuhé una aduana y una
Comisaría fluvial. El Perú no dio notificación oficial
alguna a Colombia o al Brasil de ese procedimien-
to extraño e insólito. Circunstancia que hace más
extraño el hecho de que dos años antes un perua-
no llamado Raategui, acompañado de un italiano de
apellido Catta, que se ocupaban en cauchar en las
vecindades de Coiuhé y que querían extender el cam-
po de sus operaciones pretendieron subir el Putu-
mayo en la lancha peruana Tahuaya; pero como las
autoridades brasileñas no lo permitieran, hubo de
registrarse la barca bajo pabellón brasileño. El General
Reyes nos envía la siguiente relación referente a la
Compañía formada en 1875 con el fin de llevar a
cabo operaciones de comercio en el Putumayo y sus
afluentes:
"En el año de 1874 exploré el Putumayo en compañía de mis herma-
nos Enrique y Néstor, Durants diez años exploramos el Putumayo, el
Ñapo, el Caquetá y otros afluentes del Amazonas. En el primero de
esos rios establecimos un servicio de vapores que se llamaban Tandama,
Apihi, Larroque y Colombia. Construímos caminos al interior de Co-
lombia. Abolimos el tráfico d3 esclavos que se efectuaba con los indios
en la parte inferior del río; en muchas ocasiones combatimos con los
traficantes de esclavos, y haciéndolos prisioneros, los entregamos a las
autoridades brasileñas para que se les juzgara y castigara. Civilizamos
muchas tribus salvajes que en aquella época contaban más de doscien-
tas mil almas. Mantuvimos la soberanía de Colombia sobre el Putuma-
yo, que le pertenece hasta la frontera del Brasil, aunque actualmente
el Perú pretende avanzar hasta la cima de las montañas y hasta las
mismas puertas de Pasto y Quito. Ef>;ctuámos esas exploraciones con
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 15
nuestro propio dinero; nos costaron más de cuarenta mil libras, sin
apoyo ni protección de gobierno alguno."
La obra llevada a cabo por esos negociantes co-
lombianos en la región del Putumayo mereció elogio
de los Representantes suramericanos en la Conferen-
cia Panamericana reunida en Méjico en 1902. El in-
forme de la Comisión especial nombrada para exa-
minar la relación de los viajes del General Reyes, y
en la cual figuraba el Delegado del Perú, manifestó
que "los hermanos Reyes fueron los primeros en su-
bir el río en canoas y que más tarde introdujeron
buques de vapor, abriendo así a la civilización y al
comercio una inmensa región en la cual se encierran
todas las riquezas naturales."
En 1892, algunos años después de que entrara en
liquidación la Compañía de los hermanos Reyes en
el Putumayo, un peruano llamado Benavides propu-
so al Gobierno del Brasil encargarse de la concesión
otorgada a Reyes en 1875, con el fin de efectuar ope-
raciones de comercio entre los puertos del Amazonas
y los del Putumayo en la República de Colombia. La
propuesta fue aceptada por el Gobierno del Brasil,
y, según el Decreto número 99, de 17 de octubre de
1892, el Presidente del Brasil confirmó una resolu-
ción del Congreso que autorizaba al Ejecutivo bra-
sileño para contratar con Benavides el transporte de
mercancías y el establecimiento de vapores en el
Putumayo por un término de cinco años. El contra-
to incluía una cláusula que liberaba de derechos de
importación ''todos los productos naturales que vi-
16 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
nieran de Colombia'' y que fueran llevados en bu-
ques brasileños a los puertos de Manaos y Belén.
A la muerte de Benavides la concesión pasó a ma-
nos de un colombiano llamado Manuel Vélez Uribe,
quien hizo dos viajes por vapor en 1890 y tres en 1900.
Al efectuar su sexto viaje en 1901, Vélez Uribe, que
estaba a bordo del remolcador Victoria, el cual iba co-
bijado por el pabellón brasileño y remontaba el Pu-
tumayo, recibió una descarga de las fuerzas peruanas
acantonadas en Cotuhé. Esto sucedió el 11 de febre-
ro de 1901, un año después del establecimiento de la
aduana peruana en ese puerto.
Debe recordarse la fecha de ese incidente memo-
rable que no solamente fue la primera tentativa de-
liberada por parte de las autoridades peruanas de
usurpación de territorios que habían estado hasta
entonces bajo la exclusiva jurisdicción de Colombia,
sino que también facilitó el que Arana Hermanos
iniciaran, bajo la administración peruana, las terribles
atrocidades que todos conocemos. Es fácil compren-
der que los grandes éxitos alcanzados por Vélez
Uribe en sus empresas de comercio despertaran la
codicia y la ambición de los traficantes de Iquitos
entre los cuales se contaba el célebre Arana, que se
había establecido en esa ciudad en 1898. Uno o dos
años antes Arana había entrado en tratos con los co-
lombianos: en 1903 quedó definitivamente establecida
en Iquitos la infame Casa de Arana Hermanos. Queda,
pues, demostrado que la llamada jurisdicción del Perú
sobre las regiones del Putumayo tiene su origen en
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 17
la codicia despertada en los traficantes peruanos por
los negocios de caucho establecidos por los colonos
colombianos.
Ya desde el año de 1835, y en años posteriores,
muchos negociantes colombianos de Pasto bajaron
por el Putumayo y por el Amazonas hasta Manaos
y Belén, ciudades en donde se entregaban a un trá-
fico importante de zapatos, cigarros, barnices y otros
productos manufacturados en Colombia. Esos nego-
ciantes regresaban llevando sal, hierro, licores y otros
productos manufacturados en el Brasil o en Europa.
PROPUESTAS COMERCIALES DE UN INGLES
En 1899, o sea ocho años antes de la formación
de la Peravían Amazon Co. Limited, y en la época
en que la Casa de Arana Hermanos entró por pri-
mera vez en negociaciones con los caucheros co-
lombianos, las posibilidades comerciales de esa re-
mota región, como fuente valiosa de producción de
caucho, fueron reconocidas por un inglés residente
entonces en Colombia. Era éste el finado Robert
Thomson, quien, como Director de los jardines bo-
tánicos de Jamaica, introdujo en 1876 el caucho Para
en esa región, y seis años después, en 1882, fundó
la primera plantación importante de caucho en Sur-
américa, con 60,000 árboles. Robert Thomson fue,
pues, uno de los zapadores del cultivo del caucho.
Fue también autor de dos documentos publicados
por el Foreign Office en 1894 y 1895, respectiva-
18 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
mente, sobre los recursos caucheros de Colombia.
Thomson se proponía establecer un servicio de va-
pores en el Putumayo, y fue una lamentable pérdi-
da para los intereses de la humanidad que los fi-
nancistas de Londres, a quienes se dirigió, no aten-
dieran sus propuestas. Es digno de notarse también
que Sir Clements Markham, el conocido explorador
del Perú, al escribir en I895aMr. Thomson, en nombre
de la Real Sociedad geográfica, se refería a las ca-
beceras colombianas del Putumayo. El pasaje en
cuestión dice así: "¿Podría usted suministrarme una
nota sobre Colombia, tanto con referencia a las re-
giones dignas de exploración, como aquellas que ya
exploradas pudieran visitarse nuevamente, con ven-
tajas para adquirir importantes datos geográficos?
Imagino que existen regiones sobre las cabeceras
del Japurá (o Caquetá) y el Putumayo, apenas co-
nocidas." Debe añadirse que el Perú reclama ahora
la soberanía sobre la región del Putumayo que se
extiende al Norte, más allá de las cabeceras de este
río. Así lo demuestra un mapa oficial publicado en
Inglaterra en 1993 por orden del Ministro de Rela-
ciones Exteriores del Perú.
PRIMERAS EXPLORACIONES
A fines del siglo xvi y a principios del xvii al-
gunos Capitanes españoles y algunos misioneros je-
suítas y franciscanos, dependientes del Gobierno de
Popayán, en Colombia, fueron los primeros expío-
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 19
radores de las regiones de Mocoa, Sucumbios y Co-
fanes, en las cabeceras del Putumayo. Muchos de
ellos exploraron el río. En esa época lejana los mi-
sioneros del Virreinato de la Nueva Granada, hoy
Colombia, establecieron el cristianismo y la instruc-
ción religiosa en las regiones del Putumayo.
En 1541 una expedición dirigida por Hernán Pé-
rez de Quesada, que fue el primero en descubrir las
regiones bañadas por el Caquetá, salió de Santa Fe
de Bogotá; poco después Pineda y otros españoles
de Quito exploraron las regiones bañadas por el
Amazonas, las cuales en 1548 constituían provincias
invariablemente dependientes de Quito. Las tierras
situadas entre el Ñapo y el Putumayo, y entre este
último y el Caquetá, eran conocidas con el nombre de
Misiones de Mocoa (1) y Sucumbios, respectivamen-
te. Esas misiones dependían políticamente de Pasto.
En 1609 el Capitán Juan de Sosa, a la cabeza de
unos pocos soldados y aventureros, exploró las ca-
beceras del Putumayo haciendo de ello un curioso
relato, que aún se conserva: en él se demuestra
que el Gobernador de Popayán ejercía jurisdicción
positiva en las regiones del Putumayo. La descrip-
ción que hace de las fuentes del Putumayo merece
citarse. Dice así :
"El tercer río que nace en la meseta citada es el Caquetá. Corre en
línea recta hacia el Oriente, como ochenta millas de su fuente, pasando
cerca a la ciudad de Agreeda, en Mocoa, la cual está situada en una
(1) En su libro Mr. Hardenburg se refiere a Mocoa como capital de
todo el territorio del Putumayo, lo cual es indiscutible.
20 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
zona montoñosa, al Oriente de la cordillera. El suelo de esa región
contiene mucho oro, aunque de calidad pobre. Agreeda depende de la
Gobernación de Popayán. Saliendo de allí atravesamos las montañas en
direción oriental y llegamos a San Juan de Pasto, en la misma Goberna-
ción. La distancia es como de setenta millas. Diez y seis millas antes de
llegar a Pasto se encuentra un valle cubierto de praderas sin árboles,
llamado Sibundoy. Tiene ocho millas de largo por cuatro de ancho, en
cuyo extremo nacen tres ríos : el San Francisco, el San Pedro y el
Quinchoa o Santiago. En la extremidad de ese valle, hacia el Oriente,
se encuentran esos tres ríos, que atravesando la montaña per el orien-
te, llegan a la llanura y reciben el nombre de Putumayo."
En 1639 el P. Acuña hizo una interesante relación
de un viaje por el Amazonas, que fue traducida en
1859, por Sir Clements Markham, para la Sociedad
Hakluyt. De ella extractamos el siguiente pasaje:
" A diez y seis leguas de estas aldeas, por el lado del Norte, queda
la boca del gran río Putumayo, bien conocido en la Provincia de Po-
payán, pues antes de llegar al Amazonas recibe las aguas de otros
treinta grandes ríos. Los habitantes del país lo llaman el Yza. El río
baja de las cordilleras de Pasto en el Nuevo Reino de Granada, con-
tiene mucho oro, y sus riberas, según dicen, están pobladas de infieles,
razón por la cual los españoles que por allí bajaron hace pocos años
tuvieron que retirarse apresuradamente."
En nota a esta traducción Sir Clements Markham
hace la siguiente cita de un informe del señor Vi-
llavicencio: "El Aguarico nace en las montañas de
Cayambe y forma el límite de las modernas Repú-
blicas del Ecuador y Nueva Granada (Colombia).
Es famoso por la cantidad de oro que allí se lava."
La importancia de esta afirmación consiste en el
hecho de que el Aguarico, según las reclamaciones
del Perú, queda dentro de su jurisdicción, así como
PRIMERA OCUPACIÓN DEL PUTUMAYO 21
la zona que está en poder de la Pemvian Amazon
Company.
En el siglo xviii los franciscanos de Colombia
fundaron algunas aldeas en el Putumayo, como San-
tiago, San Pedro y Mocoa. Otros franciscanos que
viajaban por el Fragua y el Orteguaza fundaron las
aldeas de Tunguillo, Descanso y Simón sobre las
riberas del Caquetá. En compañía de los frailes iban
Oficiales del Gobierno civil de Colombia.
En un capítulo posterior se verá que en 1873 el
Perú puso unos linderos en Cothué, a 93 millas de
distancia de la desembocadura del Putumayo.
CAPITULO III
EL DIARIO DE UN MISIONERO
En la última parte del capítulo anterior se dice
que hace uno o dos siglos los franciscanos colom-
bianos establecieron el cristianismo en las regiones
del Putumayo. Veremos ahora, en los extractos que
reproducimos de notas hechas por un misionero fran-
cés que visitó el Putumayo en 1895, que los colom-
bianos habían fundado innumerables iglesias en esa
región y que los negociantes colombianos, lejos de
maltratar a los aborígenes, los ayudaban en el cum-
plimiento de los ritos de la iglesia cristiana (1). Las
notas en cuestión fueron publicadas en 1909 en un
periódico católico francés: en la época en que fue-
ron redactadas (1895) los colombianos estaban en
posesión exclusiva de la región; el autor considera
frecuentemente el territorio como colombiano. Se
verá que las tribus aborígenes cumplían con los ri-
tos del cristianismo. Las notas prueban los grandes
esfuerzos hechos por Colombia para llevar el cris-
tianismo a esas regiones. Además, la relación del
(1) Mr. Hardsnburg confirma plenamente las afirmaciones del misio-
nero. Como su visita ss verificó doce años después que la del misio-
nero francés, los hachos por él relatados, y que se leerán más adelan-
te, tienen importancia y significación.
EL DIARIO DE UN MISIONERO 23
sacerdote francés confirma, con abundancia de de-
talles, la afirmación general hecha por Sir Roger
Casement al Foreign Office al efecto de que "en
la parte superior del Putumayo la instrucción reli-
giosa y las prácticas cristianas aparece que fueron
establecidas por colonos colombianos."
Cuando comparamos las prácticas criminales de
los peruanos con la presencia inofensiva de los ne-
gociantes colombianos que iban acompañados y pre-
cedidos por la Cruz, no podemos menos de lamen-
tar los avances de la jurisdicción peruana en la re-
gión del Putumayo.
Publicamos a continuación los extractos de las no-
tas del misionero francés que vivió cinco meses en
el Putumayo; en las líneas con que concluye nuestra
cita se verá que el autor deplora la ausencia de co-
munidades entre los indios del Putumayo, pensa-
miento que dice mucho en favor de la fe y confian-
za que ese misionero tenía, después de una prolon-
gada excursión en esas regiones, en el pueblo co-
lombiano:
"Pasto, cuyos habitantes pasan de 23,000, es una de las ciudades
más grandes de Colombia. Tiene un Obispado, dos seminarios y un
Colegio dirigido por los religiosos de San Felipe, quienes tienen también
un convento. Al Oriente de Pasto, y después de un lago no muy dis-
tante de allí, vive una importante tribu de indígenas llamados "La-
gunos."
"Al día siguiente, por la primera vez, vi a los indios de Santiago,
que queda situado en la falda de la cordillera; esa misma tarde el Obis-
po tuvo la bondad de visitarme en el hospital: hablamos largamente de
los indios de esa inmensa región de su Diócesis que se llama el Orien-
te o Caquetá y que está completamente abandonada."
24 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
"Esa región que bañan dos graneles ríos, el Putumayo y el Caqueta,
tributarios del Amazonas, es tan grande como Francia. Entre los nu-
merosos indios que habitan la selva virgen hay muchos blancos. Como
usted quiere visitar a los indios de Santiago— me dijo el Obispo— vaya
hasta Mocoa. Con unos pocos días que usted permanezca entre esas
buenas gentes les hará un bien inmenso. Esas palabras confirmaron mi
resolución de emprender una misión por el Caquetá.
"El domingo 20 de octubre llegué a Lagunos, en donde celebré la
misa. Esos buenos indios querían cargarme de regalos: panes, maíz,
patatas, huevos, etc. Como yo presentara dificultades por temor de au-
mentar mi equipaje, ofrecieron acompañarme hasta Santiago, la primera
de las aldeas que pertenece a los indios orientales. Partimos al día si-
guiente después de la misa. Cosa de sesenta personas, buenas gentes, que
aman al sacerdote y lo reconocen como su mejor amigo, me acompa-
ñaron hasta Devisadero.
"Ese encuentro con los indios en mitad del desierto es uno de mis
recuerdos más agradables. Conversamos por mucho tiempo alrededor
del fuego y nos acostamos después de rezar nuestro rosario. Al día si-
guiente, amontonando mi equipaje, fabriqué un altar a cuyo alrededor
se reunieron los indios con mucha calma. En las grandes y hermosas
catedrales las ceremonias religiosas son muy bellas; pero esta misa, di-
cha a unos pocos salvajes, en la inmensidad del desierto y a más de
cuatro mil metros de altura, parecióme un espectáculo de la mayor
majestad.
"Continuamos nuestro viaje al través de estrechas trochas cubiertas
de heléchos, que en Colombia suben a la altura de la rodilla. Es mara-
villosa la vista de las selvas y del alto valle en donde nace el Putuma-
yo. Ese valle es una inmensa cuenca, húmeda, en la cual nacen innume
rabies arroyuelos que corren con lentitud indescriptible hasta que, jun-
tándose, forman el gran río que se precipita al través de la montaña, tan
pronto como abandona las llanuras.
"Al día siguiente llegamos a Santiago. En la iglesia estaba reunida
toda la aldea: de un lado las mujeres, de otro los hombres. Tan pronto
como entramos, todos se postraron y dijeron en español: 'Bendito y
alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y María concebida sin
pecado original.' Después de una corta oración, dirigí algunas palabras a
esos buenos indios que a mi alrededor se agrupaban en la nave.
" Los indios de Santiago son en su mayoría grandes y fuertes y vi-
ven en relaciones tranquilas con los blancos, a quienes no permiten,
sin embargo, vivir con ellos. Reconocen la autoridad de un Goberna-
EL DIARIO DE UN MISIONERO 25
dor a quien nombran cada año y a quien asiste un Consejo de muchos
miembros, elegido también anualmente.
" Hace cosa de cuarenta años los jesuítas vivían con los indios de
Santiago ; encontré un indio que había sido compañero del último de
esos misioneros. Desgraciadamente poco aprovecharon la instrucción
religiosa que ellos les dieron. Actualmente sólo reciben el Sacramento
del bautismo y el del matrimonio. Sin embargo, en Santiago, San Andrés,
Sibundoy y Mocoa conservan los vasos sagrados y los ornamentos de
los misioneros, así como las capillas rústicas y las pequeñas casas para
la habitación de los sacerdotes. En el centro de todas las plazas se
encuentra una cruz. En Santiago sale una procesión, por las calles de
la aldea, todos los domingos, a cuya cabeza va un indio joven con una
cruz de madera mientras que los otros cantan el rosario. Una sola co-
munidad que allí residiera bastaría para que al cabo de dos o tres ge-
neraciones esos indios estuvieran en posibilidad de recibir todos los
sacramentos y de ser, como los lagunos, buenos cristianos.
" La iglesia de Santiago es muy grande ; sus paredes son de barro
y están rodeadas con una galería fabricada con troncos de árboles. Hay
allí un hermoso altar y todo lo necesario para el servicio.
"Durante la semana que estuve en Santiago los indios acudían cons-
tantemente a la misa por la mañana, y por la tarde a la enseñanza que
concluía con la bendición del Santísimo. Al caer la noche llegaba el
Jefe acompañado de todos sus sirvientes.
"En alguna ocasión bauticé hasta treinta en la sacristía: el mayor
de esos niños tendría tres años. Que lástima no haber podido regresar
o permanecer más tiempo! Un mes habría bastado para enseñar a esos
niños todo lo necesario para la primera comunión. Cosechas más abun-
dantes obtuve en otro campo: por la tarde efectuaba gran número de
matrimonios. Era cosa sumamente difícil hacer las investigaciones ne-
cesarias, puesto que los apellidos de la aldea se reducían a cinco o
seis. Los cónyuges, sin embargo, no tenían nunca parentesco prohibi-
tivo: al menos así lo aseguraban.
"San Andrés del Putumayo queda situado sobre la fuente de ese
gran río y está a menor distancia que Santiago del primitivo lago de
Coucha. Hay quienes suponen que esta pequeña tribu es todo lo que
queda de la desaparecida de los sucumbís, que emigraron o huyeron
de allí perseguidos por enemigos que les hacían la guerra. La opinión
común, sin embargo, es la de que los putumayos pertenecen absoluta-
mente a la misma tribu que el pueblo de Santiago, cuyo lenguaje ha-
26 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
blan, usando las mismas costumbres y vestidos. Su iglesia es casi igual
a la de Santiago. Tres días después decidí emprender viaje a Sibundoy.
"La aldea de Sibundoy contiene una considerable población blanca.
Hay allí dos escuelas, una para indígenas y otra para blancos. Además
del Jefe, a quien reconocen los indios, hay un Alcalde para los blancos
nombrado por el Gobierno de Colombia. En seguida visité a Mocoa.
"Mocoa consiste en una gran plaza en cuyo centro hay una cruz.
Las casas son todas de guadua, y de la plaza salen dos calles. En el
centro está la casa cural, y a la derecha la iglesia, que es espaciosa pero
menos adornada que la de Santiago.
"Después de dos días de viaje saliendo de Mocoa, llegamos a Gui-
neo, En la cumbre de una pequeña colina los indios han edificado su
capilla, cortando los árboles en una extensión de quinientos o seiscientos
metros, alrededor. La capilla está en el centro; en uno de los extremos
el cementerio y en el otro el convento.
"Después de permanecer tres días en San Vicente, nos embarcamos en
una canoa en el Putumayo, que es en aquel punto excesivamente rápido.
Al cabo de un día de viaje llegamos a San Diego. Los indios de San
Diego y de San José no pertenecen a la misma tribu que los mocoas.
Los del Putumayo forman una tribu separada: usan el cabello corto, se
arrancan las cejas y pestañas y llevan generalmente pantalones. Ador-
nan sus cabezas con gorras formadas de hermosas plumas de loro o de
guacamayo; llevan también algunas veces tocas de brillantes plumas.
Atraviesan sus narices y orejas con el fin de poner en ellas varillas pe-
queñas o plumas y alas de insectos. Juntando cocos pequeños o semillas,
hacen cinturones. Finalmente, usan collares de jaguar o de mono, etc.
Sus armas son lanzas con puntas de hierro o de guadua, con las cua-
les no vacilan en atacar a los jaguares. Intrépidos, valientes, activos
e inteligentes, son grandes cazadores y pescadores. Las mujeres son
activas: además del trabajo de la casa y del sembrado, tienen gran ha-
bilidad en la fabricación da hamacas y de loza, sobre cuyo fondo, de un
rojo obscuro, se destacan claramente blancos dibujos. El interior de la
toza es de un negro brillante y permanente. Los indios conocen algu-
nas palabras españolas dal Padrenuestro y del Avemaria. Los misio-
neros vivieron entre ellos hace cosa de sesenta años. Desde entonces
han sido visitados raras veces, y es de admirar que hayan logrado pre-
servar lo poco que saben. Generalmente hacen bautizar a sus hijos por
los negociantes y sacerdotes que por allí pasan. Poco después me em-
barqué para San José.
EL DIARIO DE UN MISIONERO 27
"San José, como San Diego, queda sobre la ribera izquierda del Pu-
tumayo, que es allí ancho y majestuoso. En San José se nos esperaba,
y los indios hicieron a nuestra llegada grandes manifestaciones de gozo.
Bauticé niños y bendije muchos matrimonios. Recordé a esos pobres
indios el Padrenuestro y el Avemaria, que ya habían casi olvidado. En
la mañana del 12 de diciembre celebré la misa en la vasta ramada que
servía de capilla.
"Deseaba viajar aún más por esas encantadoras riberas del Putuma-
yo, cuyo clima, aunque ardiente, es sano. Esa fértil tierra podría ali-
mentar poblaciones numerosas. Sus aguas son abundantes y su riqueza
extraordinaria. Como el Putumayo tiene sobre el Caquetá la ventaja de
ser navegable, los transportes serían fáciles. La construcción de ferro-
carriles en aquellas vastas regiones sería juego de niños. Es de lamen-
tar que no se establezcan con esos benévolos indios comunicaciones que
faciliten la evangelización de los numerosos infieles que pueblan los va-
lles del Putumayo. el Caquetá y el Ñapo, regiones más abandonadas
hoy, desde el punto de vista religioso, que el mismo centro de África!"
CAPITULO IV
TRATAMIENTO DE LOS INDIOS EN COLOMBIA
En las Repúblicas suramericanas las tribus abo-
rígenes, medianamente civilizadas, así como aquellas
completamente salvajes, reciben tratamiento muy di-
verso de manos de las autoridades y de los ciuda-
danos. Es éste un hecho que no se debe perder de
vista, porque la ignorancia general que prevalece
sobre este punto hace que se apliquen las condicio-
nes conocidas que rigen en una República a las de
la nación vecina. El Perú está hoy deshonrado ante
el mundo civilizado. Es, por consiguiente, de la ma-
yor importancia hacer diferencia entre los métodos
(o ausencia de métodos) usados por el Perú en sus
tratos con las tribus y los métodos adoptados por
otra nación que posee también gran número de abo-
rígenes. Tanto Colombia como el Perú tienen gran-
des selvas y tribus innumerables de indios, entre
los cuales se encuentran salvajes feroces y hombres
perfectamente civilizados. El autor posee algún co-
nocimiento personal de Colombia, y tiene también
medios suficientes para adquirir toda clase de da-
tos imparciales respecto de las condiciones econó-
micas de esa República. Con tan ventajosos me-
TRATO DE LOS INDIOS EN COLOMBIA 29
dios de información, puede asegurar sin vacilación y
con el mayor énfasis posible que, en proporción a sus
recursos financieros, ningún país del mundo ejerce su
poder con mayor eficacia en el sentido de mejorar las
condiciones de las tribus aborígenes, dentro de su ju-
risdicción, que la República de Colombia. Debe recor-
darse también que, debido a su extensión, a la natu-
raleza montañosa de su suelo y a la falta completa
de ferrocarriles, no hay país del mundo en donde
las comunicaciones sean más difíciles. A pesar de
tan grandes desventajas naturales, los esfuerzos de
Colombia para llevar la civilización a sus razas in-
feriores, han tenido resultados benéficos y prácticos.
Grandes regiones de Colombia, con el nombre de
Territorios nacionales, están reservados exclusiva-
mente para la población india. Se han fundado allí
muchísimas escuelas para la educación de los abo-
rígenes. En toda la extensión de la República en-
cuéntranse misiones y misioneros, y el Gobierno no
ahorra esfuerzos para ver de llevar las ventajas de
la civilización a esos seres que por vivir en las pro-
fundidades de la selva quedan fuera de su influen-
cia benéfica. Hace pocas semanas supo el autor, por
un inglés que ha viajado por muchos años en Co-
lombia y que formó parte como misionero de la
expedición formada para buscar a Livingston en el
África central, que, en su. opinión, el Gobierno de
Colombia llevaba su celo por los aborígenes hasta
un extremo ridículo. El inglés atribuía esto a que
en alguna época se había decidido que el Gobierno
30 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
prestara especial protección a los indios, y que esto
no solamente formaba parte del sistema constitucio-
nal de gobierno, sino que se había convertido en
verdadera pesadilla de la Administración de Bogo-
tá. Sea de ello lo que fuere, es digno de tener-
se en cuenta el hecho de que la suma votada an-
tiguamente por el Congreso para los indios, que era
de 6,000 libras esterlinas, ha sido aumentada última-
mente a 20,000 libras.
Mr. F. A. Simons, subdito inglés que vive en Co-
lombia desde 1882, nos envía la siguiente relación
sobre el conocimiento personal que de los indios
tiene y sobre el tratamiento que les dan las autori-
dades:
"Colombia, al contrario de la mayor parte de las Repúblicas sur-
americanas, ha mostrado invariablemente interés profundo y benévolo
por los indios que están bajo su jurisdicción. Las leyes del país pres-
tan mayor protección a los indios que a los mismos blancos. En 1882
el Gobierno de Colombia me comisionó para que levantara el mapa del
Estado del Magdalena y para que rindiera un informe sobre el terri-
torio nacional de la Goajira. Permanecí seis meses en la Goajira, en
donde habitan veinte o veinticinco mil indios que, en esa época, no
habían sido completamente subyugados. Vivían sí en relaciones amis-
tosas con los colombianos, y el Gobierno había gastado grandes su-
mas con el propósito de civilizarlos. Habíanse enviado innumerables
Oficiales colombianos con el fin de llevar a los indígenas influencias
civilizadoras, pero era muy poco lo que se había logrado. La Sierra
Nevada de Santa Marta está habitada por los indios arhuacos, que es-
tán civilizados y cuyos hijos aprenden a leer y a escribir. En muchas
ocasiones se me invitó a los exámenes de las escuelas, y me sorprendió
notablemente la inteligencia de los jóvenes indios. Cuando visité a San
Sebastián, el viejo maestro de escuela me invitó a la inspección anual
de la escuela de indígenas. Permanecí allí durante un día, que fue muy
agradable. Todos sabían leer muy bien, aunque repetían como loros la
TRATO DE LOS INDIOS EN COLOMBIA 31
materia aprendida. Vi un indiecito que leía rápidamente : al mirarlo
por encima del hombro pude convencerme, sin embargo, de que tenia
el libro al revés. Evidentemente su memoria era mejor que su lectura.
"La enseñanza toda se hace en español y comprende escritura, lec-
tura y rudimentos de aritmética. Los colombianos se jactan de que en
la nación no hay un solo hombre, mujer o niño que no sepa leer o es-
cribir. El Gabinete comprende siempre un Ministro de Instrucción pú-
blica que gasta en escuelas anualmente una suma enorme, la cual, si
se tienen en cuenta las finanzas del pais, está perfectamente justificada.
"Existe otro pequeño grupo de indios llamados chimilas que habi-
tan las faldas inferiores de la Nevada, pero cuyo número no creo pase
de quinientos. Son casi salvajes y carecen en absoluto de educación,
pero cuando entran en contacto con los colombianos son benévolos. Se
les trata siempre muy bien.
"Los motilones habitan el contrafuerte oriental de los Andes en la
región del Golfo de Maracaibo: han sido siempre fuente de grandes in-
quietudes para la nación. Como durante la dominación española se les
tratara muy mal, no ha sido posible a los colombianos entrar en rela-
ciones con ellos. Repetidas veces se han enviado comisiones con el fin
de entablar comunicación con esos indios, pero no se ha logrado éxito
en ello, debido al antiguo resentimiento. Muchas veces se han captura-
do niños con el objeto de enseñarles el español y devolverlos a las tri-
bus. El Gobierno de Colombia tiene grandes deseos de entrar en comu-
nicación con esas tribus, con el fin de civilizarlas. El fracaso de los co-
lombianos es tanto más extraordinario cuanto que los venezolanos de
Maracaibo han tenido a grandes intervalos relaciones de comercio con
los indios. Por esta razón indiqué al Gobierno de Colombia que en-
viara comisiones en busca de los indios por el lado de Venezuela. Por
lo que pude saber, el resentimiento se originó en Villanueva, ciudad si-
tuada sobre la falda septentrional de la Sierra negra. Los indios fueron
invitados alli a una fiesta, y se les hizo entrar, por medio de engaños, a
una granja, a la cual se prendió fuego, haciendo perecer entre las
llamas trescientos hombres con sus mujeres y sus niños. Esto indica
claramente que existían relaciones de comercio y que, a causa tal vez
del asesinato de algunos negociantes, los españoles se vengaron de esa
manera. Sea como fuere, desde esa época los indios hacen la guerra a
los colombianos. Las ciudades colombianas en el valle del Cesar, tales
como Becerrill, Jobo, Palmira y Espiritusanto, están en perpetuo esta-
do de sitio. Los colombianos que viajan por aquellas regiones tienen
32 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
que hacerlo en compañía para defenderse de las emboscadas de los
indios.
"Hace dos años viajé con el jefe principal de los indios de San Blas,
quien había ido a Bogotá a ofrecer sus servicios y los de su tribu al
Gobierno de Colombia con el fin de rescatar a Panamá. Los indios de
San Blas son muy belicosos y viven en las montañas que separan el
Atrato del Istmo. Son medianamente civilizados, tienen leyes propias
y obedecen a sus jefes, pero aman a los colombianos.
"Los indios de las regiones superiores del Opón y del Sogamoso
viven en estado absolutamente salvaje: no obstante, los colombianos
han logrado entrar en tratos con ellos. El Gobierno de Colombia es muy
estricto, no permite represalias y prohibe allí la venta de bebidas alco-
hólicas. En el caso de la muerte violenta de un colombiano o de un in-
dio, se envían invariablemente comisiones que investiguen el asunto.
"Los indios que habitan la región situada entre el Putumayo y los
grandes ríos que desembocan en el Orinoco y en el Amazonas, forman
parte de otro territorio nacional. Se les gobierna directamente desde
Bogotá. El Territorio Nacional es independiente del Gobierno nacional,
pero sus empleados son nombrados en Bogotá, y consisten generalmente
de un Prefecto y su Secretario, quienes nombran los diferentes comi-
sarios de las aldeas y distritos. La religión es absolutamente libre en
Colombia."
La siguiente relación suplementaria de un inglés
que vivió muchos años en Colombia y que dirigió
muchas expediciones en diferentes partes de la Re-
pública, suministra pruebas evidentes sobre las me-
didas tomadas por el Gobierno de Colombia para
defender los intereses y promover el bienestar de los
indios en toda la nación:
"He vivido dos años en Colombia, y en ese espacio de tiempo he
viajado extensamente por todo el país, inclusas las regiones de Tierra
Adentro y del río Meta, y puedo decir que en todas partes encontré a
los indios salvajes viviendo en paz, felices y contentos. En muchos dis-
tritos el Gobierno ha establecido escuelas, y en todas partes se encuen-
tran misiones religiosas sostenidas con fondos del Estado. Los aborí-
genes se ocupan en agricultura y minería, siendo además grandes ca-
TRATO DE LOS INDIOS EN COLOMBIA 33
zadores y pescadores. El Gobierno ejerce sobre ellos autoridad pater-
nal y hace todo lo que está a su alcance para promover su bienestar.
Una legislación especial exige que se dé buen trato a los indios. Jamás
he oído decir que se les trate mal.
"En las regiones pobladas de la nación existen territorios para los
indios civilizados, quienes visten lo mismo que los ciudadanos colom-
bianos, hablan solamente español y gozan de muchas garantías por
parte del Gobierno. Esos indios son en su mayor parte ciudadanos pa-
cíficos y trabajadores que gozan de derechos iguales a los de las gen-
tes de origen español. Ortega y Cozaima son ejemplo de esos territo-
rios. Colombia se ha manifestado eminentemente bondadosa en la ma-
nera como trata a los indios."
En. las mismas páginas se encontrará la prueba de
que los colombianos tratan con humanidad a los in-
dios del Putumayo. Sir Roger Casement registra el
hecho de que los indios huían de los peruanos en
busca de colombianos que los protegieran. Es cosa
sabida que un considerable número de aborigénes
atravesó el Caquetá en dirección a territorio reco-
nocidamente colombiano. Sir Roger Casement hace
referencia en su informe a las invasiones efectuadas
más allá del Caquetá con el fin de apresar a los in-
felices salvajes que habían huido de la persecución
peruana. Hoy mismo los periódicos de Lima dan pú-
blica cuenta de los grandes preparativos hechos por
los agentes de Arana en el Putumayo para reclutar
trabajadores en las exhaustas regiones situadas al
Norte del Caquetá.
CAPITULO V
TRATAMIENTO DE LOS INDIOS EN EL PERÚ
En las páginas anteriores nos hemos preguntado
si, al agotarse los recursos de la civilización, se
permitirá en lo porvenir que el Perú maneje los des-
tinos de las hordas de tribus salvajes esparcidas en
las vastas regiones bailadas por el Putumayo. Se
contestará inconscientemente que las naciones ex-
tranjeras no tienen facultad ni derecho para inter-
venir en los negocios internos de esa República.
Puede que esto parezca como argumento final: si
ese fuera el caso, preciso sería confesar que habían
llegado a un término fatal los recursos de la diplo-
macia. Algún conocimiento reflexivo del asunto hace
ver claramente al autor que la diplomacia tiene aún
en sus manos armas efectivas. El Perú ha recono-
cido y declarado que el Putumayo es un territorio
neutral: como tal, no tiene sobre él derecho esta-
blecido para ejercer jurisdicción. Colombia está dis-
puesta a someter al arbitraje la cuestión de sobera-
nía, y el Perú ha expresado también el deseo de so-
meter su litigio con Colombia a la decisión de un
tribunal independiente. Hé ahí la puerta abierta por
donde puede entrar la diplomacia, en representación
de la civilización, para que ponga fin al crimen cons-
tante y a la brutalidad sistemática.
TRATO DE LOS INDIOS EN EL PERÚ 35
En nombre de la civilización pretende el Perú que
ha hecho uso de esa puerta introduciendo reformas
importantes. En otras palabras, llevadas al último
extremo, las autoridades han lanzado más de dos-
cientas órdenes de arresto contra gentes criminales
de la Peruvian Amazon Co., y, según se asegura,
contra el mismo Arana. No es esto; naturalmente,
otra cosa que una maniobra inteligente para enga-
ñar a la civilización, porque el Perú es absoluta-
mente incapaz de efectuar reformas en esa región.
Este hecho evidente lo prueban las declaraciones del
doctor Paredes, quien, como Comisionado nombra-
do por el Gobierno peruano para efectuar las refor-
mas en el Putumayo, dice en su informe rendido
en julio pasado "que entre la mayoría de los pe-
ruanos no se considera en el Putumayo el asesi-
nato como crimen." Sir Roger Casement confirma la
aceptación general de esa idea en el Perú. Según
las declaraciones de este testigo ante la Comisión
Selecta (1), el Putumayo no se diferencia esencial-
mente de otras regiones en que ejerce jurisdicción
el Perú ; alH es común, en todas partes, el sistema
de trabajo forzoso ; dondequiera que se encuentran
aborígenes en estado salvaje o semicivilizado se efec-
túa corrientemente la trata de indios ;■ los peruanos
no consideran como delito punible el asesinato de
los indios en la selva. En apoyo de sus informacio-
(I) Las declaraciones de Sir Roger Casement sobre el particular se
encontrarán en el Apéndice, el cual contiene un extracto de parte de
las declaraciones presentadas a la Comisión.
36 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
nes, Sir Roger Casement presentó a la Comisión
gran número de periódicos peruanos y de declara-
ciones que demuestran que los métodos usados por
los peruanos con los indios despoblaban el pais, y
que en muchas ocasiones los representantes de la
Iglesia católica han protestado contra esos métodos.
y han solicitado suscripciones de fondos con el fin
de suprimir la trata de indios.
El Gobierno ha prometido emprender reformas
profundas en el territorio del Putumayo. ¿Se han
efectuado esas reformas ? ¿ Es posible que se efec-
túen alguna vez? ¿Las condiciones que rigen en el
territorio peruano indican que la civilización perua-
na haya llegado a una altura que permita la reali-
zación de esas reformas? ¿El hecho de que esa re-
gión esté en litigio entre el Perú y Colombia per-
mite suponer que el Perú haga el más pequeño es-
fuerzo para introducir las reformas necesarias ? La
respuesta a estas preguntas es vital para el futuro
bienestar de los indios del Putumayo, y debe darse
antes de que cese la influencia inquietante que ha
tenido entre nosotros la publicación del Libro Azul.
El Gobierno peruano, como lo probaremos, no pue-
de pretender ignorar los crímenes brutales cometi-
dos en el Putumayo en su nombre y desde princi-
pios de este siglo.
Como nueva prueba de la inutilidad absoluta de
esperar que el Perú efectúe reformas en el territorio
del Putumayo, estamos autorizados para reproducir
los siguientes párrafos de cartas publicadas en el
TRATO DE LOS INDIOS EN EL PERÚ 37
Times y en el Manchester Guardian por el Tenien-
te Coronel Fawcett, R. A., distinguido Oficial inglés
que ha viajado extensamente por el Perú:
"Ahora que las atrocidades del Putumayo han llamado la atención
pública sobre el tráfico cauchero de los peruanos, me atrevo a sugerir
que la investigación se haga extensiva a todas las selvas del Perú: las
condiciones que hoy dominan la industria cauchera hacen pensar que
los escándalos no se confinan solamente a las regiones conocidas y ac-
cesibles del Amazonas y sus afluentes. Además de las tribus del Putu-
mayo hay muchas otras sometidas a la esclavitud, y aunque muchos
peruanos inteligentes miran esos escándalos con horror, la nación, como
comunidad, estima demasiado la floreciente industria cauchera y no se
preocupa por los métodos que aseguren el éxito de esa empresa.
"Es obvio que la inmunidad y las grandes ganancias pueden tentar
a propietarios o agentes avaros a emprender una explotación barata de
las riquezas caucheras haciendo uso de los indios salvajes hasta el
punto de obligarlos a trabajar gratis y a matarlos de hambre. No existe
allí inspección gubernamental ninguna, ni creo que ella pudiera ser efec-
tiva. Además, no creo que haya un solo oficial del Perú que no tenga
la convicción sincera de que los indios sólo sirven para ser esclavos o
para ser fusilados. Tal ha sido la política tradicional. El conocimiento que
tengo de muchas tribus me hace opinar que el mejor método de tratar a
los indios es el de dejarlos en territorios propios en donde puedan gozar
de protección efectiva.
"Por qué da el Perú este ejemplo único de barbarie? El Brasil está
libre de tales horrores. En Bolivia no hay idea de ellos. El reciente e
interesante relato que Mr. Lange hace de sus expediciones en el Ama-
zonas superior demuestra que es el peruano quien, a causa de su per-
petua hostilidad hacia los indios, se ha captado su odio. En la altipla-
nicie del Perú se venden los indios salvajes como semovientes de las
haciendas; en el Perú despiertan todavía entusiasmo las corridas de
toros, en tanto que otras repúblicas las han suprimido por salvajes; en
el Perú no causa escándalo la industria atroz de desollar las cabras vi-
vas para fabricar vino. ¿Qué le pasa a ese país? Las clases superiores
sufren de la inevitable atrofia moral de una raza híbrida nacida y edu-
cada sobre el nivel del mar, cerca al Ecuador. Las nueve décimas par-
tes del país son un desierto. Las minas del viejo Perú han sido vencidas
por las de Bolivia, el Ecuador y Colombia. No es éste el Perú del si-
glo XVI.
CAPITULO VI
LOS INDIOS DEL PUTUMAYO
Se ha dicho que la región sobre la cual la Re-
pública del Perú ejerce dominio ilegal se limita a
un área de tierra comparativamente pequeíia y que
no es posible pensar sin graves temores y grandes
inquietudes en la explotación que en lo futuro ha-
gan los peruanos de las tribus indias que habitan
las vastas regiones situadas entre el Ñapo y el Ca-
quetá. Poco se sabe de las tribus que habitan esas
grandes soledades, adonde rara vez llega el blan-
co. Conócense, sin embargo, algunos detalles sobre
los indígenas que habitan las "posesiones" de Arana;
como lo vimos en un capítulo anterior, un misione-
ro francés relata hechos interesantes referentes a los
aborígenes que habitan las regiones superiores del
Putumayo.
El relato hecho por Eugenio Robuchon, explora-
rador francés que visitó las "posesiones" de Arana en
1904, por cuenta del Gobierno peruano, pero con
dinero de la Casa Arana, contiene detalles intere-
santes. Sin embargo, como ese relato fue publicado
por el Gobierno peruano y editado bajo la direc-
ción de un empleado del Ministerio de Relaciones
Exteriores del Perú, no sabemos hasta qué punto
LOS INDIOS DEL PUTUMAYO 39
sea correcta la reproducción de las notas de Robu-
chon. El explorador asegura, por ejemplo, que los
indios hüitotos son caníbales, en tanto que el doc-
tor Paredes, Delegado nombrado por el Perú para
hacer una investigación sobre las atrocidades del
Putumayo, niega el hecho enfáticamente. A ese res-
pecto, dice el doctor Paredes en su informe:
"Esas humildes gentes a quienes se ha prohibido el uso de sus ar-
mas primitivas son nobles, generosas y desinteresadas, no obstante el
hecho de que sus verdugos, con el fin de atenuar sus crímenes, los re-
presentan como depravados y caníbales. Me fue imposible, a pesar de
una investigación cuidadosísima, descubrir un solo caso de canibalis-
mo. Los que digan lo contrario son culpables de falsedad voluntaria."
Esto contradice directamente lo dicho por Robu-
chon y confirma las notas del misionero francés a
que arriba se hizo referencia. Robuchon desapare-
ció misteriosamente en 1905. El primer capítulo de
su libro, que fue publicado en 1907 por el Gobier-
no del Perú, y cuyo contenido fue reproducido un año
más tarde en la colección de documentos oficiales
referentes a Loreto, se titula Entre los indios caní-
bales. Refiriéndose a los indios hüitotos, dice Ro-
buchon :
" Los hüitotos tienen piel cobriza, y su cabello largo y abundante es
negro y liso. Se cortan o arrancan las cejas y pestañas. Según la tribu
a que pertenezcan, los hombres se mutilan los labios o las narices.
Los del Igaraparaná superior se perforan la nariz, atravesando en ella
un pequeño tubo de junco que adornan con plumas de colores. En el
labio inferior insertan un clavo de metal. Casi todos tienen perforado
el lóbulo de la oreja, que adornan con grandes pedazos de madera in-
crustados de concha.
40 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
'\Los huitotos usan como armas cerbatanas de dos metros de largo,
con las cuales lanzan pequeñas saetas de veinticinco centímetros de
longitud, inocentes en apariencia pero envenenadas con curare, y cuya
herida produce la muerte en menos de un minuto. Usan también saetas
envenenadas llamadas morucos, que tienen una longitud de un metro
y ochenta centímetros y son llevadas en carcajs de bambú que contie-
nen a la vez ocho o diez de ellas. Los indios las arrojan a una distan-
cia de veinte metros, y hacen uso de ellas con gran destreza en la caza
y en la guerra. Las macanas o mazos de madera durísima que seme-
jan una grande espada son su arma guerrera.
" Los huitotos no tienen religión propiamente dicha. Creen, sin em-
bargo, en un ser superior, a quien llaman Usinamú; en un ser inferior,
Taifeno, a quien consideran como espíritu del mal. Creen en la inmor-
talidad del alma y en una vida futura. Rinden homenaje al sol bajo el
nombre de Itoma, y a la luna bajo el nombre de Fuei. Queman a los
muertos envolviéndolos en una hamaca nueva con todas sus propieda-
des. No usan ceremonias nupciales. El futuro novio visita la casa en
donde vive la mujer de su elección; cava un hoyo; corta leña en el bos-
que de su futuro suegro, y obsequia al jefe con un saco de cacao o de
tabaco. Dos semanas después se le entrega la mujer que ha pedido en
esa forma. Allí no existe la poligamia. Es muy raro el jefe que tiene
dos esposas.
"El vestido de los huitotos consiste en un cinturón de fibra de lian-
chama, la cual, una vez triturada, lavada y secada, forma un material
semejante al paño. Se le corta y se usa envuelta en la cintura y anu-
dada por delante. Los hombres acostumbran envolverse los brazos fuerte-
mente. Lo mismo hacen las mujeres con las piernas.
"En las danzas y ceremonias que se efectúan anualmente los indios
se pintan el cuerpo con dibujos complicadísimos. No hay espectáculo
más pintoresco que el que presentan los hombres y las mujeres ador-
nados con coronas de plumas vistosas, con collares de dientes huma-
nos y con campanillas que resuenan en sus cinturas y rodillas. Danzan
con ritmo uniforme, marcando el compás con el pie derecho y cantan-
tando a la vez y en coro un himno festivo. Esa música extraña va
acompañada por golpes acompasados en la mangada. Las danzas ter-
minan generalmente con una orgía canibalesca acompañada de ritos y
ceremonias religiosas."
LOS INDIOS DEL PUTUMAYO 41
No tratamos en el presente volumen de los terri-
bles crímenes cometidos con los indios del Putuma-
yo. Del tráfico de esclavos que se efectúa en esa
región podemos citar lo que nos comunica un co-
rresponsal que dice que ha visto los papeles de los
caucheros, en los cuales se menciona la trata de in-
dios como un negocio lícito. Los documentos refe-
rentes a ese negocio son apenas legibles a causa
de los innumerables traspasos y endosos de propie-
dad de esclavos transcritos en ellos. A ese respec-
to merece mencionarse el tratado de amistad, co-
mercio y navegación celebrado entre la Gran Bre-
taña y el Perú el 10 de abril de 1850, el cual dice
en su artículo 14: "La República del Perú se com-
promete a cooperar con S. M. Británica para la abo-
lición total del tráfico de esclavos, prohibiendo a
todas las personas que habitan el territorio de la
República o que están sujetas a su jurisdicción, ocu-
parse en ese tráfico o. tomar parte en él de cual-
quiera manera, bajo penas severísimas". Es por con-
siguiente muy curioso que en el mercado de Iquitos
se vendan públicamente niños indios importados del
Putumayo.
CAPITULO Vil
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES.
RESPONSABILIDAD DEL GOBIERNO DEL PERÚ
Se ha dicho, según testimonio de Sir Roger Ca-
sement, que la Casa de Arana Hermanos entró en
negocios con los colonos colombianos en 1896, y
que en 1904 la Casa habia adquirido dominio com-
pleto de la región. El Libro Azul informa además
que en 1903 la región estaba ocupada principalmen-
te por caucheros colombianos, y que desde la pri-
mera invasión de los caucheros colombianos, a prin-
cipios de 1880, hasta la llegada de los agentes de
la Casa Arana, la explotación de los recursos cau-
cheros de la región estaba en manos de colonos
colombianos. En otras palabras, la ocupación colom-
biana de la región del Putumayo y los derechos
comerciales allí establecidos por ciudadanos colom-
bianos han sido violentamente usurpados por el Go-
bierno del Perú, por ciudadanos peruanos y por la
Peruvian Amazon Co. Según los peruanos, la pose-
sión de dominio sobre esa región y la explotación
fructuosa de las selvas caucheras envolvía no sola-
mente el asesinato de los indios sino también la
exterminación de los colonos colombianos.
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 43
Uno de los primeros documentos oficiales en que
consta que el Gobierno peruano tenía conocimiento de
los actos de vandalismo que cometían los peruanos en
el Putumayo puede encontrarse en la serie de notas
cruzadas en 1891 entre el Gobierno de Colombia y el
del Perú. En ese año el Gobierno de Colombia tuvo
ocasión de presentar una reclamación ante el Gobier-
no del Perú contra ciertos actos de vandalismo cometi-
dos por un peruano establecido en territorio colom-
biano (el Putumayo). En su respuesta al Gobierno
de Colombia, el Ministro de Relaciones del Perú
aseguró que se habían hecho investigaciones sobre
la supuesta venta de indios colombianos en el Putu-
mayo, pero que "el criminal, al verse perseguido, había
huido a Aguarico, que queda en territorio colombia-
no." (1) Un año después el Gobierno de Colombia in-
vitó a los Gobiernos del Ecuador y del Brasil para
que protestaran conjuntamente contra los crímenes
perpetrados en los indios por aventureros peruanos
sin conciencia.
En 1889 Julio C. Arana principió sus negocios, y
en 1898 se abrió la Casa de ¡quitos. Un año más
tarde, el Gobierno de Colombia, alarmado por los
actos de vandalismo que con los indios del Putuma-
yo ejecutaban las autoridades y los ciudadanos pe-
ruanos, llamó al efecto la atención del Gobierno pe-
(i) Es digno de tenerse en cuenta el hecho de que en un mapa ofi-
cial del Perú, publicado en Inglaterra en 1903 por orden del Ministerio
de Relaciones Exteriores del Perú, se considera ciudad como situada bajo
jurisdicción del Perú.
44 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
ruano. En ese mismo año se presentó al Congreso
de Colombia un denuncio sobre el tráfico vergon-
zoso de indios, que fue publicado en el Diario Ofi-
cial La respuesta recibida del Gobierno del Perú no
contenía negativa ninguna de las afirmaciones explí-
citas del Ministro de Relaciones Exteriores de Co-
lombia "sobre el premeditado proyecto de apode-
rarse gradualmente del Putumayo."
La fecha de esta correspondencia es tres años pos-
terior a la primera explotación emprendida por Arana
en las riquezas caucheras del Putumayo. Es evidente
que al hacer esta afirmación referente al despojo de
colombianos, el Gobierno de Colombia se daba cuenta
perfecta de los designios del Gobierno peruano so-
bre adquisición de soberanía en el territorio materia
de litigio entre las dos naciones. En los cuatro años
siguientes una prolongada revolución en Colombia
impidió que el Gobierno prestara atención a lo que
sucedía en ese territorio restante. En 1903 la Casa
Arana Hermanos estableció su centro de negocios
en Iquitos.
En el Libro Azul se encuentran pruebas evidentes
de los ataques hechos por Arana Hermanos contra
colombianos establecidos tanto en el Putumayo como
en el territorio netamente colombiano situado al Norte
del Caquetá. Esos ataques fueron frecuentemente apo-
yados por autoridades civiles y militares del Perú.
Víctimas de los crimeneb hoy conocidos fueron no
solamente los indios sino también los ciudadanos
colombianos. Esto lo corroboran las declaraciones
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 45
de los testigos interrogados por la Comisión Selecta
del Putumayo y la correspondencia cruzada en 1903
entre los gobiernos de Colombia y el Perú, en la
cual se trata detalladamente de los crímenes de que
habían sido víctimas ciudadanos colombianos. El 18
de febrero de 1903, por ejemplo, el Ministro de Co-
lombia en Lima presentó la sígnente Nota al Ministro
de Relaciones Exteriores del Perú:
"Mi Gobierno tiene conocimiento de que, desde hace algún tiempo,
las autoridades del Departamento de Loreto vienen ejerciendo actos de
dominio y jurisdicción en los territorios situados en la margen septen-
trional del Amazonas en las hoyas de los rios Ñapo, Putumayo y Ca-
quetá o Yapurá, territorios que Colombia considera como suyos y cuya
propiedad definitiva está sujeta a la Convención de Arbitramento, ce-
lebrada en esta capital el 15 de diciembre de 1894, entre Colombia,
Perú y Ecuador.
"La Cancillería colombiana no había querido tomar en seria consi-
deración dichos procedimientos porque creía que ellos podían obede-
cer a un excesivo celo de parte del Prefecto de aquel lejano Departa-
mento para favorecer los intereses comerciales de esa vasta y riquísi-
ma región, pero hechos recientes han venido a comprobar, de una ma-
nera evidente, que no se trata en modo alguno de medidas aisladas
tomadas con el fin indicado, sino de un plan perfectamente preconce-
bido y combinado con el objeto de ir tomando posesión de esos terri-
torios, para lo cual se han establecido en distintos puntos avanzados
de ellos comisarías fluviales, autoridades militares, aduanillas, en fin,
todo aquello que constituye perfecta y absoluta soberanía, como lo
comprueban los hechos que paso a enumerar.
"En septiembre de 1333, el señor Prefecto de Loreto dictó una Re-
solución respecto a la navegación del río Putumayo e introducción de
mercaderías en esa región. En septiembre de 1903 establecióse una Co-
misaría fluvial en el río Ñapo, nombrándose para el desempeño de ella
al señor don Manuel Carrillo.
"En noviembre del mismo año zarpó de Iquitos el aviso de guerra
peruano Cahuapanas con destino al río Putumayo, conduciendo al señor
don Francisco Zapatero y a otros empleados con el objeto de estable-
46 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
cer una Aduanilla en dicho río, así como también al Comandante don
Juan M. González con tropa armada con el fin de fundar allí una Co-
misaría fluvial.
"En julio de 1931 llegó a Iquitos la lancha peruana Putumayo tra-
yendo a su bordo, en calidad de presos, a los colombianos Rafael To-
bar Cabrera, Cecilio Plata Rojas, Juan de Jesús Cabrera y Aquiles To-
rres, quienes fueron tomados en Igaraparaná, afluente de! Putumayo,
en la margen izquierda, en un punto denominado La Chorrera, acu-
sados de un delito cometido en el Caquetá, región sin disputa alguna
colombiana, y cuyo juzgamiento, por lo tanto, correspondía a las au-
toridades de Colombia. Estos individuos fueron puestos en la cárcel
pública de Iquitos, y sólo por instancias del Cónsul de Colombia en esa
ciudad se les dio libertad.
"En septiembre de 1901 fue nombrado jefe de la Comisaría fluvial
en el río Putumayo el señor don Ildefonso Fonsecas, quien se dirigió
a tomar posesión de su destino, acompañado de cinco soldados. En
enero de 1992 zarpó de la ciudad de Iquitos la lancha del Estado ¡qui-
tos conduciendo en comisión del Gobierno peruano al Ingeniero señor
G. M. von Hassel con el objeto de levantar planos y ver la mejor ma-
nera de abrir un camino o vía de comunicación con la parte alta del
río Putumayo.
"En marzo del mismo año el señor Prefecto del Departamento de
Loreto, Coronel don Pedro Portillo, se dirigió personalmente con algu-
nos oficiales y quince hombres de tropa a los ríos Ñapo, Putumayo y
Caquetá con el objeto de establecer en ellos nuevas oficinas y autori-
dades peruanas.
"En noviembre del mismo año salió de Iquitos en la lancha Putu-
mayo el Oficial Albarracín con algunos soldados con el objeto de refor-
zar la guarnición establecida en Igaraparaná, afluente del Putumayo.
"Podría, señor Ministro, citar muchos otros hechos, pero juzgo su-
ficientes los que he mencionado para demostrar el empeño con que las
autoridades peruanas están procediendo con el deliberado fin de tomar
posesión, no sólo de territorios situados en la zona oriental disputada
entre Colombia y el Perú, sino aun en regiones de absoluta e indiscu-
tible propiedad de Colombia.
"Por lo expuesto se convencerá V. E. de la justicia que asiste a mi
Gobierno para llamar la atención del del Perú acerca de estos proce-
dimientos que constituyen una infracción del statu quo derivado de la
Convención tripartita de límites.
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 47
"Esta ocupación que viene haciendo el Perú en toda la región en
litis es hoy, como no se escapa a la penetración de V. E., de conse-
cuencias tanto más trascendentales para Colombia, cuanto que aquel
pacto de arbitramento faculta a S. M. el Rey de España para que diri-
ma las cuestiones de limites entre las tres repúblicas."
Diez días después el Ministro de Relaciones Ex-
teriores del Perú contestaba así:
"Tengo el honor de acusar recibo de la Nota de S. E. de fecha 18
de los corrientes, en la cual se refiere a ciertos actos cometidos por
las autoridades del Departamento de Loreto en regiones que S. E. cree
están sujetas al Convenio de Arbitraje celebrado en Lima el 15 de di-
ciembre de 1894 entre el Perú, Colombia y el Ecuador. Manifiesta S. E.
su desaprobación por tales actos que tienden a alterar la amistad leal
y sincera que existe y debiera siempre existir entre el Perú y Colombia.
"He pedido detalles referentes a este asunto con el fin de estudiar
cuidadosamente la protesta presentada por S. E. Puedo, entretanto, ase-
gurar a S. E. que el Perú no olvida ni traicionará la amistad leal que
hasta hoy ha existido entre nuestras dos naciones."
Ocho meses después de cruzada la corresponden-
cia anterior entre los Gobiernos de Colombia y el
Perú, el Ministro de Relaciones Exteriores del Perú
envió la siguiente comunicación a los señores Arana
Hermanos, de Iquitos, ordenándoles que hicieran uso
de los servicios del explorador francés Eugenio Ro-
buchon:
* "Lima, noviembre 4 de 1903
"Señores J. C Arana y Hermanos— Iquitos
"Tiene conocimiento este Ministerio de que el señor E. Robuchon,
miembro de la Sociedad Geográfica de París, y*antiguo explorador de
la zona oriental de América, salió del Havre para Iquitos en mayo del
año pasado.
"Dirijo, pues, esta carta a ustedes con el objeto de que, si es po-
sible, empleen, por cuenta del Gobierno del Perú, a dicho señor Robu-
48 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
chon con el fin de que efectúe, en la zona en que están situadas las
propiedades de ustedes, las investigaciones de que tratan las adjuntas
instrucciones.
"El Gobierno considera que es deseable principiar las investigacio-
nes en esa zona, y espera que ustedes facilitarán al señor Robuchon
todo lo necesario para que logre cumplido éxito en su empresa.
"Tengan la bondad de pagar mensualmente al señor Robuchon la
suma de 35 libras, además de lo que en concepto de ustedes pueda
necesitar para su mantención, para el transporte de su equipaje y para
la compra de los efectos que le sean necesarios.
"En vista del reconocido patriotismo de ustedes, espera este Minis-
terio que presten al asunto la atención que requiere."
Diez meses más tarde Arana Hermanos enviaron
la siguiente contestación al Ministro de Relaciones
Exteriores del Perú:
"Iquitos, septiembre de 1904
"Tenemos el honor de enviar copia del contrato que por cuenta del
Gobierno del Perú hemos celebrado con el señor Eugenio Robuchon, de
acuerdo con la atenta nota de ese Ministerio de 4 de noviembre pasado.
"Tenemos también mucho gusto en informar a 8. E. que nuestra
Casa ha resuelto tomar a su cargo todos los gastos que requiera la
misión del señor Robuchon, pues deseamos ardientemente contribuir,
aunque sea en pequeña escala, a los patrióticos designios de nuestro
Gobierno."
En el contrato se explica que el objeto del viaje de
Robuchon era la exploración de los ríos en la región
del Putumayo y de las tierras adyacentes a ellos, si-
tuadas entre el Ñapo y el Caquetá. Robuchon tenía
orden de tomar fotografías de los puntos más no-
tables que visitara, "de los indígenas y de todas las
estaciones caucheras." Era cosa convenida que indi-
caría las reformas que le ocurrieran "para mejorar y
extender la explotación de dicha región, principal-
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 49
mente en lo que se refiere a sus recursos cauche-
ros." Su viaje de investigación debía limitarse a cua-
tro meses. En el contrato figura la cláusula de que
todos los trabajos de Robuchon, tales como mapas
y fotografías, así como dos copias de su informe,
que debería publicarse en español y en inglés, se-
rían propiedad del Gobierno del Perú. El contrato,
que fue fechado el 30 de agosto de 1904 en Iquitos,
lleva las firmas de Robuchon y de Arana Hermanos.
Robuchon permaneció en el Putumayo hasta 1906,
aíio en que desapareció misteriosamente. En julio
de 1906, se firmó en Lima un convenio entre el Go-
bierno del Perú y el Ministro Plenipotenciario de Co-
lombia por el cual "todas las guarniciones, autori-
dades civiles y militares y aduanas" que uno u otro
país hubieren establecido en el Putumayo serían re-
tiradas. Al efecto, el Ministro de Relaciones Exterio-
res de Colombia, en despacho dirigido un año des-
pués (1907) al Encargado de Negocios de Colombia
en Lima, daba las siguientes instrucciones:
"Posteriormente a la aprobación de los tratados dichos, nuestro
Plenipotenciario en Lima celebró, el 6 de julio del año pasado, un acuer-
do sobre modas vivendi en el Putumayo y sus afluentes, acuerdo por
cuya cláusula segunda se comprometieron los dos Gobiernos a retirar
de ese río y sus afluentes transitoriamente todas las guarniciones, au-
toridades civiles y militares, aduanas que allí tuvieran establecidas. El
Gobic^rno de Colombia dio su aprobación al acuerdo dicho y lo ha cum-
plido religiosamente.
"Ahora bien : al aprobar ese acuerdo sobre modus vivendi, tuvo el
Gobierno de Colombia en cuenta la probable próxima aprobación por
parte del Congreso peruano de los tratados sobre arbitraje que nos
ponían en camino de llegar a una solución definitiva y amigable de
50 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
nuestras controversias sobre limites. Pero el lieclio de no haber apro-
bado aún el Congreso del Perú esos tratados, el continuado avance de
los peruanos en el territorio disputado al amparo de la falta de guar-
niciones y autoridades colombianas, la necesidad de proteger de una
manera eficaz a nuestros compatriotas establecidos en aquellos territo-
rios, ponen al Gobierno de Colombia en el caso de ordenar a usted,
como lo hago por la presente, el inmediato denuncio del acuerdo sobre
modas vivendi existente. Ese denuncio lo hará usted en debida forma,
dejando constancia de él, en nota oficial al Ministerio de Relaciones
Exteriores del Perú, y se servirá dar aviso por cable a este Ministerio
una vez que lo haya hecho.
"Se servirá usted manifestar al Gobierno del Perú la imposibilidad
en que se halla el nuestro de convenir en que nuestro territorio orien-
tal siga convertido, en virtud del modus vivendi, en un asilo de bando-
leros en que se roba y se asesina impunemente y en donde no ha que-
dado otra ley que la del más fuerte."
La nota está fechada el 17 de septiembre de 1907,
nueve días antes a la fecha en que fue registrada
en Londres la Peruvian Amazon Co. Limited. Fue du-
rante el verano de 1907 cuando el intrépido Rocca,
Director de La Felpa y La Sanción, hizo conocer del
público los terribles crímenes que se cometían en el
Putumayo. En la Revista inglesa Truth se publicaron
hace tres años extractos de esos periódicos. Rocca
envió números de sus publicaciones a los Presidentes
de los Tribunales, etc., de Lima. En el número de
La Felpa correspondiente al 3 de diciembre de 1907,
encontramos el siguiente párrafo:
"Los asesinos de la Casa Arana continúan su obra de carniceria, y
digo asesinos de la Casa Arana, porque aunque su socio principal ha
vendido sus propiedades a un Sindicato inglés, J. C. Arana y sus pa-
rientes son todavía los accionistas principales del Sindicato y tienen en
el Putumayo sus antiguos agentes."
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 51
Para probar que el convenio firmado al año an-
terior entre Colombia y el Perú era conocido en
Iquitos, reproducimos la siguiente página publicada
en La Sanción correspondiente al 10 de octubre de
1907:
"Los asesinos de la Casa Arana Hermanos continúan su obra de cri-
men y maldad. Nada se ha ganado con las declaraciones que hemos
hecho sobre los crímenes innumerables que se cometen diariamente. El
robo, el asesinato, el incendio siguen adelante y nada hacen nuestras
autoridades judiciales para impedir que el Juez posponga indefinidamen-
te el castigo de los criminales, e inspirado sabe Dios por qué influencia,
se dirige a la Corte Suprema con el fin de que ésta decida si, en vista
del Convenio de modas vivendi existente entre el Perú y Colombia, el
Putumayo es territorio neutral, y si, por consiguiente, puede o no ejer-
cer jurisdicción allí.
"Buena pregunta!
"¿Olvida el Juez que la Corte principió sus augustas labores mucho
después de la firma del famoso modas vivendi ? ¿Olvidaba tan pronto
que el primer acto de la Corte fue el de nombrar todos los Magistra-
dos que debían obrar dentro de su jurisdicción y que ese nombramien-
to recayó sobre los agentes asesinos de la Casa Arana o sobre Macedo,
Loaisa, etc? ¿Dónde está, pues, la jurisdicción?
"La Corte Suprema no puede contradecirse abiertamente ni dar
prueba tan palpable de incompetencia. No creemos que los Magistra-
dos se equivoquen y muchísimo menos en asuntos internacionales que
presentan tan pequeñas dificultades. Si la Corte decide ahora que ese
distrito es neutral, semejante decisión puede significar solamente una
de dos cosas: o parcialidad o error al n mbrar Magistrados en un dis-
trito sobre el cual el Perú había perdido todo derecho de soberanía.
Lo repetimos: no creemos que la Corte Suprema llegue a tal decisión."
Lo dicho por La Sanción demuestra que el Juez
del crimen ante quien Rocca había presentado un
denuncio referente a los crímenes del Putumayo, se
dirigía a la Corte Suprema con el fin de saber si el
Putumayo caía bajo su jurisdicción. En otras pala-
52 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
bras, el Juez evitaba, ante todo, llegar a decisión nin-
guna ^obre los criminales, debido a la neutralidad de
la región en cuestión. En la declaración rendida por
Sir Roger Casement ante la Comisión Selecta del
Putumayo se hace notar el hecho de que en 1910,
cuando se urgía a las autoridades judiciales de ¡qui-
tos para que procedieran contra los criminales pe-
ruanos, aquéllas se refugiaban en el hecho de que
el Putumayo era territorio neutral y quedaba, por
consiguiente, fuera de la jurisdicción del Perú. Sobre
ese punto insiste con énfasis en su informe el doc-
tor Paredes, Delegado nombrado por el Gobierno
del Perú para investigar los asuntos del Putumayo.
El denuncio presentado por Rocca al Juez del cri-
men de Iquitos es un documento de considerable ex-
tensión, del cual extractamos lo siguiente:
"Yo, Benjamín Saldaña Rocca, residente en el número 38 de la calle
del Próspero, me permito informar a S. E. de que los sentimientos de
humanidad por los desgraciados indios que habitan el Putumayo y sus
afluentes me obligan a denunciar ante S. E. a los célebres malhechores
Víctor Macedo, Miguel Loaisa. . . . Los acuso de haber cometido críme-
nes de asesinato, incendio, estafa y robo, agravados por la práctica de
las más crueles torturas y martirios, cometidos con agua, fuego y látigo.
"Los crímenes de que acuso a estos hombres fueron cometidos en
los afluentes del río Putumayo, es decir, éntrelos ríos Igaraparaná, Ca-
raparaná, Cahuinari y otros ríos en los cuales los señores Vega, Arana
y Compañía y J. C. Arana y Hermanos efectúan la industria cauchera.
Las propiedades se llaman La Chorrera y El Encanto y están divididas
en numerosas haciendas que se denominan "secciones" (Oriente, etc.)
Víctor Macedo es administrador de La Chorrera y Miguel Loaisa de
El Encanto. Macedo y Loaisa, su rival, se complacen en asesinar y
en quemar vivos a los pobres indígenas, indefensos e inofensivos que
habitan esa región. El peor de todos los actos cometidos por esos dos
criminales ocurrió en 19J3. En ese año llegaron a La Chorrera más de
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 53
800 indios de Ocaima, que iban allí con el fin de entregar el caucho que
habían recogido. Después de pesar y de entregar la goma, Fidel Ve-
larde, Subadministrador de la sección a la cual pertenecían los indios,
apartó 25 de éstos so pretexto de que eran demasiado perezosos en el
trabajo. Víctor Macedo y su cómplice Loaisa dieron orden de que cada
indio fuera envuelto en un saco empapado en petróleo, al cual se pren-
dió fuego inmediatamente. Pronto se incendiaron las desventuradas víc-
timas de tan atroz crueldad, y emprendiendo la fuga se arrojaron en el
cercano río con la esperanza de salvarse, cosa que no lograron, pues
todos se ahogaron. Esas eran las diversiones habituales de Macedo y
de sus compañeros infernales.
"Otra de las hienas del Patumayo se llama Miguel Flórez, el cual
asesinó tal número de hombres, mujeres, viejos y niños, que Macedo,
espantado y temeroso de que despoblara totalmente la región, le dio or-
den expresa de que no matara por diversión sino solamente en el caso
de que los indios no llevaran caucho. Flórez obedeció las órdenes de
su superior, y en dos meses no mató más que 43 indios. A pesar de
todo, las torturas con que los castigaba eran constantes y las mutila-
ciones terribles, porque les cortaba orejas, narices, manos y pies a un
número considerable de víctimas. Tales eran las ocupaciones favoritas
del empleado modelo de la Casa Arana.
"La sección de Abisinia ha sido también teatro de escenas horribles.
Abelardo Agüero, en compañía de su segundo Augusto Jiménez, tiene la
costumbre de practicar el tiro al blanco con los indígenas que mantie-
ne presos. Tienen también el hábito de hacerlo con los viejos y con los
niños pequeños. La sección de Matanzas es la peor de todas. Allí se
ocultan los esqueletos de los millares de victimas del terrible Normand,
oven que no ha cumplido aún veintidós años."
El denuncio hace también referencia de dos ne-
gros de Barbados llamados Stanley y Lewis, quie-
nes, para cumplir las órdenes del Subdirector de la
Sección, dieron ciento cincuenta y cinco azotes a una
india, hasta el punto de despedazarle los muslos. En
seguida la fusilaron. Rocca describe también los
viajes periódicos que esa cuadrilla de malhechores
54 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
hacía en persecución de los indios. Hé aquí el re-
lato de una de esas correrías:
Después de ordenar el Jefe de la Sección a sus
subordinados que se armen, emprenden el viaje en
busca de las tribus de indios y del caucho que de-
ben entregar en el término de diez días. Se dirigen
a la casa en donde los indios deben entregar el
caucho, y proceden a dictar el número de kilos de
caucho que cada indio debe entregar. Al pesar las
cantidades entregadas se nota que algunos no han
logrado presentar la cantidad entregada: en esas
circunstancias reciben veinticinco azotes de los ne-
gros barbadenses que han sido llevados allí con el
fin único de que sirvan de verdugos. Al décimo
azote la víctima pierde el sentido. Sucede otras
veces que tres e cuatro indios dejan de aparecer
en la correría, porque no han podido recoger la can-
tidad de caucho exigida. En ese caso el Jefe da
orden a cuatro civilizados para que interroguen a
diez indios hostiles a los que hacen falta para que
digan dónde se ocultan. Verifícase entonces el es-
pectáculo más horrible. Después de rodear la choza
en donde se ocultan esos desgraciados se le pren-
de fuego; los indios que pretenden emprender la
fuga son fusilados inmediatamente. En las chozas
se ocultan ancianos, niños y enfermos. Todos pe-
recen bajo el bárbaro machete del putumayo.
El denuncio de Rocca está fechado el 9 de agosto
de 1907.
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 55
Como lo dice Sir Roger Casement en el Libro
Azul, el Gobierno peruano publicó en 1907 las notas
de Eugenio Robuchon. El explorador francés per-
maneció dos anos en el Putumayo. Como se ha dicho
antes, desapareció misteriosamente. Sir Roger Case-
ment reproduce en el Libro Azul uno o dos pasajes
del relato de la excursión hecha por Robuchon en
las posesiones de Arana Hermanos. Las circunstan-
cias en que fue hecha la publicación quedan de ma-
nifiesto en la correspondencia cruzada entre el señor
Carlos de Castro, Cónsul General del Perú en Ma-
naos, y el Ministro de Relaciones Exteriores del Perú.
Con fecha 4 de abril de 1907 dirigió el Ministro de
Relaciones Exteriores del Perú, la siguiente carta al
seíior de Castro :
"El 30 de agosto de 1934, los señores Arana Hermanos, obrando por
cuenta del Gobierno del Perú, celebraron un contrato con el señor Euge-
nio Robuchon, por el cual ese caballero se comprometía a efectuar una
exploración de carácter geográfico y etnográfico en la región del Pu-
tumayo y sus afluentes que ocupan los señores Aranas.
"Sírvase obtener de los señores Aranas todo el trabajo original lle-
vado a cabo por el señor Robuchon, así como los planos, mapas y
fotografías referentes a su exploración.
"Me permito informarle que los señores Aranas, con laudable pa-
triotismo, se han encargado de cubrir todos los gastos que demande
la expedición de Robuchon. Usted no tendrá que hacer, pues, gasto
ninguno.
"Tan pronto como esté en poder de usted el original de los trabajos
mencionados, sírvase traerlo a esta ciudad (Lima), tomando todas las
precauciones necesarias para que llegue a poder del Gobierno."
La especial significación de este documento con-
siste en que el Gobierno del Perú daba la mayor
56 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
importancia a los informes de Robuchon. Eso lo
prueba la siguiente comunicación, que complementa
la anterior, y con la misma fecha, lleva como titulo:
Ampliación de las anteriores instrucciones paro otros
documentos referentes a los derechos territoriales del
Perú sobre la región del Patumayo.
"Tiene conocimiento este Ministerio de que los señores Arana Her-
manos, de Iquitos, tienen en su poder el alegato escrito presentado
al Magistrado del Bajo Amazonas, con el fin de establecer sus dere-
chos sobre las tierras que ellos ocupan en las riberas del río Putu-
mayo y de sus afluentes.
"Como el alegato es de la mayor importancia debido a las pruebas
que contiene con referencia a nuestros litigios de fronteras con Co-
lombia, sírvase hacer lo posible por conseguirlo, si no original, al
menos en copia legalizada, que usted entregará aquí en la misma
forma que los documentos de Robuchon mencionados en mi despacho
de esta fecha."
Sería tan instructivo como interesante saber por
medio de qué sistema de razonamiento inductivo se
proponía el Gobierno del Perú establecer sus de-
rechos en el Putumayo basándose en el alegato de
la Casa Arana Hermanos, referente a sus derechos
de propiedad en la región del Putumayo por ella
reclamada. Las "posesiones" de Arana comprendían,
de acuerdo con el avalúo que figura en el prospec-
to de la Peruvian Amazon Co. Limiied, 12,000 mi-
llas cuadradas, en tanto que la región toda del Pu-
tumayo abraza más de 200,000 millas. Debe recordar-
se también que el Presidente de la Compañía, en la
reunión anual verificada en 1910, declaró que la Com-
pañía no poseía títulos sobre esa región, que cual-
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 57
quiera otra Compañía que se organizara allí en com-
petencia gozaría iguales derechos a los de las de-
más sociedades de comercio que explotaran las re-
giones caucheras. Sin embargo, los llamados dere-
chos de propiedad fueron arrebatados por una sola
Compañía de comercio y adquiridos por una orga-
nización ilegal compuesta de mil empleados que go-
zaba del apoyo de la soldadesca peruana y cuyo
objeto final era despojar a los colombianos de sus
propiedades. El Gobierno peruano tenía conocimien-
to de tales hechos. Las comunicaciones arriba cita-
das prueban abundantemente que la razón que obli-
gó al Gobierno peruano a usar de los servicios de
Robuchon fue simplemente la de adelantar, por me-
dio da una táctica artera, el avance de sus derechos
en el Putumayo. La siguiente nota del Ministerio de
Relaciones Exteriores del Perú, fechada en Lima el
23 de septiembre de 1907, da instrucciones sobre la
publicación que, a costa del Gobierno, debe hacerse
del informe de Robuchon:
"En vista del despacho enviado a este Ministerio por don Carlos
de Castro, Cónsul General del Perú en Manaos, de acuerdo con las
instrucciones a él enviadas, y en el cual se incluyen los informes de
Robuchon sobre el río Putumayo y sus tributarios, junto con el ale-
gato presentado al Magistrado del Bajo Amazonas presentado por
J. C. Arana y Hermanos, con el fin de probar su derecho de propiedad
sobre dicho río y sus afluentes, ordenamos que los informes de Robu-
chon se publiquen a costa de este Gobierno, bajo la vigilancia de di-
cho Cónsul General, quien gozará de su sueldo hasta que termine el
trabajo."
58 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
El informe fue, pues, editado por de Castro, y con-
tiene un prólogo suyo, muchas fotografías tomadas
por Robuchon y un retrato de J. C. Arana. Se im-
primieron 20,000 ejemplares de la obra. La nota an-
terior, fechada el 23 de septiembre de 1907, tres días
antes de efectuarse el registro en Londres de la Pe-
ruvian Amazon Co., figura en las páginas del libro.
Debe tenerse en cuenta que el contrato celebrado
con Robuchon especifica claramente que la obra debe
publicarse en inglés. Una de las fotografías es es-
pecialmente significativa: se titula En marcha hacia
los hüitotos y representa un grupo de veinte blan-
cos armados con rifles. Según el editorial del im-
portante diario limeño La Prensa correspondiente al
8 de julio último, las fotografías inéditas tomadas
por Robuchon son muy conocidas y representan es-
cenas verdaderamente espantosas.
En su prólogo a la obra de Robuchon, el Cónsul
General del Perú manifiesta su pesar por la muerte
prematura que alcanzó el explorador francés en mi-
tad de sus estudios de exploración. Asegura el edi-
tor que las posesiones de los señores Aranas ocupan
un área grandísima del Putumayo, y que la Casa ha
invertido más de trescientas mil libras con el fin de
civilizar, de alguna manera, "a los salvajes que ha-
bitan esas regiones, entre los cuales hay muchos ca-
níbales." Concluye el prefacio diciendo que el informe
de Robuchon "tendrá indudablemente valor grandí-
simo, porque probará, en caso de que tal cosa fuere
necesaria, la aplicación de la actividad peruana a re-
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 59
giones que ciertas naciones vecinas reclaman hoy de
nosotros." El prólogo está fechado en Lima en 1907.
Estamos perfectamente de acuerdo con el señor de
Castro en la parte final de su prólogo, siempre que
se cambien las palabras "informe de Robuchon" por
las de "Libro Azul inglés": así se tendría idea más
clara y completa de los fines a que se encaminaban
las actividades peruanas.
La gravedad de los asuntos del Putumayo en 1906
y 1907 fue causa de serias inquietudes para el Go-
bierno de Colombia. Ya se tenía conocimiento en esa
época en Bogotá de los crímenes cometidos en el
Putumayo. El 20 de febrero de 1907, por ejemplo,
el Presidente de la República recibió el siguiente te-
legrama, referente al asesinato del jefe de los indios
huitotos:
"Diariamente tenemos conocimiento de las atrocidades cometidas en
el Igaraparaná por los peruanos. Obedeciendo órdenes de Arana, hicie-
ron preso en Barcelona, hace tres meses, a Ifes, jefe principal de los
huitotos, y después de darle cien azotes lo colgaron boca abajo con
una cadena al cuello. Las víctimas son muchísimas. Ciudadanos respe-
tables se apresuran a informar a S. E."
A principios de 1908 la prensa de Bogotá hacía
conocer los crímenes de la Casa Arana. El 19 de
mayo de 1908 el Ministro de Relaciones Exteriores
de Colombia, en nota dirigida al Ministro de Colom-
bia en Riojaneiro, deploraba el exterminio de los in-
dios del Putumayo y le daba instrucciones para que
protestara ante el Gobierno del Perú contra esos crí-
60 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
menes y contra los ataques dirigidos por Arana Her-
manos con apoyo de las fuerzas peruanas contra los
colonos colombianos. La nota en cuestión dice así:
*Me refiero al cablegrama de usted del 17 del mes en curso, que
dice así: 'Informan Manaos verificóse nuevo encuentro Argelia entre pe-
ruanos y colombianos; tropas peruanas por orden Prefecto Loreto pre-
pararon emboscada para capturar David Serrano y veinticinco Colombia-
nos. Prepáranse peruanos invadir Caquetá. Nada sé de Ministro Perú.
Es inútil reclamar Lima.' En respuesta dirigí a usted, con fecha 14 de
los corrientes, el siguiente despacho: 'Impuesto. Sírvase dirigir cable-
grama al Gobierno peruano, protesta contra atentados 12 enero en La
Unión, contra nuevo ataque colombianos, contra ocupación territorio
colombiano tropas Perú, destrucción vidas, propiedades colombianos.
Pida usted evacuación, órdenes autoridades civiles y militares Loreto
respetar nuestros derechos, castigo responsables, indemnización vícti-
mas. Diga usted retardo protesta sólo por necesidad informes comple-
tos y, anuncio hecho por Gobierno peruano de que venía representante
Perú ésta con encargo discutir bases de un modas vivendi. Esperaba su
llegada para exponerle toda gravedad agravios. Ofrezca ampliaciones
correo. Términos protesta a juicio de usted expresen procede expresa
orden Gobierno.'
"Como usted sabe, cuando se efectuaron los deplorables aconteci-
mientos de enero pasado, se encontraba en Lima el Secretario de la
Legación al digno cargo de usted, el malogrado doctor Ramírez Arbe-
láez, a quien se dio orden de presentar inmediatamente una protesta
formal contra los atentados perpetrados por oficiales y tropa peruanos
en La Unión. El doctor Ramírez preparaba esa protesta cuando le sor-
prendió la muerte. Al mismo tiempo recibió aviso este Ministerio de que
en los primeros días de mayo se había embarcado en Buenos Aires para
Europa, vía para Colombia, el nuevo Plenipotenciario del Perú, señor doc -
tor Ernesto de Tezanos Pinto, a quien su Gobierno enviaba con el pro-
pósito de proponer las bases de un nuevo modas vivendi en las regiones
del Putumayo. Resolvióse entonces aguardar la llegada del Plenipoten-
ciario peruano para presentarle la documentación lo más completa posible
sobre los acontecimientos de enero, acompañada de la protesta y de las
demandas que la gravedad del atentado requería. Pero como nada ha vuel-
to a saberse aquí del señor de Tezanos Pinto, no obstante haber trans-
currido más de dos meses desde su salida de Buenos Aires, y como e
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 61
cablegrama de usted, a que me refiero en el comienzo de este oficio,
hace comprender que continúan y continuarán los atentados contra nues-
tra soberanía en las regiones del Putumayo, y que aun se intenta inva.
dir el Caquetá, no ha creído el Gobierno que pueda deferirse ya por
más tiempo la formal protesta del caso, protesta que sólo un espíritu
exagerado de cordialidad había podido suspender hasta ahora. Siendo
como es usted el órgano natural de comunicación entre este Gobierno
y el del Perú, se ha creído también que esa protesta debía ser presen-
tada por usted. Nadie mejor que usted conoce los sucesos de que ha
sido teatro nuestra región oriental, y nadie como usted podrá apreciar
su excepcional gravedad ni la forma en que la protesta debe estar con-
cebida. El Gobierno, con razón, ha creído conveniente dejar a juicio de
usted los términos en que la protesta referida ha de ser presentada.
"De las informaciones recibidas en este Ministerio de individuos que
fueron testigos presenciales y víctimas de las tropelías de los agentes,
jefes militares y tropas peruanos, he podido deducir lo siguiente, que
expongo a usted en resumen, a fin de que vea usted hasta dónde es-
tán de acuerdo esas informaciones con las que había obtenido la Lega-
ción al digno cargo de usted.
"El 14 de diciembre del año pasado en Juvineto, a orillas del río Pu-
tumayo, el señor Gabriel Martínez, Inspector de Policía del Putumayo,
con unos once soldados de su dependencia fue sorprendido por una
fuerza peruana que llegó allí en la lancha de guerra Callao, de pro-
piedad del Gobierno del Perú. La fuerza estaba comandada por el Ca-
pitán Bartolomé Zumaeta. Los soldados de Martínez, que se encontra-
ban casi moribundos por efecto de las fiebres y de las privaciones, no
pudieron defenderse, y, una vez aprisionados, fueron conducidos a bordo
de la misma lancha Callao al establecimiento de El Encanto, de pro-
piedad de los señores Arana á Compañía, en donde fueron despojados
de cuanto tenían, aun de sus papeles enteramente particulares.
"El 12 de enero del año- en curso fuerzas peruanas en número consL
derable, al mando de los jefes Benito Lores y Carlos Zubiano, llegaron
a bordo del vapor Liberal, de propiedad de la Casa J. C. Arana Herma-
nos, y de la lancha de guerra Iquitos, del Gobierno del Perú, al punto
denominado La Unión, en la ribera occidental del río Caraparaná: ata-
caron a los habitantes de establecimientos colombianos existentes allí;
asesinaron al señor Prieto, colombiano que allí residía, y a varios de
sus compañeros; incendiaron las casas de los señores Ordóñez y Martí-
nez, dueños de la agencia comercial del mismo nombre, y, después de
consumados estos hechos y otros más vergonzosos aún, embarcaron
62 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
en las embarcaciones nombradas los ganados, máquinas y productos
almacenados, conduciéndolos a Iquitos.
"En el punto denominado La Argelia, en la margen oriental del río
Caraparaná, los mismos jefes ya nombrados aprisionaron al señor Jesús
Orjuela, Inspector de policía del Putumayo, le despojaron de dinero y
papeles que tenía, lo pusieron en un infecto calabozo a bordo del va-
por Liberal, y en éste lo condujeron preso a Iquitos, en donde el Prefecto
no se dignó recibirlo.
"El mismo procedimiento se adoptó con otros colombianos. Ham-
brientos y casi desnudos se pasearon por las calles de la población pe-
ruana quienes tan iniíumanamente fueron conducidos allí, hasta que al-
gunos de ellos pudieron, mediante el auxilio privado de generosos com-
patriotas, venir a dar cuenta a este Gobierno de los crímenes perpetrados ;
otros han perecido, otros sufren aún en tierra peruana las consecuencias
de los atroces hechos a que nos referimos.
"Fuera de los hechos que a grandes rasgos he referido aquí, el Go-
bierno tiene noticia de otros igualmente crueles perpetrados contra ciu-
dadanos colombianos en sus personas y bienes, unas veces por las mis-
mas autoridades civiles y militares del Perú, otras por los empleados
de la Casa Arana, que goza de la franca e incondicional protección del
Gobierno y de las autoridades peruanas.
"Debe también tenerse en cuenta la persecución, por no decir el ex-
terminio, que se lleva a cabo centra la^ tribus indígenas colombianas,
persecución y exterminio que recuerdan y superan a las de igual carác-
ter de épocas pasadas, que anatematiza la historia de la humanidad.
"Los atentados aquí expuestos constituyen gravísima ofensa a nues-
tra soberanía nacional en sus más esenciales derechos. La usurpación
de territorio consumada ya; el ataque a las personas y bienes de los
colombianos, y la tentativa de llevar esa usurpación y ese ataque cada
día más adelante, todo aquello efectuado por agentes, autoridades y tropas
peruanos, agravios son de aquellos que no pueden menos de perturbar
profundamente el orden internacional y las relaciones entre Colombia
y el Perú. Ellos han herido el sentimiento nacional del pueblo colom-
biano en lo más vivo y han sido calificados por la opinión pública como
el más ultrajante desconocimiento de nuestros derechos de nación so-
berana.
"Aun en el supuesto de que hubiera existido un estado de guerra
entre las dos Repúblicas, los hechos perpetrados por tropas peruanas
en las regiones del Putumayo son de tal naturaleza que la ley de las
naciones y las prácticas civilizadas, en solemnes acuerdos consignadas,
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 63
las condenan unánimemente. Usted se servirá a este propósito recordar
a la Cancillería peruana los términos de la Convención suscrita en La
Haya el 29 de julio de 1599 para reglamentar las leyes y costumbres de
la guerra en tierra, y especialmente los términos del artículo 23, que
prohibe en absoluto herir o matar a traición a individuos pertenecientes
al ejército enemigo, herirlos o matarlos cuando se han rendido y no pue-
den ya defenderse, negarles cuartel, destruir o aprisionar propiedades
enemigas, salvo el caso de que la guerra lo exija. Ahora bien: si estas
reglas que el Perú aceptó al adherirse como se adhirió a la Convención
dicha de La Haya, que prevalecen aun en casos de guerra y protegen
al enemigo armado, ¿cómo puede concebirse el que se les atropelle al
amparo de las relaciones de amistad no interrumpidas entre las dos
Repúblicas y que se las haya atropellado y que se las siga atropellan-
do, no para destruir a enemigo armado sino a pacíficos habitantes co-
lombianos de las regiones del Putumayo, a cultivadores indefensos y a
desgraciados indígenas cuya condición se ha hecho allí inferior a la de
las bestias?
"El Gobierno de Colombia cree que la misma gravedad de la situa-
ción actual en las regiones del Putumayo será un motivo para que se
trate cuanto antes de ponerle fin.
"Como la protesta que usted habrá dirigido por cable necesita la
correspondiente ampliación, he querido exponer a usted las ideas del
Gobierno acerca de esta delicada cuestión, a fin de que la ampliación
que usted haga se conforme a dichas ideas, pero dejando siempre al acer-
tado criterio de usted y a su reconocida discreción los términos de las
comunicaciones que dirija al señor Ministro de Relaciones Exteriores del
Perú."
Esta comunicación no requiere comentarios: de
ella se desprende claramente que el Gobierno de
Colombia se anticipó, en tres años, al Foreign Office
para buscar la manera de poner fin a los crímenes
diabólicos de los peruanos en el Putumayo. Los
datos que ella contiene referentes a los ataques he-
chos a ciudadanos colombianos se estudiarán más
adelante.
64 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
LA PERUVIAN AMAZON COMPANY LIMITED
Esta Compañía, que fue registrada el 26 de sep-
tiembre de 1907, inició sus suscripciones públicas en
diciembre de 1908. Sus primeros Directores fueron
Sir John Lister Kaye, Baronet; el Barón de Sousa
Deiró, y los señores Henry M. Read, John Russell
Gubbins, Henry Bonduel, Julio C. Arana y Abel Alar-
co. El capital era de 1.000,000 de libras esterlinas,
del cual recibieron Arana Hermanos 780,000 libras
esterlinas en acciones. El memorándum de la asocia-
ción dice que la Compañía se formó "para comprar,
tomar en arrendamiento o adquirir en cualquier otra
forma las fincas caucheras que hoy son propiedad de
la Casa J. C. Arana y Hermanos y que quedan situa-
das en ¡quitos y Manaos (Suramérica) y son cono-
cidas con los nombres de Colonia indiana, El En-
canto, Argelia, Pevas y Nanay, asi como todas las
propiedades de cualquier otra especie que posea
dicha Casa."
En el prospecto de la Compañía se afirmaba que
ella se formaba para adquirir, además de las hacien-
das y propiedades, los derechos que la Casa Ara-
na Hermanos tenía sobre "el gran distrito cono-
cido con el nombre de Putumayo, situado en la par-
te que bañan los afluentes superiores del Amazo-
nas y cuya área se calcula en 12,000 millas cuadra-
das. Los señores Arana han establecido allí cua-
renta y cinco centros para la extracción de caucho,
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 65
rodeándolos de tierras cultivadas. La población pasa
de cuarenta mil indios, a los cuales se enseña gra-
dualmente la manera de mejorar los métodos primi-
tivos usados por ellos para la extracción del caucho,
logrando así mejorar la calidad y la cantidad de la
producción. En el distrito se encuentra gran canti-
dad de empleados europeos y peruanos. Existe ac-
tualmente entre los Gobiernos del Ecuador, Colom-
bia y el Perú un litigio de límites cuya resolución,
aunque afectara políticamente una parte del Putu-
moyo, no podrá afectar en manera alguna los dere-
chos legales de los colonos. Por esta razón, sin em-
bargo, los derechos de la Casa en el territorio del
Putumayo, aunque son propiedad de la Compañía,
han sido excluidos del cálculo de utilidades y ga-
nancias a que se hace referencia. Los señores Ara-
na y Alarco, dos de los Directores, afirman que so-
lamente en el distrito del Putumayo se han gastado
más de 500,000 libras esterlinas, suma que proviene
exclusivamente de las utilidades obtenidas en esa
región."
El año de 1909 recibió la Compañía 887,012 libras
de caucho. El informe anual publicado en diciembre
del mismo año dice que "durante la primera parte de
ese año las operaciones de la Compañía sufrieron
un grave atraso en el Putumayo, debido a una epi-
demia de viruela que embargó la atención de la Di-
rección, obligándola a entrar en mayores gastos en
forma de trabajo adicional."
No sabemos si la Compañía fue registrada en
66 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Lima, pero debe tenerse en cuenta que el informe
de Robuchon fue publicado a costa del Gobierno
peruano en el momento en que efectuaba el regis-
tro de la Compañía en Londres. Las leyes del Perú
estipulan un impuesto de cuatro chelines por cada
cien libras de caucho que se extraigan. El impues-
to debe pagarse en la Aduana al efectuarse la ex-
portación del caucho, como lo ha hecho, por ejem-
plo, la Inambary Rubber Company Limited. Como
el Perú reclama jurisdicción sobre el Putumayo, es
curioso que su Gobierno no haga efectivo el im-
puesto en el caso de la Peruvian Amazon Co. Por
otra parte, el impuesto habría sido contrario a los
términos de los convenios con Colombia. Sin em-
bargo, cuando la" comisión de la Compañía esta-
ba en Iquitos, se le manifestó que el Congreso del
Perú tenía facultad para otorgar títulos perfectos
sobre las tierras de la Compañía. Se presentaron
documentos que daban la prueba de la explotación
y la ocupación, y se dijo al Gerente que era urgen-
tísimo no perder tiempo. Se calculaba que el costo
para obtener esta concesión no pasaría de cuatro
mil libras esterlinas. En otras palabras, esta fue otra
maniobra inteligente de parte del Gobierno peruano
para que se reconociera como suyo el territorio del
Putumayo. En 1911 el Perú admitió en un nuevo
convenio con Colombia que la región era neutral.
En el caso, pues, de que el territorio se declare co-
lombiano, es claro que el gasto arriba mencionado
sería inútil.
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 67
Como toda libra de caucho exportada en Iquitos
tiene que pagar un impuesto de dos peniques y cuar-
to, y como las exportaciones del Putumayo en los
últimos siete años han pasado de un millón de li-
bras, esto representa una renta para el Gobierno del
Perú de 60,000 a 100,000 libras esterlinas desde el
momento en que los Aranas principiaron sus opera-
ciones en el Putumayo. En los ocho años y medio
que terminan el 30 de junio de 1908 las exporta-
ciones totales del Putumayo subieron a 6.332,932 li-
bras de caucho. En 1908 el Cónsul General del
Perú en Londres decía en una Revista inglesa "que
el caucho era la principal fuente de rentas del rico
Departamento de Loreto y que el producto de la
Aduana de Iquitos en 1906 subía a 166,791 libras es-
terlinas." La imaginación se pasma al pensar en los
crímenes necesarios para obtener esa suma. No debe
olvidarse que los derechos de importación pagados
sobre rifles, carabinas y cartuchos han debido au-
mentar, en no poca, suma, las rentas del Perú.
En diciembre de 1908, cuando se pidió al públi-
co inglés que comprara la empresa de la Casa Ara-
na, el Cónsul General de Colombia en Londres, por
conducto del abogado de su Gobierno, llamó la
atención de los Directores y abogados de la Peru-
vian Amazon Co. y también del Secretario de Esta-
do de Relaciones Exteriores sobre el hecho de que
la región del Putumayo no quedaba bajo jurisdic-
ción del Perú, y que, por consiguiente, las opera-
ciones de la Compañía en esa región no podían ser
68 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
legales. El Cónsul General presentó una protesta
al efecto, copia de la cual fue enviada a las partes
indicadas en la declaración jurada de Mr. Edward
Foss, abogado del Gobierno de Colombia en Lon-
dres. Hé aquí copias de la protesta y de la declaración:
"Por medio de este instrumento público de protesta se hace saber a
todos aquellos a quienes concierna, que en este día 8 de diciembre de
1903, ante mí, John Heathcote James, de la ciudad de Londres, y No-
tario público por autoridad real, debidamente admitido y juramentado,
compareció personalmente Mr. Francisco Becerra, Cónsul General de la
República de Colombia en Londres, quien me declaró que, habiendo
anunciado la prensa de Londres una emisión de acciones de la Peruvian
Amazon Company Limited, abierta a suscripción pública desde el 7 de
diciembre de 190?, él por eso interpone su protesta declarándome que
la República de Colombia reserva sus derechos sobre la región del Pu-
tumayo, por cuanto a que a ella le pertenece, y que en consecuencia
tal región no puede ser explotada mientras no se cumplan las formali-
dades respectivas prescritas por la ley de Colombia.
"El mismo demandante me declaró también como a Notario que la
Legación de su Gobierno en Londres comunicará esa protesta al Se-
cretario de Relaciones Exteriores de S. M., y que ha dado instruccio-
nes a sus abogados, señores Foss, Bilbrough, Plaskitt, Foss & Bryant,
de esta ciudad, para que envíen una copia de esa protesta a cada uno
de los Directores de la Peruvian Amazon Company Limited, a la Com-
pañía y a los abogados de ella.
"Por tanto, dicho demandante declara que protesta, y yo como No-
tario protesto a petición suya, contra la mencionada Compañía y tam-
bién contra cualquier persona o personas que sean responsables por
cualquier pérdida o perjuicio que su Gobierno haya sufrido o sufra de-
bido a la contravención de sus defechos en la mencionada región.
"Así se hizo y protestó en Londres, como queda dicho, en el día, mes
y año indicados.
"(Firmado) Fco. BECERRA, Cónsul General de Colombia
"(Firmado) Jonh H. James, Notario Público
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 69
"Sea también sabido por todos aquellos a quienes interese, que hoy,
nueve de diciembre de mil novecientos ocho, ante mí, Jonh Heathcote
James, Notario público por autoridad real, debidamente admitido y
juramentado, compareció personalmente Mr. Edward Foss, socio de la
firma de Foss Bilbrough, Plaskitt, Foss & Bryant, de esta ciudad, como
abogados del Gobierno de Colombia, quien me declaró que el día ocho
de diciembre de mil novecientos ocho hizo once copias del instrumen-
to notarial de protesta adjunto, expedido bajo mi sello oficial, para ser
ratificadas con el mismo y remitidas por registro postal en el mismo
día a cada uno de los Directores de la Peruvian Amazon Company
Limited, como sigue : .... Y a los abogados de la Peruvian Amazon
Company Limited, así : .... Y al Secretario de dicha Compañía, así :. . . .
A los Directores de la Peruvian Amazon Company Limited.— Salis-
bury House, London Wall, E. C.
"Y el mismo demandante me presentó como a Notario once certifi-
cados de registro postal de paquetes dirigidos como ya se ha dicho.
"En fe y testimonio de esto, yo he puesto en ello mi mano y mi
sello oficial para que sirva y valga donde sea necesario. Londres, el día,
mes y año escrito antes al principio.
(Firmado) JONH H. JAMES, Notario Público.
Hemos recibido un gran número de cartas de los
accionistas de esta Compañía. Dice uno de ellos:
"Me horrorizo de pensar que parte de mi dinero
haya sido utilizado en fines tan horrendos. Me es-
pantan las crueldades horribles que se han cometido,
y me llena de cólera ver que los culpables han es-
capado a su merecido castigo." Otro escribe: "Cuan-
do invertí mi capital en acciones de la Peruvian Ama-
zon Co., pensé que las utilidades se obtendrían úni-
camente en el caucho." Otro accionista firma que
aceptará gustosamente la pérdida de su dinero si ella
contribuye a que se haga justicia.
El señor Juez Swinfen Eady dio orden para que
se efectuara la liquidación obligatoria de la Peruvian
70 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Amazon Co., después de hacer una investigación de-
talladísima. Esa orden fue dictada el 19 de marzo
último.
EL PROTOCOLO DE 1909
En 1909 se firmó en Lima un Protocolo entre el
Gobierno del Perú y el Ministro Plenipotenciario de
Colombia en Lima: en él se hace referencia a los
acontecimientos sucedidos en el Putumayo en 1908,
los cuales fueron puestos en conocimiento del Go-
bierno del Perú en mayo del mismo año por medio
de una protesta oficial del Gobierno de Colombia.
Firmóse el Protocolo el 21 de abril de 1909; ya en
marzo de ese mismo año el Ministro de Colombia
en Lima protestó nuevamente contra estos actos de
violencia y crueldad cometidos en el Putumayo por
agentes y autoridades peruanas. Los artículos pu-
blicados en Truth hace tres años hacían referencia
a este Protocolo y daban la mayor importancia al
hecho de que "los actos efectuados en esa región"
quedaban sujetos, según convenio entre las dos Re-
públicas, a una investigación. El pasaje del Proto-
colo citado por Truth dice así:
"Los Gobiernos de Colombia y el Perú manifiestan su sentimiento
de profunda pena por los acontecimientos efectuados durante el año
pasado en la región del Putumayo, y en prueba de mutuo acuerdo,
convienen ftn constituir, por medio de una Convención especial, una Co-
misión Internacional, que investigue y ponga en claro todo lo sucedido
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 71
en esa región, dando cuenta de sus trabajos por medio de un informe.
Si los dos Gobiernos no lograran ponerse de acuerdo sobre las respon-
sabilidades que incumben a dichos actos, el asunto será sometido a
arbitramento. Tan pronto como los responsables hayan sido determi-
nados, sufrirán los castigos que la ley prescribe, después de seguírse-
les el correspondiente proceso. Además, todos aquellos que hayan su-
frido perjuicio material recibirán una indemnización equitativa, así como
las familias de las víctimas de los actos punibles."
El escritor de Truth hacía uso de la cláusula del
Protocolo arriba citada para probar que el Gobier-
no del Perú tenía pleno conocimiento de los críme-
nes cometidos por los peruanos en el Putumayo. En
respuesta a esa acusación, el Encargado de Nego-
cios del Perú en Londres envió la siguiente carta al
Director de Truih:
"Esta Legación niega categóricamente que los sucesos que usted
describe y que la ley castiga severamente hayan podido efectuarse sin
conocimiento de mi Gobierno en el río Putumayo, en donde el Perú
tiene autoridades nombradas directamente por el supremo Gobierno y
en donde existe además una respetable guarnición militar. Iquitos está
unido por telégrafo inalámbrico con Lima, y es imposible suponer que
pudieran cometerse actos de la naturaleza de los que usted describe
sin que los criminales fueran pronta y severamente castigados por las
autoridades."
El Encargado de Negocios pretendía también des-
mentir a los periódicos de Iquitos 'la Felpa y La
Sanción, que eran citados en los artículos de Truth.
Esto demuestra que la existencia de esos periódicos
y la naturaleza de su contenido eran bien conocidos
por el Encargado de Negocios en Londres. En otra
parte de la misma carta dice con justicia que el exter-
minio de los indios era una pésima política comer-
72 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
cial. Al comentar las palabras de ese empleado, el
autor de los artículos de Truth afirmaba que jamás
había dicho que los sucesos por él mencionados se
hubieran efectuado sin conocimiento del Gobierno
del Perú. "Por el contrario, decía, es absolutamente
cierto que el Gobierno del Perú tiene conocimiento
de muchos de esos actos." En respuesta a esto y
otros comentarios semejantes, decía el Encargado de
Negocios:
"Los conflictos en cuestión se efectuaron entre las autoridades de
ambos países con respecto a límites que aún no han sido fijados : es
a esos conflictos, y en manera alguna a crímenes de ninguna clase,
a lo que hacía referencia mi Gobierno en la cláusula del tratado que
usted cita.
"No hay absolutamente base alguna para la sugestión de usted al
efecto de que se nombró una Comisión Internacional que investigara y
castigara crímenes comunes, tanto más cuanto que los crímenes que
usted denuncia se supone que fueron cometidos en territorio peruano,
en donde rigen, naturalmente, leyes peruanas."
El autor de los artículos de Truth llegaba a sus
conclusiones sobre la culpabilidad del Gobierno pe-
ruano basándose en el Protocolo arriba mencionado.
Los lectores de las páginas anteriores pueden, sin
embargo, usar de pruebas mayores en la formación
de sus opiniones sobre la culpabilidad del Gobierno
peruano en los crímenes cometidos en el Putumayo.
El Encargado de Negocios del Perú confiesa que
ocurrieron conflictos en la región en que la Peruvian
Amazon Co. efectuaba sus operaciones, pero afíade
que ellos se referían "a cuestiones de límites aún
no determinadas." La primera de esas afirmaciones
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 73
no está de acuerdo con los hechos, como lo con-
fesará indudablemente hoy su autor. Encontrará en
el Libro Azul las declaraciones sometidas a la Co-
misión Selecta, así como el relato imparcial de los
numerosos ultrajes cometidos con los colonos. La
segunda afirmación es una confesión de que el terri-
torio está en litigio. El Encargado de Negocios nie-
ga que una Comisión Internacional pudiera castigar
crímenes en territorio peruano en donde rigen leyes
peruanas, pero había admitido previamente que los
límites no habían sido aún fijados. Sin embargo, en
el año siguiente se firmó en Bogotá un Convenio en-
tre las dos Repúblicas, en el cual se especificaba que
la Comisión debía decidir si los criminales habían
de someterse a la ley peruana o la ley colombiana.
El [Encargado de Negocios del Perú parece ig-
norar que en Inglaterra todos aquellos que hacen
una afirmación por medio de la prensa están sujetos
a una responsabilidad. En 1909 negó categóricamen-
te que hubiera verdad en lo dicho por Mr. Harden-
burg sobre las atrocidades del Putumayo. En julio
de 1912, después de publicado el Libro Azul, ma-
nifestó públicamente que los crímenes habían sido
cometidos antes de 1907. Enfrentado con las de-
claraciones de Sir Roger Casement, creyó convenien-
te hacer poco caso de ellas, relacionándolas con un
período anterior a la formación de la Peruvian Ama-
zon Co. Debe tenerse en cuenta que los Directores
ingleses de la Compañía afirmaron enfáticamente que
las negativas de ese caballero en 1909 los obligaron
74 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
a pensar que las acusaciones de Mr. Hardenburg no
tenían base ninguna y que, por consiguiente, no ha-
bían tomado medidas activas para iniciar una inves-
tigación, como lo habrían hecho en el caso contra-
rio. En tanto que es fácil suponer que el Encargado
de Negocios del Perú no tenía conocimiento de los
terribles acontecimientos del Putumayo en la época
en que se hizo la publicación de los artículos de
Truth, es evidente, como lo hemos demostrado en
las páginas anteriores que, desde muchos años atrás
el Gobierno del Perú tenía pleno conocimiento de los
crímenes cometidos en el Putumayo, sin que tomara
medida ninguna para castigar a los criminales o para
poner fin a las atrocidades. Diez y ocho meses pa-
saron después de las publicaciones de Truth sin que
se enviara una comisión investigadora, la cual fue
nombrada debido a la presión del Foreign Ofiice,
gracias al informe rendido por su Comisionado so-
bre la parte tomada en los crímenes por los negros
de Barbados.
La responsabilidad del Gobierno del Perú en los
crímenes del Putumayo será un borrón eterno en su
historia, porque comprueba que el Gobierno de Co-
lombia decía la verdad cuando prevenía al Ministro
de Relaciones del Perú en 1899 que las actividades
peruanas en las re'giones septentrionales del Amazo-
nas tenían por objeto "apoderarse gradiiamente del
Putumayo."
En 1909, dos años después de la iniciación de los
negocios de Arana en Iquitos, el caucho sacado por
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 75
los indios del Putumayo alcanzaba apenas a la can-
tidad de 33,600 libras. En 1903 subió a 450,000 li-
bras y en 1906 a 1.400,000. Es decir, hasta el mo-
mento en que se clavó la bandera peruana en el Pu-
tumayo, en Cotuhé, en 1900, y hasta cuando Arana
principió la explotación de esta región, la produc-
ción de caucho era insignificante. De aquí se de-
duce que, aunque en esa época había muchos cau-
cheros colombianos establecidos en esa región, la pro-
ducción combinada de todos ellos alcanzaba apenas,
en 1900, a 33,600 libras. Como la producción del
caucho depende directamente del trabajo, y como
una pequeña propiedad de cien acres de árboles per-
fectamente desarrollados produce a lo menos esa
cantidad anual, es claro que los sesenta u ochenta
mil indios que habitan la zona que más ocuparon
los Aranas no hubieron de sufrir nada durante la
época en que estuvieron los colombianos. Además,
como los colombianos establecidos en el Putumayo
poseían grandes plantaciones de caucho, es eviden-
te que no se proponían obtener ganancias inmediatas
sino fundar futura prosperidad.
En 1900 un colombiano llamado Larrañaga, a quien
menciona el Libro Azul com.o uno de los primeros
caucheros colombianos que invadieran la región en
1880, formó una Compañía con J. C. Arana para la
explotación del negocio de caucho. La Chorrera fue
una de las agencias establecidas por este colombia-
no, la cual sirvió de base para los futuros negocios
de Arana. Larrañaga murió con todos los síntomas
7
76 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
del envenenamiento por arsénico; su hijo y herede-
ro fue puesto en la cárcel en Iquitos, y poco des-
pués desapareció, según se dijo, entre los indios (1).
Debe recordarse que durante mucho tiempo la cár-
cel de Iquitos se llamaba irónicamente Oficina de la
Casa Arana, pues los colombianos que no eran ase-
sinados eran llevados allí irremediablemente. Una vez
en la cárcel, se les proponía negocio en esta forma:
"O nos venden su tierra por tanto (aquí el precio) o se
mueren en la cárcel. "Es inútil decir que casi todos pre-
ferían la primera de estas alternativas. Otros, temero-
sos de males mayores, vendían voluntariamente (2).
Por estas razones todos los colombianos perdieron
sus propiedades en la región dominada por Arana.
La firma de Larrañaga, Arana y Compañía se disol-
vió en 1904, ocupando su lugar la firma de Arana,
Vega y Compañía.
(1) Es preciso advertir que las propiedades de Larrañaga fueron ven-
didas a Arana por una fuerte suma que pasaba de 13,000 libras ester-
linas. No podemos decir si el pago fue hecho al contado o en qué for-
ma. Se aseguraba que muchas otras propiedades colombianas habían
sido vendidas a Arana. Esto prueba simplemente que en una región en
la cual no existían títulos de ninguna clase era preciso que Arana com-
prara las propiedades de los colombianos para hacerse señor de la re-
gión. Como hemos visto, Sir Roger Casement afirma que " los traspa-
sos de propiedades se hacían por compraventa y por otros medios."
(2) Sir Roger Casement dice en el Libro Azul que hay uno o dos
colombianos tan culpables como los peruanos. Cita el caso de Aquileo
Torres, a quien se mantuvo preso durante un año, con una cadena al
cuello, y de quien se aseguraba que había sido ahogado en diciembre
de 1910. Los colombianos que no eran asesinados o enviados a Iquitos
se veían forzosamente obligados a ponerse al servicio de la Casa Ara-
na, de la cual eran víctimas inocentes.
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 77
Las autoridades de Iquitos y el Gobierno del Perú
cerraron los ojos ante todo lo que estaba sucedien-
do, y muchas veces prestaron su apoyo. En esa épo-
ca empezaron a aparecer en las selvas del Putuma-
yo los llamados soldados caucheros, hombres que
pertenecían al ejército del Perú. El Gobierno los sos-
tenía y derivaba de ellos grandes utilidades. Eran
caucheros por su propia cuenta, pero trabajaban tam-
bién muchas veces por cuenta de la Casa Arana.
Los últimos negociantes colombianos que perma-
necieron en el Putumayo fueron Serrano, González,
Ordóñez y Martínez (1). En enero de 1908 fue ata-
cada la empresa de La Unión, propiedad de Ordóñez
y Martínez. Ya en ese año había sido registrada en
Londres la Peruvian Amazon Co. Limited, y uno de
los vapores de esa Compañía, El Liberal, así como
la lancha de guerra peruana Iquitos, que llevaba 85
hombres de la guarnición militar de Iquitos, seis ca-
ñones y dos ametralladoras, tomaron parte en el ata-
que. Parece que los agentes de la Peruvian Amazon
Co. ofrecieron a esos colombianos doscientos mil so-
les (20,000 libras esterlinas) por su empresa, con la
condición de que se retiraran de la región. Al princi-
pio rehusaron la oferta, pero la prudencia les obli-
gó a demorar su resolución hasta tanto que la Com-
pañía hubiera entregado en cambio de caucho algu-
nas mercancías que necesitaban para los indios. Los
(1) Mr. Hardenburg, que presenció el asesinato y captura de esos
colombianos, hace un relato gráfico de esa escena en su libro titulado
E! Putumayo.
78 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
colombianos recibieron como respuesta un verdade-
ro ultimátum: o entregaban todo el caucho o El Li-
beral se apoderaría de él por la fuerza. Inmediata-
mente efectuóse el ataque. Ordóñez logró escapar y
Martínez fue llevado prisionero a Iquitos.
Haciendo referencia un periódico de Iquitos, El
Oriente, que era propiedad del Juez Paredes, nom-
brado por el Gobierno peruano como Comisionado
para que investigara los crímenes del Putumayo e
indicara las reformas indispensables, decía que ''el
único deseo de esos jóvenes patriotas era el de hacer
avanzar siquiera una pulgada la bandera del Perú en
la tierra de conquistad El mismo periódico se refe-
ría a ese asalto llamándolo ''acto patriótico y moral,
enérgico, varonil y espléndido," y trataba a los otros
periódicos de Iquitos de traidores porque decían que"
las fuerzas del ejército peruano hablan tomado parte
en ese asalto, en el cual habían figurado también la
cañonera y sus ametralladoras. Refiriéndose a ese
asalto decía de Castro, Cónsul General del Perú en
Manaos y Abogado de la Casa Arana: '* que todo
se reducía a que el Presidente Pardo había resuelto
enviar una guarnición al Putumayo." La soldadesca
peruana ocupa hoy La Unión. Allí se colocó una
guarnición inmediatamente después de verificado el
asalto contra los colombianos.
No figura en el informe de Sir Roger Casement el
hecho de que las víctimas colombianas se contaban
por centenas, cosa que los peruanos atribuyeron a
los indios caníbales que tanto figuran en el libro de
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 79
Robuchon. Tampoco hace notar el Libro Azul que
el exterminio de los colombianos significaba aumen-
to de rentas en la aduana de Loreto.
En las llamadas posesiones de la Casa Arana ha-
bía dos establecimientos principales: uno en La Cho-
rrera y otro en El Encanto. La Pemvian Amazon Co.
estaba dividida, en la época en que se formó, en
cuarenta secciones, a cargo cada una de diez a vein-
ticinco empleados civilizados.
El Encanto estaba dividido en quince secciones,
con ciento diez empleados civilizados. En Andoques
había de sesenta a ochenta, y veinticinco en cada
una de las secciones denominadas Entrerrios, Provi-
dencia, Boras y Ca/minarí.
El número total de los empleados civilizados de
la Peruvian Amazon Co., en 1907, era de mil, poco
más o menos. No era parte de sus funciones hacer
cultivos de árboles de caucho (cosa de que no se
tenía idea) (1) o emplear su tiempo sangrando los
árboles que a largas distancias se encuentran en el
fondo de las selvas. Correspondía este trabajo a los
desventurados indios, cuyo número, en 1906, según
Robuchon, pasaba de 50,000 y no subía, cinco años
después, según Sir Roger Casement, de 7,000. Esta
disminución debe ser mayor aún hoy. Es preciso
tener en cuenta que la Casa Arana principió sus
(1) Debe tenerse en cuenta que Mr. Hardenburg asegura que Serrano,
uno de los últimos propietarios colombianos en el Putumayo, había
sembrado muchos miles de árboles de caucho que tenían entonces de
dos a cuatro años de edad v estaban en muy buena condición.
80 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
operaciones en 1900. La destrucción de los indios,
quienes debido a su dócil naturaleza presentaban una
rica presa a Arana y a los peruanos, ha debido ser
enorme en los doce primeros años de este siglo. Es
de suponer que las autoridades peruanas tenían ra-
zones para creer que su dominio sobre la región era
simplemente transitorio, y que, por consiguiente, era
necesario obtener los mayores beneficios en el me-
nor tiempo posible.
Si queremos saber si las atrocidades han termina-
do debemos ante todo tener en cuenta los siguien-
tes hechos:
(1) Más de dos años han pasado desde la fecha
en que Sir Edward Grey amonestó al Gobierno del
Perú; sin embargo, Miguel Loaisa, uno de los peo-
res criminales del Putumayo, dirige aún la sección
de El Encanto. Ninguno de los criminales ha sufri-
do castigo alguno.
(2) El Juez Paredes, propietario del periódico de
Iquitos que consideró los asesinatos de colombianos
como acción patriótica y moral, domina el poder ju-
dicial y ha sido nombrado por el Gobierno del Perú
para efectuar las reformas.
(3) La región está bajo la administración del Go-
bierno del Perú.
(4) El actual administrador de La Chorrera fue an-
teriormente jefe de la policía de Iquitos, en donde,
según él mismo informó a Sir Roger Casement, "ha-
bía tenido conocimiento de los crímenes en el Pu-
tumayo." A pesar de que este señor ha estado al
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 81
servicio de la Peruvian Amazon Co. desde noviem-
bre de 1909, tenemos la certeza de que las atroci-
dades continuaron mucho después de esa fecha. Ade-
más, en septiembre de 1909 envió a El Comercio de
Lima una carta que era un simple tejido de falseda-
des. Según el doctor Paredes, a juicio de dicho ad-
ministrador el bandido O'Donnell "era una persona
estimabilísima a quien amaban los indios por su bon-
dadoso corazón."
(5) Se nota un considerable aumento en la expor-
tación de caucho, a pesar de que los árboles han
tenido que agotarse y que el número de indios ha
disminuido enormemente.
(6) Es cosa sabida que en las selvas del Perú se
esclaviza a los indios y se les trata como a bestias
feroces.
(7) El Cónsul inglés, Mr. Mitchell, quien confiesa
que en su última visita al Putumayo se le ocultaron
muchas cosas, asegura que no hay probabilidad de
que hayan cesado las atrocidades.
(8) Los colombianos son arrestados en el Putu-
mayo y encarcelados en Iquitos.
(9) Los peores criminales, en el pasado, fueron
los soldados caucheros peruanos.
(10) Nombróse a Arana Liquidador de la Peruvian
Amazon Co. con el fin de mantener la jurisdicción
peruana en el Putumayo. .
(11) Pablo Zumaeta, cuyos servicios, según Sir
Roger Casement, no debía aceptar en manera algu-
na la Compañía, dirige aún sus negocios en Iquitos.
82 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
(12) Sir Roger Casement afirma en el Libro Azul
que el porvenir comercial del Putumayo depende
principalísimamente del apoyo extranjero, del inglés
principalmente, el cual puede obtenerse.
(13) Con fecha 5 de febrero de 1912 dice Sir Ro-
ger Casement dirigiéndose a Sir Edward Grey: "Es
sabido que la obra de plantar árboles de caucho y
de sustituir con los métodos más humanitarios del
cultivo la explotación individual de los indios, ha
sido suspendida por orden de la dirección local de
la Compañía, volviéndose a establecer la recolección
como tarea única de las diversas comunidades indí-
genas del Putumayo, las cuales se consideraban 'des-
moralizadas' por mis visitas y las del comisionado
de la Compañía." La nueva iniciación de la recolec-
ción de caucho, en las antiguas condiciones, se con-
sideraba como el primer paso administrativo para
hacer volver al Putumayo a su condición normal de
explotación sana y provechosa. Era perfectamente
claro que la Compañía o sus representantes en el
Putumayo habían resuelto continuar la explotación
forzosa de los indios como un derecho de conquis-
ta y como manera de obtener utilidades rápidas.
(14) Con fecha 27 de junio de 1912 decía Sir
Edward Grey al Embajador inglés, en Washington :
"En el pasado abril fueron embarcadas en Iquitos
más de setenta y cinco toneladas de caucho como
resultado de una de las consignaciones más gran-
des hechas del Putumayo en los últimos años. Lo
exportado desde el 1.° de enero de este año hasta
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 83
fines de abril iguala a las tres cuartas partes de la
producción total de 1911 : a esta cifra se puede lle-
gar solamente siguiendo los antiguos métodos de
trabajo forzoso."
Como prueba de que las opiniones expresadas
por nosotros en las páginas anteriores pertenecen
también a personas muy importantes de Lima, re-
producimos los siguientes párrafos de un editorial
publicado el 8 de julio pasado en La Prensa, pe-
riódico muy importante de Lima:
"No se han descrito en este país los crímenes en sus verdaderas
proporciones porque nos falta el valor moral necesario para arrojárse-
los a la cara al Gobierno, el cual, aunque tenía pleno conocimiento de
tan vergonzosos sucesos^ dejó, sin embargo, que siguiera adelante con
el fin de apoyar los intereses de la Casa Arana o con el de obedecer
a razones de política internacional vergonzosas e indignas de nosotros.
Hace más de seis años que el periodista peruano Benjamín Saldaña
Rocca inició una campaña vigorosa ante el Gobierno, ante la opinión
pública, ante las autoridades y ante la prensa con el objeto de poner
fin a esas atrocidades. Sus esfuerzos fueron inútiles porque cuando el
oro de la Casa Arana no ponía obstáculos invencibles a su acción, el
hecho de existir un litigio entre Colombia y el Perú respecto a sus
derechos de soberanía en el Putumayo, obligaba aun a las gentes
honradas a callar por motivos patrióticos.
" Todo esto se ha mantenido en la obscuridad porque el Gobierno
ha cimentado su línea de conducta sobre una falta absoluta de respeto
por la vida humana. Esa misma obscuridad cubrió las exploraciones,
los denuncios y la muerte del francés Robuchon en el Putumayo."
De otro artículo publicado en La Prensa, toma-
mos lo siguiente:
" Es preciso poner fin a semejante estado de cosas. Según el De-
recho Internacional, se ignora aún, de manera definida, cuáles son los
derechos que el Perú posee en las regiones del Caquetá y del Putu-
mayo. El Gobierno, en vez de examinar el asunto de manera racional
84 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
con el fin de tomar posesión de lo que realmente le pertenece, ha
confiado esa misión delicada y responsable a aventureros criminales.
Son ellos quienes fijan los limites territoriales y quienes deciden so-
bre los derechos de jurisdicción que posee el Perú en esas regiones,
sin consultar, ni por asomo, los intereses de la Nación. ¿Quiénes son
esos rapaces que pretenden no solamente saber si el Perú posee dere-
chos legales sobre esa región, sino que pretenden que, sin tenerlos, le
conviene adquirirlos? El hecho es que ellos obran por cuenta del Perú
y con consentimiento del Gobierno. Su sistema de colonización con-
siste en destruir las selvas para sacar el caucho que ellas contienen y
en despoblar las aldeas indias para satisfacer sus apetitos criminales.
Esos nuestros novísimos diplomáticos creen que brutalizar a un pue-
blo de indígenas, y no civilizarlo, constituye pleno derecho de propie-
dad sobre esas regiones.
"Esas gentes han mentido demasiado. Nuestras regiones orientales
serán siempre, para nosotros, un mal y un peligro, no una tierra de
promisión, mientras no descubramos manera de enviar allí colonos que
la civilicen, y no aventureros que la devasten.
"Procedamos a delimitar nuestras fronteras con prontitud y compe-
tencia, con conocimiento y con justicia. Tomemos posesión solamente
de lo que nos pertenezca y de lo que pueda convenirnos."
El Libro Blanco publicado por el Gobierno de los
Estados Unidos en 7 de febrero último arroja uueva
luz sobre la "esclavitud en el Perú." Tomamos lo
siguiente de los informes presentados por Mr. Fuller,
el Cónsul americano que acompañó a Mr. Mitchell
en el Putumayo el año pasado:
"Un empleado de la Compañía es Juez de paz en toda la región del
Putumayo. Esto prueba claramente que las autoridades locales no tie-
nen intención verdadera de llevar mejora ninguna a la situación atroz
que reina en el Putumayo."
"Lamento que tanto la Compañía como el Gobierno nos hayan im-
pedido hacer un estudio serio de lo que verdaderamente sucede."
"La agitación verificada en el Exterior ha causado gran sensación.
Es más el temor que se tiene de que nazca la soberanía peruana en
HISTORIA DE LAS ATROCIDADES 85
esa región que la so'.ic-.tud que se manifiesta por los pobres indios vic-
timas de los atropellos."
"El énfasis con que se comenta el hecho de que las personas arres-
tadas eran colombianas me hace creer que en Lima se conocian las opi-
niones d3 Sir Roger Casement sobre los buenos métodos usados por
los colombianos en el gobierno de esa región. . . . Puede que exista la
idea de que los Estados Unidos piensen intervenir en las cuestiones de
límites entre el Ecuador, Colombia y el Perú."
CAPITULO VIII
EL INFORME DEL JUEZ PAREDES
Tenemos a la vista un ejemplar del informe pre-
sentado por el Juez Paredes a su Gobierno con fe-
cha 14 de junio último. Es un extenso documento
que contiene millares de palabras cuyo único obje-
to, contra lo que quería el autor, es el de probar
que las condiciones que prevalecen en el Putumayo
son las mismas que allí reinaban antes de la llega-
da de Sir Roger Casement. Dice el doctor Paredes:
"Los criminales fueron reemplazados por otra clase
de hombres, ignorantes y mal remunerados, los cua-
les, si no continúan ejecutando los actos abomina-
bles de sus predecesores en el exterminio de los indios,
no harán, ciertamente, nada en favor de ellos." Más
adelante aíiade: *'En vista de todo lo que sucedió
en tiempos pasados, es de justicia declarar que an-
tes de la actuación iniciada por el actual Gobierno
nadie pretendió reprimir los crímenes cometidos en
el Putumayo, ni castigar a los criminales, ni mejorar
la condición desventurada de los indios, a pesar de
que se habían hecho repetidas acusaciones y de que
la opinión pública en el Departamento de Loreto te-
nía conocimiento de los crímenes horribles que se
estaban cometiendo."
EL INFORME DEL JUEZ PAREDES 87
Las instrucciones dadas al Juez Paredes por su Go-
bierno antes de que emprendiera viaje al Putumayo
le ordenaban "proceder con prudencia y discreción
para no hacer daño a la Compañía Arana ni alterar
la obra de nuestras guarniciones, que estaban cum-
pliendo un deber patriótico defendiendo esas remo-
tas fronteras de nuestro territorio." Esta cláusula re-
fuerza lo dicho anteriormente sobre existencia de una
conspiración general basada en motivos ya honrados,
ya viles, por parte de todos aquellos que quieren man-
tener la jurisdicción peruana en el Putumayo. Ade-
más, debe recordarse que las guarniciones en cues-
tión estaban formadas por hombres a quienes men-
cionamos con el nombre de soldados caucheros.
En otra parte de su informe, refiriéndose a los ne-
gros de Barbados, el doctor Paredes los llama hie-
nas del Putumayo. Esto no exige comentario, pero
el pasaje en que figura merece copiarse, pues debe
recordarse que Sir Roger Casement se comprometió
a poner a los negros bajo la jurisdicción de los tri-
bunales de Iquitos (estuviera esto o no de acuerdo
con la legislación inglesa), con tal que los agentes
peruanos fueran igualmente procesados. Se contestó
que, como el territorio estaba en litigio entre Co-
lombia y el Perú, las autoridades judiciales no po-
dían obrar en regiones que quedaban fuera de su ju-
risdicción. El pasaje citado dice así:
"Una de las razones que hicieron inútiles los esfuerzos del Gobierno
fue la exportación de los negros barbadenses, ordenada por el Cónsul
inglés Sir Roger Casement. Con ello perdieron los tribunales peruanos
88 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
una importante fuente de información, pues no se puede -negar que el
testimonio de esos hombres habría arrojado muchísima luz en el juicio,
iluminando puntos oscuros del proceso. El apoyo que se prestó a esos
negros — hienas verdaderas del Putuniayo — fue el primer paso hacia la
disolución de esas cuadrillas de asesinos."
El Juez propietario de un periódico en que se ha-
blaba de los asesinatos de colombianos como de ac-
tos "patrióticos y morales," dice también:
"Había una especie de convenio tácito para negar los hechos, a pe-
sar de que habla certidumbre sobre ellos. Una especie de falso patrio-
tismo, estúpido y erróneo, y cierto respeto basado en el servilismo y
la adulación a la opulencia de la Casa Arana, hicieron que las cosas
se mantuvieran ocultas durante mucho tiempo y que se llegara hasta
negar absolutamente la existencia del mal."
Se hace referencia también a que los jefes de las
tropas estacionadas castigan a los indios con látigo.
En muchas partes el informe del Comisionado pe-
ruano admite que los esfuerzos de su Gobierno han
fracasado, y lamenta al mismo tiempo que la Comi-
sión de que hace parte no hubiera llegado aja re-
gión algunos años antes, pues con ello se habrían
evitado muchísimos crímenes y se habrían podido
sacar grandes riquezas. Se asegura que con el lan-
zamiento de doscientas quince órdenes de arresto,
de las cuales se han hecho efectivas solamente nue-
ve, "se llevan a cabo satisfactoriamente los propó-
sitos laudables del Gobierno." Con el fin de res-
taurar el orden y de conciliar los sentimientos de
la humanidad, en tanto que es cosa sabida que por
lo menos uno de los peores criminales— el famoso
Loaisa— tiene a su cargo una de las dos empresas
EL INFORME DEL JUEZ PAREDES 89
centrales, el Juez Paredes informa que "no hay hoy,
en servicio, ninguno de los antiguos jefes o admi-
nistradores de la Compaiiía Arana." Además, el in-
forme dice claramente que las revelaciones de La
Felpa y de La Sanción convencieron a todo el mundo.
Hemos hecho las citas anteriores únicamente con
el objeto de demostrar la poca fe que merece el
Comisionado. De nada serviría comentar línea por
línea el informe, pero nos creemos obligados a decir,
sin que a ello nos mueva ningún sentimiento de
animadversión, que el informe del Comisionado del
Gobierno del Perú, sobre asuntos de tan vital im-
portancia, es un modelo insuperable de hipocresía.
El informe del doctor Paredes figura en las pági-
nas de un periódico publicado en inglés, en Lima,
con el nombre de Perú To-day. La Legación del Perú
en Londres distribuye ejemplares de ese periódico ;
en el mismo número en que figura el Informe apa-
rece un editorial extraordinario sobre los indios ca-
níbales del Putumayo. Sin embargo, el doctor Pa-
redes, en su informe, afirma enfáticamente que quie-
nes digan que los indios del Putumayo son caníbales,
''se hacen culpables de falsedad voluntaria," Otro
número del periódico reproduce una fotografía ho-
rrible de una india asesinada, según se afirma allí,
por los colombianos. Es importante anotar, como
cosa curiosa, el hecho dé que los peruanos han re-
suelto, últimamente, encarcelar en Iquitos a ciuda-
danos colombianos por crímenes cometidos en el
Putumayo. Aparentemente, no ha llenado aún el Perú
90 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
la copa de la iniquidad. Como arriba dijimos, se han
hecho efectivas solamente nueve órdenes de prisión.
Personas bien informadas opinan que es más que
probable que no se efectúe castigo alguno. Se sabe,
además, que Pablo Zumaeta, antiguo Administrador
de la Pemvian Amazon Co. en Iquitos, está en li-
bertad, toma parte activa en los negocios públicos
de esa ciudad, y dirige nuevamente las operaciones
de la Compañía en Iquitos.
CAPITULO IX
LAS DECLARACIONES DE MR. HARDENBURG
Profunda deuda de gratitud debe el público a Mr.
W. E. Hardenburg, porque, debido a las revelacio-
nes por él hechas al editor de Truth, el Ministerio
de Relaciones Exteriores de Inglaterra resolvió en-
trar en acción, haciendo una investigación indepen-
diente sobre la verdadera situación del Putumayo.
En su libro titulado El Putumayo figura un relato
detallado de sus viajes sensacionales en esa región
en 1907 y 1908. Aunque recomendamos vivamente a
nuestros lectores el estudio de ese libro, no nos pro-
ponemos analizarlo aquí detalladamente. Nos limita-
remos a indicar los hechos y opiniones que sirvan
de base a las afirmaciones que hemos hecho en es-
tas páginas.
Menciónanse allí especialmente los esfuerzos he-
chos últimamente por los colombianos para llevar el
cristianismo a esa región. Allí se describe a Santia-
go como una aldea de cincuenta chozas alrededor
de una iglesia construida por los capuchinos para
la conversión e instrucción de los indios, en la cual
dirigen el servicio cinco o seis religiosos. En Sibun-
doy hay un convento de Capuchinos; allí ha esta-
blecido su residencia el Padre Prefecto, jefe de las
8
92 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
misiones capuchinas en los territorios de Caquetá y
Putumayo. En 1937 se construía otro convento. Los
indios de Mocoa, ciudad que menciona Mr. Harden-
burg como capital del territorio del Putumayo, pro-
fesan el cristianismo y tienen conocimiento limitado
del castellano. Con el fin de predicar a los indios,
los religiosos de Mocoa se dirigen frecuentemen-
te a Guineo, lugar del Alto Putumayo, en donde
se levantan una iglesia y un convento. Los indios
de esa región reciben el nombre de dones; como
prueba de que en esa región se han efectuado
negocios con blancos, debe mencionarse el hecho
de que esas tribus llevan machetes y escopetas, in-
troducidos allí por los colombianos, y adornan sus
cuerpos con cuentas y baratijas de la misma proce-
dencia. Añade el viajero: "Esos indios son hoy in-
dolentes y pacíficos; las guerras intestinas, antes fre-
cuentes y terribles, han desaparecido hoy, gracias a
la enseñanza de los religiosos." En la pequeña al-
dea de San Diego todos los habitantes salieron a
recibir a Mr. Hardenburg y a su compañero Mate-
rón, colombiano que había figurado como socio de
la Casa colombiana Martínez y González, y que era,
por lo que parece, muy popular entre los indios.
Mr. Hardenburg describe el establecimiento de Ma-
terón diciendo que constaba de una casa grande de
dos pisos donde reinaba la más estricta moralidad.
González no permitía allí que se cometiera ningún
abuso con los indígenas. Según el autor, los peones
vivían allí tranquilos y contentos; "toda la región
DECLARACIONES DE HARDENBURG 93
había sido colonizada desde un principio por los
colombianos, quienes fueron despojados por los pe-
ruanos" hasta el punto de que en enero de 1908 so-
lamente quedaban en pie tres empresas colombianas.
Cuando la noticia de los crímenes llegó por
primera vez a oídos de Mr. Hardenburg, éste inte-
rrogó a su guía, que era persona muy inteligente,
quien le contestó *'que los peruanos trataban malí-
simamente a los indios, azotándolos, mutilándolos y
matándolos." El guía aseguraba además, volunta-
riamente, que los colombianos no hacían uso de tales
prácticas, y trataban siempre a los indios con la
mayor benevolencia.
El viajero hace un relato sensacional del rapto de
la esposa de Serrano, así como del pésimo trato
dado a este colombiano por los peruanos y del robo
que éstos le hicieron de mercancías por valor de
mil libras esterlinas. "Los indios sabuyanos que Se-
rrano tenía en La Reserva, dice Mr. Hardenburg, nos
sirvieron admirablemente, porque eran benévolos, ale-
gres y honrados. Serrano los trataba con tanta bon-
dad, que mereció de ellos el título de padre."
Cuando llegaron al Putumayo los primeros co-
lombianos, enfermos y sin dinero, fueron cordial-
mente recibidos por los indios huitotos, quienes les
suministraron toda clase de víveres. Mr. Hardenburg
declara que los empleados de Serrano dormían en
hamacas, en tanto que los desventurados que esta-
ban en servicio de la Peruvian Amazon Co. se veían
obligados a dormir en el suelo. Los indios emplea-
94 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
dos por este colombiano usaban ropa extranjera,
como lo hacían también los que estaban al servicio
de Ordóñez y Martínez. Esto debe tenerse muy en
cuenta, puesto que demuestra que en la misma época
en que a pocas millas de distancia se cometían los
más atroces crímenes, los pocos colombianos que
quedaban en el Putumayo trataban a sus trabaja-
dores con las mayores consideraciones. Prueba de
esto es, además, el que Serrano y sus compañeros
daban a los indios tiempo suficiente para que cul-
tivaran y cosecharan víveres abundantes, en tanto
que los indios que esclavizaba la Peruvían Ama-
zon Co. morían muchas veces de hambre.
El autor describe detalladamente los métodos em-
pleados por la Casa Arana Hermanos para depojar
a los colombianos, asesinándolos, robándoles sus
esposas y esclavizando sus empleados.
Allí se da cuenta gráfica del ataque verificado
contra La Unión en enero de 1908 (1).
Muchas páginas de El Paiumayo están consagra-
das a los crímenes terribles cometidos contra los
indios; es un libro que debe leerse. De los párra-
fos que a continuación copiamos, el primero apoya
simplemente nuestro argumento principal; el segun-
do nos da materia para profundas meditaciones, y
el tercero, debido a su aplicación personal, impone
a la humanidad un deber imprescindible:
(I) Tenemos en nuestro poder gran número de decumentos sobre
éste y otros puntos, pero como no se refieren directamente al fin que
nos proponemos, nos abtcnemos de publicarlos.
DECLARACIONES DE HARDENBURG 95
"En los tiempos en que los colombianos dominaban en esa región,
acostumbraban llevar religiosos de Pasto y A'locoa, para que convir-
tieran a los huitotos y los iniciaran en los caminos y costumbres de la
civilización cristiana."
"El número de indios disminuye de manera alarmante, y a menos
que se haga algo para protegerlos, pronto desaparecerá completamente
esa noble raza de aborígenes, como ha sucedido con muchas otras en
las regiones del Alto Amazonas."
" i Pjeblo de Inglaterra! ¡Pueblo justo y generoso que has sido
siempre el centinela avanzado del cristianismo y la civilización, consi-
dera a las pobres víctimas de esos crímenes inenarrables, liberta a los
indios de la cruel esclavitud en que gimen, y castiga a sus opresores! "
Mr. Reginald Enock, en su introducción al relato de
Mr. Hardenburg, hace revelaciones importantes. Dice
Mr. Enock que el Gobierno del Perü y la prensa de
esa República han tenido siempre conocimiento del
tratamiento brutal que se daba a los indios, a quie-
nes consideraban como animales. Cita un pasaje de
un volumen que contiene documentos oficiales re-
ferentes al Departamento de Loreto, publicados en
1905, que demuestran el exterminio de los indígenas y
la venta y compra que de éstos se hacía como de
mercancías ordinarias. Mr. Enock menciona también
un número de El Comercio de Lima correspondiente
a febrero de 1905, en que se dice que el asesinato
y la esclavitud son parte integrante de las costum-
bres del Perú en otras regiones de su territorio. Se-
gún el mismo escritor, en la Revista de Revistas
americana correspondiente a septiembre de 1912, se
dice que el Juez Paredes tuvo la osadía inconce-
bible de manifestar públicamente que las peores
atrocidades se debían a la Compañía inglesa cau-
96 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
chera. El caso es, como muy inteligentemente lo de-
clara Mr. Enock, que la tal Compañía fue recibida
con los brazos abiertos por el Perú, como garantía
segura del dominio del Perú sobre un territorio en
litigio. La introducción nos informa, además, que la
producción de caucho en Iquitos, de 1911 a 1912,
fue muy superior a la de 1910 a 1911.
CAPITULO X
LAS REVELACIONES DE MR. PATERNÓSTER
Cuando Mr. Hardenburg llegó a Londres en agos-
to de 1909, se dirigió a las Oficinas de Truth, don-
de tuvo una entrevista con Mr. Sidney Paternóster,
Subeditor de esa Revista. Convencido de la verdad
del relato extraordinario que le hacía su visitante,
Mr. Paternóster principió a revelar semanalmente an-
te los cjos del mundo aterrorizados los terribles suce-
sos verificados en el ''Paraíso del Diablo." Corres-
ponde, pues, a Mr. Paternóster y a Mr. Hardenburg
el hon^r de haber hecho esas revelaciones excep-
cionales, haciéndose acreedores a la gratitud pública.
Hace poco publicó Mr. Paternóster un libro intere-
sante sobre las atrocidades del Putumayo. En esa
obra, cue fue editada por Stanley Paul con el título
de Los dueños del Paraíso del Diablo, encontramos
datos Ltilísimos sobre la verdadera situación del Pu-
tumayo durante muchos años.
Opina Mr. Paternóster que los colombianos tra-
taban generalmente a los indígenas con bondad, y
añade que "con la desaparición de los colonos co-
lombian)s y con la iniciación de los negocios de la
Casa peuana principiaron los orgías de crueldad en
el Putunayo." Allí se confirma el dicho de Mr. Har-
98 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
denburg, quien asegura que mientras permaneció en
territorio verdaderamente colombiano fue bien reci-
bido, notando además que se trataba a los indíge-
nas bondadosamente.
Mr. Perkins, ciudadano americano y compañero
de Mr. Hardenburg en sus viajes por el Putumayo,
dice que cuando estuvo en El Encanto "fueron captu-
rados veintinueve colombianos por una fuerza consi-
derable de peruanos que los obligó, por medio de
engaños, a que depusieran las armas. Esos prisioneros,
atados e inermes, fueron asesinados con pistolas y
machetes. Algunos de los peruanos, más valientes
que los otros, mutilaban a los muertos cortándoles
las cabezas y los brazos." Dice también el ameri-
cano que Rocca, Director de La Felpa y de La San-
ción, abandonó a Iquitos en 1908 y se dirigió a Li-
ma, en donde formó parte de la Dirección de Lo Pren-
sa, periódico importante de esa ciudad y que repro-
dujo la mayor parte de los artículos publicados en
los dos periódicos mencionados.
En el libro de Mr. Paternóster encontrarán nues-
tros lectores un comentario severo sobre la conduc-
ta del Encargado de Negocios del Perú en Londres.
Dice Mr. Paternóster que ''es verdaderamente ver-
gonzoso que, una nación que se considera civilizada
se entregue al prevaricato y a la mentira con el fin
de impedir que se castigue a los criminales."
Mr. S. Bell, que formó parte de la Comfeión de
la Compañía, demuestra que la intervencióii ejecu-
tiva del Gobierno del Perú en la supresión de las
REVELACIONES DE MR. PATERNÓSTER 99
atrocidades es tan nula hoy como anteriormente. Ase-
gura iMr. Bell que la única persona que ha recibido
castigo alguno de las altas autoridades del Perú ha
sido el Juez del crimen de Iquitos, a quien se des-
tituyó por haber lanzado órdenes de arresto contra
los principales agentes de la Compañía. A ese res-
pecto dice Sir Roger Casement en el Libro Azul:
"El Tribunal Superior anuló la orden de prisión con-
tra Zumaeta y destituyó al Juez, doctor Valcárcel,
so pretexto de que había abandonado su puesto. Ese
mismo día tuvo conocimiento el Tribunal de un jui-
cio iniciado por Zumaeta contra el doctor Valcárcel,
a quien acusaba de 'revelación de documentos ofi-
ciales.'"
Dice Mr. Paternóster: "Podría haber posibilidad
de poner las vidas de los indígenas empleados en
la recolección de caucho en manos de individuos
que tuvieran con ellas las consideraciones y el res-
peto que exije la civilización."
El primer capítulo de la obra se titula Acusa-
ción: en ella nos recuerda el autor que el único re-
medio que tienen esas abominaciones está en la fuer-
za de la opinión pública, la cual, aunque irresistible,
no ha despertado aún. De parte del Perú nada pue-
de esperarse. Su buena fe es más que dudosa. Sir
Edward Grey publicó el Libro Azul para apelar ante
la opinión pública contra los métodos falaces del Go-
bierno del Perú. Mr. Paternóster, con mucha justi-
cia, pide a sus lectores que consideren los hechos
para que juzguen por sí solos de la inacción de ese
100 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Gobierno. Acusa al Gobierno peruano de ocultar a los
criminales, de perdonar sus delitos y de no hacer
nada para impedir la renovación de las atrocidades.
"La sangre de los indios asesinados y torturados
pide justicia— dice Mr. Paternóster— pero es preciso
mirar al futuro más bien que al pasado." El Gobier-
no del Perú, añade, tenía conocimiento, en 1907, por
la prensa peruana, de las atrocidades, las cuales se
efectuaban todavía en 1909, cuando el público in-
glés tuvo por prim.era vez conocimiento de ellas.
No había cesado en 1910, inmediatamente antes de
la visita de Sir Roger Casement al Putumayo. Mr.
Paternóster insiste una y otra vez sobre el verda-
dero estado de la situación, y asegura que en vista
de las últimas inmensas consignaciones de caucho,
"se ha vuelto a los antiguos métodos, y que por
medio del látigo, el machete y el revólver, se obli-
ga a los indígenas a trabajar por sus patrones hasta
derramar por ellos la última gota de sangre." Re-
petimos con Mr. Paternóster que ''en ese hecho debe
buscarse la justificación final de la publicación de es-
te libro."
CAPITULO XI
REVELACIONES HECHAS EN EL PARLAMENTO
En la época en que se publicó el Libro Azul, mu-
chos miembros de la Cámara de los Comunes hicie-
ron interpelaciones referentes a los crímenes del Pu-
tumayo. La siguiente servirá para mostrar cuál es el
sentimiento que prevalece en ese país con respecto
a la soberanía peruana en el Putumayo: "Se servi-
rá mi honorable colega, preguntaba Mr. Hall, tomar
medidas serias para considerar la recomendación que
hacen los Estados Unidos a fin de saber si el Perú es
nación que deba tener dominio sobre esa región o
si se la debe despojar forzosamente de ese domi-
nio?"
Sir Edward Grey declaró en la Cámara de los Co-
munes que el relato hecho por Sir Roger Casement
de las atrocidades del Putumayo era la lectura más
horrible que hubiera hecho en su vida, y "que el
Gobierno haría todo lo que estuviera a su alcance
y apoyaría todas las indicaciones de las -demás Po-
tencias para llegar a la certidumbre de que tal esta-
do de cosas había terminado." El mismo Sir Edward
Grey hizo la siguiente declaración importante en la
Cámara de los Comunes el 1.° de agosto pasado:
102 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
"Hemos hecho todo lo que a nuestro alcance estaba en la vía di-
plomática a fin de probar que era esencial para el buen nombre del Perú
que el Gobierno de esta nación tomara las medidas necesarias para
castigara los criminales e impedir en lo futaro la renovación de esos
delitos. Grandísimo placer nos ocasionará el poder promover o apo-
yar medidas que aseguren un cambio total en la situación del Putumayo.
"Es muy difícil saber lo que allí sucede hoy. No dudo que la pre-
sencia de Sir Roger Casement impediría todo abuso, pero, en vista de
la poca autoridad que allí ejerce el Gobierno del Perú, ¿qué sucederá
cuando ni nosotros ni los Estados Unidos tengan allí representante? El
Gobierno del Perú afirma — y creo que lo haga de buena fe — que las
atrocidades pertenecen definitivamente al pasado. La región, sin embar-
go, es muy remota, y la acción del Gobierno peruano ha sido allí tenue
e intermitente. Estoy seguro de que a menos que se castigue a los
criminales cuyos nombres son conocidos y que fueron responsables de
esos horrores, no se puede tener la seguridad de que otras gentes se
abstengan de cometer nuevas atrocidades con la esperanza de quedar
impunes. Mientras no se castiguen esos criminales conocidos, no me
atrevería, a menos de tener informes directos, a cargar con la respon-
sabilidad de dar seguridad alguna o de expresar opiniones sobre la si-
tuación actual del Putumayo.
"Se ha llamado mi atención sobre otra medida que consiste en im-
pedir la exportación de caucho del Putumayo, cosa que sólo puede ha-
cer el Brasil. Al efecto, he llamado la atención del Gobierno de los Es-
tados Unidos, pues el asunto merece considerarse, y si el Brasil está
resuelto a dar algún paso en ese sentido, nada sería más eficaz. Si al-
go se resolviere en este particular, debería hacerse, una vez que los Es-
tados Unidos se convencieran de la necesidad de esa medida y se de-
cidieran a prestarle apoyo."
CAPITULO XII
DERECHOS DE SOBERANÍA DE COLOMBIA
La simple tenencia del suelo no constituye pro-
piedad territorial. Aunque, como lo hemos visto, los
derechos de Colombia sobre el Putumayo son, en
ese sentido, anteriores a los del Perú, Colombia no
presenta ese argumento como derecho válido para
ejercer jurisdicción sobre el Putumayo y sus afluen-
tes: debe hacerlo, empero, puesto que el Perú aban-
dona el principio del ut¿ possidetis de jwe, sustitu-
yéndolo con el uti possidetis de fado con el fin de
legalizar su usurpación. Tomando, pues, esta base
de argumentación, encontramos que la ocupación
constante del Putumayo por Colombia hasta 1900,
fue usurpada en ese año por una Casa de comercio
peruana que se convirtió, más tarde, en compañía
inglesa. Esa organización comercial principió sus tra-
bajos asesinando millares de indígenas colombianos
y muchos ciudadanos de esa misma nación. En tanto
que el mundo entero protesta, el usurpador extran-
jero, es decir, el Perú, sigue adelante su campaña
criminal con el fin de retener tierras que pertenecen
a otra nación. Es éste el aspecto general de la cues-
tión, de cuya consideración debe alejarse el princi-
pio del üti possidetis de fado, puesto que el Perú
104 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
reconoce que el territorio en cuestión es neutral. Por
esta razón es de la mayor importancia estudiar aten-
tamente el uti possidetis de jure. Con el fin de que
nuestros lectores se den cuenta clara de los dere-
chos de soberanía que Colombia posee sobre ese
territorio, es necesario hacer breve mención de los
títulos de Colombia que acreditan ese derecho.
Antes del descubrimiento de América el imperio
de los incas no se extendió jamás en dirección orien-
tal y mucho menos por el Norte hacia el Amazonas.
El reino indígena de Quito no se extendía en direc-
ción de las llanuras orientales más allá de las mon-
tañas. Conquistados por los incas hacia mediados
del siglo XV, ese reino fue subyugado cincuenta años
después por Belalcázar; y Orellana, partiendo de Qui-
to y descendiendo por el río Ñapo, descubrió y na-
vegó el importante río que lleva su nombre. En 1 538
el Gobierno de Quito incluía cinco grupos de Provin-
cias, a saber: en el Norte, Pasto, Popayán y An-
tioquia; en el centro, Quito, Tacunga, Puruhá, Ca-
ñaris, Calvas y Ayavaca; en el Sur, Huancabamba,
Jaén y Yaguarsongo; en Occidente, Atacama, Caras,
Babas, Túmbez, Paita, Piura y Póseos; en el Orien-
te, Macas, Canelas y Quijos. En 1541, sin embargo,
cuando Carlos V decretó el establecimiento del Go-
bierno de Quito, separó las tres Provincias septen-
trionales (Pasto, Popayán y Antioquia), y las aña-
dió a Santa Fe de Bogotá. Separó también algunas
de las Provincias occidentales y meridionales y las
agregó a Lima, fijándoles como límite los ríos Túm-
soberanía de COLOMBIA 105
bez y Macara. En el lejano Oriente se suponía que
existían regiones " aún no conocidas ni conquista-
das." En el mismo año salió de Santa Fe la expe-
dición dirigida por Hernán Pérez de Quesada, quien
fue el primero en descubrir las regiones bañadas por
los ríos Caquetá y Putumayo. Al mismo tiempo Pi-
neda y otros españoles, partiendo de Quito, explo-
raron las tierras bañadas por el Amazonas, las cua-
les, en 1548, constituían provincias dependientes exclu-
sivamente de Quito.
Las regiones situadas entre los ríos Ñapo y Pu-
tumayo, y entre éste y el Caquetá, eran conocidas
con el nombre de Misiones de Mocoa y Sucumbios
y dependían invariablemente del Cantón de Pasto,
hecho por nadie discutido ni contradicho. En esa
época primitiva principiaron a fundarse aldeas en
esas regiones; en 1635 llegaron religiosos francisca-
nos de Popayán y Neiva y autoridades civiles que
formaron colonias en diferentes puntos.
En 1717 y 1739 se constituyó el Virreinato de la
Nueva Granada, en el cual quedó incluida la Presi-
dencia de Quito. Limitaba la Nueva Granada con el
Virreinato del Perú por el río Túmbez y por el río
Macara, en su desembocadura en el Amazonas. Un
siglo antes .De Vaca había partido de Loja acompa-
ñado de muchos misioneros con el fin de subyugar
a los indios maynas; después de viajar por los ríos
Ucayali, Huallaga y Yavarí, puso a la región el nom-
bre de Maynas, e hizo de ella una Provincia de-
pendiente de Quito. Entre los años de 1616 y 1760
106 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
los misioneros jesuítas y los oficiales políticos fun-
daron veintidós ciudades en las riberas de esos ríos
y conquistaron cuarenta tribus de indios.
Debido a la expulsión de los jesuítas en 1767, las
misiones fueron abandonadas, resultando de ello la
vuelta de los indios al estado salvaje.
No existe ley ninguna que emane del Rey de Es-
paña en la cual, tácita o expresamente, se cancele, re-
forme o modifique el Real Decreto de 20 de agosto de
1739 que marcaba la línea territorial de jurisdicción
entre los Virreinatos de la Nueva Granada y el Perú.
Ese Decreto establece a Popayán y a Quito como
Provincias de Nueva Granada, y de acuerdo con él,
la Corona de España, cuyos títulos a las regiones
septentrionales del Amazonas quedaban claramente
definidos en el Tratado de San Ildefonso, hacía que
las regiones del Putumayo formaran parte integran-
te del Virreinato de Santa Fe de Bogotá. Hasta el
momento en que se verificó la independencia sur-
americana, las autoridades del Virreinato de Santa Fe
ejercieron jurisdicción pacífica sobre toda la región
septentrional del Amazonas.
Después de la emancipación de Suramérica las
nuevas Repúblicas aceptaron y proclamaron el prin-
cipio del utí possidetis juris de 1810 como base de
sus límites territoriales. Es decir, convinieron en ga-
rantizar la integridad de sus respectivos dominios
tal como había existido hasta ese año y en la mis-
ma forma en que había sido establecida por las cé-
dulas de los Reyes de España que crearon los Vi-
SOBERANÍA DE COLOMBIA 107
rreinatos, Capitanías Generales o Presidencias que
más tarde vinieron a ser Estados Soberanos. Por es-
ta razón la Constitución del Congreso de Angostu-
ra de 1818 dice que el territorio de la República de
Colombia "será el mismo que antiguamente forma-
ban la Capitanía General de Venezuela y el Virrei-
nato d2 la Nueva Granada, cuyos límites precisos se
fijarán posteriormente, en circunstancias más favo-
rables." La misma cláusula figura en la Constitución
que dictó en 1821 el Congreso de Cúcuta. Una y otra
se refieren a la Real Cédula de 1739 que sirve de
base a los derechos de Colombia en relación con el
Perú.
En 1824, en una ley aprobada por el Congreso de
Colombia sobre fijación de límites territoriales, se
afirmaba "que el Departamento de Azuay incluye las
Provincias de Cuenca, Loia, Jaén y Maynas." No te-
nemos noticia de que el Perú protestara jamás con-
tra esa ley que definía la soberanía de Colombia so-
bre Jaén y Maynas. En una ley aprobada por el Con-
greso de Bogotá en 1830 se repite la misma fórmu-
la diciendo que "el territorio de Colombia incluye
las Provincias que antiguamente constituían el Vi-
rreinato de Nueva Granada y la Capitanía General
de Venezuela." Nueva prueba de lo dicho se en-
cuentra en los artículos í y 3 de las Constituciones
de 1853 y 1863, respectivamente, que dicen: *'E1 an-
tiguo Virreinato de la Nueva Granada, que formaba
parte de la antigua República de Colombia y que ha
venido a formar últimamente la República de la Nue-
9
108 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
va Granada, se constituye en República democráti-
ca, libre y soberana, independiente de toda autori-
dad, dominación o potencia extranjera. Las fronteras
del territorio de los Estados Unidos de Colombia son
las mismas que en 1810 separaban el territorio del Vi-
rreinato de Nueva Granada de las Capitanías Gene-
rales de Venezuela y Guatemala y de las posesiones
portuguesas del Brasil. Por el Sur, los límites serán,
provisionalmente, los mismos que define el Tratado
celebrado con el Ecuador el 9 de julio de 1856. Las
demás fronteras serán las que hoy separan al Ecuador
y a Colombia del Perú." Ese mismo artículo figura
en la Constitución de 1886. Los textos que hemos
citado de las varias Constituciones prueban que Co-
lombia ha mantenido persistentemente la tradición de
sus derechos, sin que en ello hayan tenido la menor
influencia sus muchos cambios políticos. Es, además,
evidente que cuando las Constituciones arriba men-
cionadas decretaron que el territorio nacional de Co-
lombia fuera el mismo del Virreinato de la Nueva
Granada esto se refería a los límites de fronteras in-
dicados en la Real Cédula de 1739, con la sola ex-
cepción de la frontera ecuatoriana.
Después de la independencia ningún territorio del
continente suramericano quedó a despota, es decir,
sin propietario, de manera que ningún Estado podía
adquirir tal territorio como su descubridor o con-
quistador. Ese principio particular del Derecho In-
ternacional americano fue espontáneamente aceptado
en su origen, siendo corroborado más tarde portra-
soberanía de COLOMBIA 109
tados. Fue uno de ellos la alianza firmada en la Asam-
blea Internacional de Panamá el 15 de julio de 1826
por los Plenipotenciarios de Colombia, Perú, Méji-
co y América Central. En 1848 se firmó también un
tratado de federación por los Plenipotenciarios de la
Nueva Granada, Perú, Ecuador, Solivia y Chile, en el
cual se declaraba que las Repúblicas confederadas
" tenían derecho para mantener los límites de sus te-
rritorios tal como ellos existían en la época en que
se libertaron de España y en que existían los mu-
chos Virreinatos, Capitanías Generales o Presiden-
cias en que se dividió la América española." En 1853
el Ministro peruano Tirado declaró que admitía el
principio del uti possidetis que expresaba el estado
de cosas que existía con respecto a los límites te-
rritoriales en 1810 y que está vigente en los asun-
tos referentes a derechos territoriales entre las na-
ciones americanas. Puede aducirse prueba mayor al
mismo efecto para demostrar que el Perú ha reco-
nocido en sustancia y en hecho el principio del uti
possidetis de 1810, pero como esas pruebas tienen
como base el reconocimiento y admisión por parte
del Perú, es inútil estudiarlas.
En 1822 el Gobierno del Perú incluyó en un De-
creto sobre circunscripciones electorales las Provin-
cias de Jaén, Quijos y Maynas. Esto, naturalmente,
no indicaba intención alguna de incluirse las tierras
situadas al Norte del Amazonas, pues aun en el caso
de que se supusiera que Maynas formaba parte del
antiguo Virreinato del Perú, su jurisdicción nunca se
lio EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
extendió más allá de la ribera septentrional de ese
río. Sin embargo, el Gobierno de Colombia protes-
tó contra ese procedimiento del Perú, diciendo "que
si consentía, el Perú se apoyaría en ello más tarde
para reclamar título de soberanía sobre esa región."
El Gobierno del Perú desistió de su empeño, y el
5 de julio de 1822 anuló el Decreto que incluía en
las circunscripciones electorales a Jaén y Maynas.
Dando así satisfacción plena a Colombia, el Perú re-
conocía el derecho de soberanía de esa nación so-
bre tales Provincias. Un año más tarde se firmó en
Lima un convenio según el cual ambas Repúblicas
aceptaban "como límites de sus respectivos territo-
rios los mismos que primitivamente pertenecieron a
los Virreinatos de la Nueva Granada y el Perú."
La situación del Perú en esa época era sumamen-
te crítica, debido a su guerra de independencia con-
tra España. A consecuencia de los graves reveses
sufridos por las tropas peruanas, el Gobierno del
Perú se vio obligado a pedir ayuda a Colombia. Bo-
lívar consintió en enviar 6,000 hombres en apoyo del
Perú; al hacerlo, manifestó así su opinión: "Colom-
bia cumplirá su deber con el Perú enviando sus tro-
pas al Potosí. Volverán nuestros soldados a sus ho-
gares y a su patria trayendo como única recompen-
sa el recuerdo del apoyo que prestaron a los pe-
ruanos en la conquista de la libertad. Colombia no
exige una sola pulgada de suelo peruano, porque su
seguridad, su gloria y su felicidad consisten en pre-
servar su propia libertad, dejando que sus hermaiías
soberanía de COLOMBIA 111
repúblicas gocen de su independencia." Cumplié-
ronse tales aspiraciones, y las victoriosas tropas co-
lombianas regresaron a la patria llevando tan sólo
los laureles alcanzados por su heroísmo. El Perú se
negó a pagar los gastos hechos por Colombia, que
constituyeron sencillamente el precio de su indepen-
dencia.
Fue entonces cuando Bolívar, ansioso de evitar una
guerra con el Perú, envió a Lima una Comisión de
paz que no fue recibida por el Gobierno peruano.
El Perú en seguida bloqueó a Guayaquil, y como lo
dice el Mariscal Sucre, "invadió con 8,000 soldados
la tierra de sus libertadores, pero fue derrotado por
4,000 colombianos el 27 de febrero de 1829," en la
batalla de Tarqui. Posteriormente el Mariscal Sucre,
como en la época se dijo, "firmó con una pluma de
paloma un tratado de paz que debiera haber arran-
cado, como conquistador, con la punta de su espa-
da." En vez de seguir adelante y de destruir com-
pletamente a los invasores, planteando en Lima las
condiciones de paz, que se reducían al reconoci-
miento de la soberanía de Colombia sobre Jaén y
Maynas y al pago de las costas de la guerra de la
Independencia, Sucre se limitó a nombrar delegados
por cuenta de Colombia para que suscribieran el
convenio de Jirón, en el cual se estipulaba que "los
límites de ambas naciones serán arreglados por una
Comisión que tomará como base de dichos límites
la demarcación política que existía en agosto de 1809
entre los Virreinatos de la Nueva Granada y el Perú."
112 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Pocos meses después firmóse un nuevo tratado
definitivo que fue promulgado ese mismo año como
ley colombiana. Era el tratado de Guayaquil, en cu-
yos artículos 5, 6 y 7 se estipulaba que los limites
de los respectivos territorios serían los mismos que
los de los antiguos Virreinatos antes de verificarse
la independencia suramericana. Ese tratado constitu-
ye un título incontrovertible, y fue formado por Co-
lombia y el Ecuador con el fin de defenderse con-
tra los actos proditorios de los peruanos. Ese tra-
tado da fuerza al statu quo que existía antes de la
batalla de Tarqui. Además, en vista del hecho que
esa batalla debía decidir, a falta de un arreglo por
ja vía diplomática, sobre cuál de los beligerantes de-
bía ser propietario de las dos Provincias de Jaén y
Maynas, es claro, aun pretendiendo que los títulos
anteriores no poseyeran suficiente validez, que la
victoria de Colombia presupone un derecho incues-
tionable. En ese entonces, naturalmente, nadie po-
día suponer que años después el Perú reclamara ju-
risdicción sobre regiones que comprenden una ex-
tensión de tierra que va desde el Norte del Amazo-
nas hasta la cima de las montañas vecinas a Pasto.
Durante mucho tiempo el Perú negó el derecho
que Colombia tuviera para inmiscuirse en las cues-
tiones de límites entre el Ecuador y el Perú, dando
como razón que, como las fronteras del Perú no
coexistían con las de Colombia, el asunto concernía
únicamente al Perú y al Ecuador. Convengamos teó-
ricamente en que Colombia no posee una frontera
soberanía de COLOMBIA 113
común con el Perú y que es el Ecuador quien debe
arreglar teóricamente sus litigios de límites con el
Perú, cosa que no puede afectar en manera alguna
el territorio del Putumayo. La Nueva Granada y el
Ecuador se separaron en 1832, y de esa fecha en
adelante, desgraciadamente los dos Gobiernos no han
adoptado una actitud igual con respecto a sus con-
troversias de límites con el Perú.
En la primera mitad del siglo xix el Perú no ejer-
ció acción alguna, de. hecho o palabra, sobre las
tierras situadas al Norte del Amazonas. La guerra
de 1829 estableció el derecho de Colombia sobre las
Provincias meridionales de Jaén y Maynas. Sin em-
bargo, en 1853, cuando el Gobierno del Perú dictó
un Decreto para establecer la Gobernación militar y
política de Loreto, que abrazaba todo el territorio
que comprendía la antigua Provincia de Maynas, Co-
lombia protestó inmediatamente, basándose en el de-
recho del üti possidetis.
Años más tarde el Perú, sin tener en cuenta el
Tratado de 1777 entre España y Portugal, celebró
un tratado con el Brasil para la delimitación de fron-
teras, que fue cambiado más tarde cuando se fijó
la línea de demarcación desde un punto cercano a
la desembocadura del río Apaporis a otro punto si-
tuado cincuenta millas arriba de la desembocadura
del Putumayo. Según los términos de ese 'tratado,
el Perú cedía territorios que no le pertenecían: su se-
creta intención era, indudablemente, la de que se le
reconociera como soberano de la región situada al
114 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Occidente de la línea indicada. El tratado no fue
puesto en conocimiento de Colombia, pero posterior-
mente, tan pronto como fue descubierto, Colombia
se dirigió a ambos Gobiernos, haciendo mención de
los derechos que le asistían sobre esos territorios.
Como resultado de tales gestiones, el Brasil decla-
ró que no tenía conocimiento de que el territorio
en cuestión hubiera sido transferido al Perú, y que
si Colombia lograba hacerlo reconocer como propio
el Brasil aceptaría esa solución.
Teniendo conocimiento el Ministro de Relaciones
Exteriores de Colombia de que no se tenía cuenta
de las protestas de su Gobierno y de que tanto el
Brasil como el Perú se preparaban a llevar a cabo
la delimitación de fronteras sobre el terreno mismo,
se dirigió nuevamente a esos Gobiernos presentan-
do una protesta más fuerte aún. No por eso se ob-
tuvo que los dos Gobiernos no llevaran a efecto la
delimitación actual de fronteras, porque en 1873 una
comisión nombrada al efecto plantó un poste o mar-
ca de lindero en la confluencia de los ríos Cotuhé
y Putumayo (1). Con el fin de llegar a ese punto,
la Comisión tuvo que pasar adelante del lugar ocu-
pado por un oficial del Gobierno de Colombia, cuya
casa y oficina estaban situadas un poco más abajo,
(1) El Perú reclama hoy jurisdicción al Norte de las cabeceras del
Putumay.). Las inscripciones de los postes decían: (1) "Lat. 2« 53,
12-Long. 6')^ 41 10; (2) Limito do Brazil— 23 de julio de 1873; (3) Li-
mite del Perú— 26 de julio de 1873— Presidente de la República, don
Manuel Pardo."
soberanía de COLOMBIA 115
en el Putumayo. La jurisdicción que por cuenta de
su Gobierno ejercía ese empleado se extendía has-
ta la desembocadura del Putumayo; por esa razón
el Comisario del Brasil, en nota dirigida a él, decía
que "había observado que la línea de frontera es-
taba mucho más arriba del sitio en que habitaba ese
empleado y desde el cual ejercía jurisdicción por
cuenta del Gobierno de la Nueva Granada, ya para
inspeccionar esa parte del río o para cobrar dere-
chos de exportación sobre los artículos que bajaban
al Brasil"; en conclusión, advertía solemnemente al
empleado colombiano "que debía abstenerse de con-
tinuar en el ejercicio de dichos poderes en la región
del Putumayo desde el punto en que éste entra al
Amazonas hasta el punto en que había colocado la
marca del lindero." En otras palabras, la nota cla-
ramente establece el hecho de que hasta el año de
1873 Colombia había gozado pacífica posesión de
esas regiones hasta la confluencia del Putumayo con
el Amazonas, ya fuera para la inspección de la parte
inferior del Putumayo, o para el cobro de derechos
de exportación sobre los artículos que bajaran al Bra-
sil." Esto prueba además que el Brasil quedaba si-
tuado más allá del río Putumayo.
Posteriormente el Ministro de Relaciones Exterio-
res de Colombia, en nota dirigida al Gobierno del
Brasil, protestó contra la demarcación de fronteras
mencionada y declaró que el Gobierno de Colombia
no tenía conocimiento de que el Brasil tuviera de-
recho para proceder de esa manera. El Presidente
116 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
del Estado del Cauca dirigió también la siguiente
nota al Prefecto del Caquetá:
"Proceda inmediatamente a cortar los árboles que he mencionado.
1. Tome las fuerzas de que tenga necesidad. 2. A la cabeza de dichas
fuerzas, con banderas desplegadas y a tambor batiente, recorra toda
la extensión de la tierra que ocupan los colonos extranjeros. 3. Reúna
a todos los colonos y léales en voz alta el memorándum de nuestro
Secretario de Relaciones Exteriores. Corte en seguida los árboles, te-
niendo cuidado de llevar a la capital de la región la parte del árbol
que contenga la señal de que habia servido para demarcar la frontera.
4. Levante un acta en que conste que se dio cumplimiento estricto a
las instrucciones anteriores, y hágala firmar por los prominentes de los
colonos. 5. Notifique inmediatamente después a los colonos que deben
abandonar el territorio sin demora, y que si quieren seguir viviendo
alli deben prestar juramento de que reconocerán y obedecerán nuestra
autoridad nacional y de que gozan posesión de la tierra en nombre de
los Estados Unidos de Colombia. Esto debe constar en un documento
firmado por dichos colonos, a quienes leerá usted en voz alta nuestra
Constitución Nacional y la del Estado Soberano del Cauca. Si hubiere
en esas regiones una fuerza o guarnición extranjera, envíe notificación
escrita a su Jefe para que desocupe el territorio sin demora. En caso
de que ofrezca resistencia o de que desobedezca la orden, usted debe
hacer uso de la fuerza armada que lo acompaña. En caso contrario,
dirija una protesta a! Jefe de las fuerzas hostiles, dando cuenta de ello
a esta Oficina sin demora. Debe usted también enviar un informe de-
tallado de cuanto suceda. Debe usted también tomar las precauciones
más estrictas para impedir que se cometa ningún otro acto de usurpa-
ción contra nuestro territorio. Informe inmediatamente a esta Secretaría
de cuanto suceda."
Después de que fueron cortados los árboles o pos-
tes que sirvieron para demarcar la línea de fronte-
ra, las partes de aquellos en que figuraban las se-
ñales mencionadas iueron llevados a Mocoa, en don-
de permanecieron muchos aíios, hasta que se pudrie-
ron. El Gobierno de Colombia, pues, no se limitó a
protestar por escrito, sino que replicó al acto de la
soberanía de COLOMBIA 117
Comisión de fronteras destruyendo las marcas de los
linderos y restaurando la jurisdicción de Colombia
que había sido interrumpida, aunque solamente en
el papel, hasta el río Amazonas. La conducta del
Perú y del Brasil es tan absurda como el caso ima-
ginario de Alemania y Austria al fijar límites propios
dentro de los territorios británicos en el África Cen-
tral. Además, hoy el Perú pretende poseer sobera-
nía sobre el Putumayo hasta Pasto. Colombia pue-
de, con igual razón y justicia, establecer su derecho
de soberanía hasta Cuzco, y, en verdad, con mayor
justicia, puesto que el dominio del Perú sobre la
región que forma parte de la antigua Provincia de
Maynas está sujeto, como ya lo hemos visto, a un
litigio.
Para reforzar los derechos de soberanía que Co-
lombia ha reclamado siempre sobre el territorio del
Putumayo, copiamos lo siguiente, tomado de una
nota dirigida en 1875 por el Ministro de Relaciones
Exteriores de Colombia con referencia a la coloca-
ción de marcas de lindero en el río Putumayo. Por
ella se verá que en ningún tiempo, desde la época
de la independencia, ha dejado Colombia de mante-
ner y defender esos derechos:
"La pretensión para establecer una línea de fronteras en territorio
de Colombia sin el permiso de esta nación constituye una violación de
sus derechos soberanos, contra la cual me veo en el deber de protestar.
"Desde el año de 1855, y especialmente durante la controversia di-
plomática que se verificó entre el Gobierno de Colombia y los repre-
sentantes del Imperio del Brasil, en la ciudad de Bogotá, por los años
de 1S37 y 1839, se demostró que la jurisdicción de Colombia se exten-
118 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
día hasta la ribera del Amazonas, es decir, hasta el Avatiparaná. Como
el río Putumayo en toda la extensión de su curso corre por territorio
colombiano, cualquier alteración en la línea de fronteras es un proce-
dimiento que no va encaminado ciertamente a promover relaciones cor-
diales y corteses entre los dos países."
En los archivos de Lima existen muchos docu-
mentos oficiales en que se reconoce que Colombia
ejerce jurisdicción sobre las riberas del Amazonas.
CAPITULO XIII
NEUTRALIDAD DEL PUTUMAYO
Solamente como materia de interés académico y
como prueba de que el Perú ha reconocido en los
últimos años la neutralidad de la región del Putu-
mayo, sobre la cual, sin embargo, pretende hoy ejer-
cer jurisdicción exclusiva, los varios convenios pro-
visionales celebrados desde 1904 entre Colombia y
el Perú son de poca importancia y no merecen es-
tudiarse detalladamente. La ocupación de territorio
por una compañía comercial no constituye propie-
dad territorial. Esa es la base de los derechos pe-
ruanos en el Putumayo. Si forzáramos un poco el
argumento podríamos decir que dicho territorio per-
tenece a la Gran Bretaña, puesto que tales derechos
fueron propiedad de una compañía inglesa. Los con-
venios de modas vivendi a que pronto haremos re-
ferencia no afectan en manera alguna la cuestión de
propiedad.
En mayo de 1904 se firmó un convenio en Lima
entre el Gobierno del Perú y el Ministro de Colom-
bia, en el cual se especificaba que una y otra na-
ción mantendrían las autoridades que habían esta-
blecido en los ríos Caquetá y Ñapo, respectivamente.
Dicho convenio fue revisado en Bogotá en 1905.
120 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Entonces se resolvió que el río Putumayo sirviera
de línea divisoria entre las zonas que provisional-
mente debían ocupar las dos Repúblicas, convinién-
dose además en establecer una doble aduana en la
desembocadura de Cotuhé, en la cual debería situar-
se un Inspector colombiano.
Los impuestos de exportación sobre el caucho y
los de importación sobre mercancías extranjeras de-
bían dividirse por partes iguales entre las dos na-
ciones desde el día en que entrara en vigencia el
convenio. Cada nación debía cubrir los gastos de
sus propios empleados en la aduana, y era entendi-
do que la mercancía importada no pagaría derechos
al pasar por la aduana de Iquitos. Una y otra nación
gozarían de iguales facilidades de comercio en la re-
gión, y sus buques podían navegar libremente en el
Putumayo. El convenio en cuestión no implicaba re-
nuncia o reconocimiento de derechos territoriales por
parte de una nación en favor de la otra; en él se
estipulaba que los intereses de los negociantes pe-
ruanos o colombianos serían respetados o protegi-
dos.
El 6 de julio de 1906 se firmó un nuevo conve-
nio en Lima, y en vista del tratado de arbitraje ce-
lebrado en Bogotá el año anterior, los dos Gobier-
nos convinieron en mantener el statu quo en el Pu-
tumayo. Ambas naciones convinieron en retirar du-
rante la situación temporal así creada todas las guar-
niciones, autoridades civiles o militares y aduanas
establecidas en la región. El nuevo convenio no im-
NEUTRALIDAD DEL PUTUMAYO 121
plicaba reconocimiento ni abandono de derechos te-
rritoriales de una nación en favor de la otra. Am-
bas Repúblicas gozarían de iguales derechos de co-
mercio y los ríos navegables serían igualmente abier-
tos a sus buques.
Como resultado del convenio, Colombia retiró
sus Oficiales, en tanto que el Perú aumentó el nú-
mero de los suyos, animándolos más y más en su
obra de usurpación. Posteriormente, como el Con-
greso del Perú no aprobara el Tratado de Arbitraje,
y como los peruanos continuaran avanzando en te-
rritorio discutido, el Gobierno de Colombia se se-
paró del convenio de modas vivendi de 1906 e in-
formó al Gobierno del Perú que no podía permitir
que en virtud del modas vivendi el territorio orien-
tal de Colombia fuera convertido en asilo de ban-
didos.
En abril de 1909 se firmó en Lima el célebre pro-
tocolo a que hacen referencia los artículos de Trath.
Se convenía en nombrar una Comisión internacional
que investigara sobre los crímenes del Putumayo e
indemnizara a los damnificados y a las familias de
las víctimas. Como el protocolo no fuera llevado a
efecto, se firmó en Bogotá un nuevo convenio en
abril de 1910, según el cual una Comisión interna-
cional debería fijar el monto de la indemnización paga-
dera por uno de los dos países al otro por los daños
causados a sus ciudadanos, a sus autoridades y a
sus propiedades hasta la fecha del convenio. De-
bería también iniciarse una investigación judicial con
122 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
el objeto de que los criminales fueran juzgados y
castigados. La Comisión internacional debía reunirse
cuatro meses después de firmado el convenio y es-
taba facultada para nombrar y despachar comisiones
a donde fuera necesario en busca de datos. Con el
fin de decidir cuál de las dos naciones debería en-
cargarse del juicio de los criminales, fueran éstos
oficiales o particulares, se convino en que si los
delitos ¡labían sido cometidos en territorio *en el cual
ninguna de las dos partes contratantes tenía autori-
dades constituidas en la época, los criminales serían
juzgados de acuerdo con las leyes de la nación a
que pertenecieran. Este Convenio tampoco fue lle-
vado a efecto (1).
El último convenio lleva la fecha de 19 de julio
de 1911, y fue firmado en Bogotá. Su única impor-
tancia es la de que en la época en que fue celebra-
do, el Gobierno peruano despachaba tropas organi-
zadas en Lima para que atacaran la guarnición co-
lombiana de La Pedrera. En el convenio se estipu-
laba que ninguna de las dos naciones admitía los
derechos de la otra sobre el Putumayo. El Gobierno
del Perú se comprometía, además, a no cometer en
La Pedrera acto ninguno de hostilidad contra los co-
lombianos.
(1) El convenio contenía las mismas cláusulas, con referencia al
casti.10 de los criminales, que el protocolo de 1939, que fue firmado en
vista de las protestas de Colombia ante el Gobierno del Perú en VM^
y 1JJ3 contra los crímenes que se cometían en el Putumayo.
NEUTRALIDAD DEL PUTUMAYO 123
TRATADO DE ARBITRAJE
Como se ha dicho anteriormente, se firmó en Bo-
gotá, en setiembre de 905, un tratado de arbitraje
para la definición de h'mites, el cual fue sustancial-
mente confirmado en Lima por el convenio de mo-
dus vivendi de 6 de julio de 1906. Se convenía en
nombrar como arbitro que decidiera la cuestión de
fronteras a Su Santidad el Papa.
PROPOSICIÓN DEL SENADO DE COLOMBIA
En setiembre del año pasado el Senado de Co-
lombia aprobó unánimemente una proposición en que
decía que, como los Gobiernos de Inglaterra y de los
Estados Unidos, creyendo erróneamente que el Perú
tenía títulos soberanos sobre el Putumayo, se ha-
bían dirigido al Gobierno del Perú con el objeto de
que pusiera fin a las atrocidades cometidas por los
peruanos con los indígenas del Putumayo, Colom-
bia proclamaba una vez más su derecho único de
jurisdicción sobre el territorio en cuestión, y declara-
ba que, aunque del año de 1901 en adelante los cau-
cheros peruanos hubieran despojado y robado a los
colonos colombianos, no por eso renunciaba a su
dominio sobre esas regiones.
Tal vez no esté lejano el día en que, reconocidos
los derechos de Colombia, el actual conflicto de in-
tereses entre las dos Repúblicas pueda convertirse
en rivalidad benéfica que fomente la obra de la ci-
10
124 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
vilización en esas lejanas comarcas. A ello contri-
buiría eficazmente la celebración de un convenio ar-
mónico con naciones que, como Bolivia, Brasil y el
Ecuador, tienen intereses en la hoya del río Ama-
zonas. De esa manera podrían cimentarse la paz y
la concordia, realizándose así la profecía del gran
Humboldt, quien previo el día en que las riberas del
Amazonas serían herencia común de muchas razas
y centro de ciudades libres, poderosas y ricas. Po-
dría añadirse que nada sería más hermoso que se-
guir el ejemplo de la Legión Británica, que tan efi-
cazmente cooperó a la independencia de Colombia,
haciendo que los zapadores del progreso completa-
ran la obra de esa independencia estableciendo jus-
ticia igual para cuantos habitan las regiones del Pu-
tumayo.
CAPITULO XIV
EL ARBITRAJE COMO ÚNICA SOLUCIÓN
El Gobierno del Perú asegura que ejerce jurisdic-
ción sobre el Putumayo, pero el relato de los crí-
menes cometidos con los indios es prueba evidente
de la ausencia de ese dominio. "Llevaba conmigo
— dice Sir Jorge Casement en su informe— una carta
de autorizaciones dirigida por el Prefecto de la Pro-
vincia de Loreto a los empleados que, según él, te-
nía el Gobierno del Perú en el Putumayo. Debo
confesar que no encontré allí autoridades ningunas
del Gobierno peruano."
Es cosa sabida que Sir Edward Grey ordenó la
publicación del Libro Azul al convencerse definiti-
vamente de que el Gobierno peruano no tomaba me-
dida alguna para castigar a los criminales o para
impedir que se renovaran las atrocidades. Con ese
fin inició negociaciones diplomáticas con el Perú en
enero de 1911 el Secretario de Relaciones Exterio-
res, demorando la publicación del Libro Azul hasta
julio de 1912. En un telegrama que con fecha 21 de
abril de 1911 dirigió el Secretario de Relaciones Ex-
teriores a la Legación inglesa en Lima, encontramos
las siguientes palabras:
126 EL LIBRO ROJO DEL PUTUA4AY0
"El Gobierno de S. M. no duda que el Gobierno del Perú está ani-
mado por el deseo de investigar plenamente la conducta de aquellos
criminales a quienes se menciona en el telegrama como culpables de
los peores delitos, pero querría saber, a la mayor brevedad, qué ac-
ción piensa iniciar el Gobierno del Perú con el fin de arrestarlos. Tie-
ne esto por objeto dar al Parlamento la seguridad de que el Gobierno
del Perú está resueltamente determinado a poner fín a los excesos co-
metidos contra los indígenas y a impedir su renovación."
En vista de la ausencia absoluta de pruebas que
demostraran por parte del Gobierno del Perú inten-
ción verdadera de castigar a los culpables, se orde-
nó la publicación del Libro Azul, como primera me-
dida para introducir las reformas en el Putumayo.
Termina ese libro con una carta dirigida el 27 de ju-
nio de 1912 por Sir Edward Grey al Embajador in-
glés en Washington, y en la cual dice, entre otras
cosas, lo siguiente, que no puede ser más significa-
tivo:
"Más de setenta y cinco toneladas de caucho fueron embarcadas en
Iquitos, en el abril pasado (1912), como resultado de una de las más
grandes consignaciones individuales extraídas del Putumayo en los úl-
timos pocos años. La cantidad exportada del l.o de enero al último
de abril de este año (lyl2), ¡guala a las tres cuartas partes de la pro-
ducción total de 1911. Ese resultado puede alcanzarse únicamente con
la continuación del antiguo sistema de trabajo forzoso."
Esto no exige comentario, pero sí debemos re-
cordar que inmediatamente antes de la carta men-
cionada figura en el Libro Azul un Decreto del Pre-
sidente del Perú, fechado el 22 de abril de 1912,
en el cual se hace referencia a los crímenes cometi-
dos en el Putumayo antes de 1907. Nada se dice de
EL ARBITRAJE COMO SOLUCIÓN 127
los crímenes cometidos durante ese año o después
de él.
Al rendir declaración ante la Comisión Selecta de la
Cámara de los Comunes, Mr. Cubbins, antiguo Presi-
dente de la Peruvian Amazon Co., manifestó que el
hecho de que el Gobierno de los Estados Unidos
hiciera una reclamación ante el Gobierno del Perú para
que se indemnizara a su ciudadano Mr. Hardenburg por
las pérdidas sufridas por él en el Putumayo, indica-
ba que el Gobierno de los Estados Unidos recono-
cía que el Putumayo pertenecía al Perú. Es preci-
samente la aplicación de ese sistema de lógica lo
que sirve de base al Perú en sus afirmaciones sobre
su pretendida soberanía en el Putumayo. Las reve-
laciones sensacionales hechas en el informe de Sir
Roger Casement, han hecho patente ante la opinión
pública, que una Casa peruana organizó y llevó a
cabo un sistema de crueldades increíbles contra los
pobres indios que habitaban la región cauchera por
ellos explotada. Formóse una Compañía inglesa para
aprovechar ese sistema, pero como los agentes de
la Compañía eran ciudadanos peruanos, su castigo
correspondía al Gobierno del Perú. En tales circuns-
tancias no es sorprendente, en ausencia de decla-
raciones en contra, que el territorio fuera conside-
rado y descrito generalmente como peruano, cosa
que se acentuó aún más con la publicidad dada al
envío de las dos misiones religiosas enviadas con el fin
de que se establecieran en el Putumayo. Además, la
actuación del Foreign Office facilitó al Gobierno del
128 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
Perú la proclamación de sus pretensiones en el Ex-
terior. En julio de 1911, cuando se efectuaban las
negociaciones diplomáticas entre el Foreign Office
y el Gobierno del Perú, el Ministro del Perú en Bo-
gotá firmaba un convenio con Colombia en el cual
se especificaba que la ocupación peruana no signi-
ficaba en manera alguna un derecho adquirido so-
bre el Putumayo. En el convenio firmado el año an-
terior se estipulaba también que ni Colombia ni el
Perú reconocerían la jurisdicción de una u otra na-
ción, y que los criminales serían juzgados de acuer-
do con las leyes del país en que hubieran nacido.
Un deseo natural de que se hiciera justicia y de
que se castigara a los criminales peruanos sirvió de
pretexto al Perú para formular planes de Gobierno
en el Putumayo, bajo la presión internacional y con
el propósito aparente de salvar a los indios de ma-
nos de sus propios nacionales. Nadie puede dudar
que el Perú ha perdido el derecho de gobernar esa
región. El hecho de que los criminales estén impu-
nes es un argumento formidable en favor de un ar-
bitramento que determine las fronteras del Perú y de
Colombia, decidiendo a cuál de las dos Repúblicas
debe corresponder el manejo de los destinos de los
indios esparcidos en las vastas regiones del Putu-
mayo.
Eso precisamente formaba la base del consejo emi-
tido por Mr. Brys, Embajador inglés en Washing-
ton, a sir Edward Grey, con fecha 12 de enero de
1912, en el cual decía:
EL ARBITRAJE COMO SOLUCIÓN 129
"Tengo el convencimiento de que ha llegado el momento oportuno
para que el Gobierno de S. M. sugiera a los Estados Unidos una lí-
nea de acción común con el fín de acabar, de una vez por todas, con el
régimen de crueldad y de oprobio existente hace tiempos en el Putu-
mayo.
"La presión combinada de Inglaterra y de los Estados Unidos sobre
el Gobierno del Perú podría obligarlo no solamente a regularizar sus
títulos de propiedad sjbre esa región, ya por medio de arreglo direc-
to o de arbitraje con Colombia, sino que también propendería al esta-
blecimiento de una administración correcta sobre la parte de la re-
gión que correspondiera al Perú."
Ese mismo consejo figuraba en una carta dirigi-
da al Times el 23 de julio último, firmada con el
seudónimo O. La carta, que ocupaba lugar prefe-
rente en las columnas del célebre diario inglés, de-
cía entre otras cosas:
"Colombia tiene un derecho anterior sobre el Putumayo. Sus ciuda-
danos establecidos alli antes de la llegada de los agentes del Sindicato
Arana fueron despojados y asesinados por éstos.
"Que las pretensiones de Colombia sobre el Putumayo sean some-
tidas al arbitraje, y que, mientras el Tribunal emite su juicio, el Brasil
1 os Estados Unidos y nosotros insistamos en que la región sea considerada
como territorio rf/scuí/cfo, asegurando el bienestar de sus habitantes con
la vigilancia conjunta de las tres potencias. El Brasil, como representante
local de la civilización, podría vigilar efectivamente, por medio de sus
cañoneras, las vías fluviales que dan acceso o salida a esa región, ha-
ciendo cumplir estrictamente la "clausura" de la extracción de caucho
por medio de esas desgraciadas tribus, hoy casi exterminadas."
De las declaraciones presentadas en la Comisión
Selecta por Sir Roger Casement, se deducía clara-
mente que el bienestar futuro de los indios en el Pu-
tumayo dependía directamente de la suspensión for-
zosa, durante dos aiios, de toda recolección de caucho.
Es ese el objeto que se propone el presente volumen,
130 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
porque estamos seguros de que bajo el régimen colom.-
biano se suspendería la explotación cauchera del Pu-
tumayo, dando así libertad a los indios. Debe recor-
darse que el Gobierno de Colombia ha buscado hace
mucho tiempo manera de poner fin a los crímenes
del Putumayo, sufriendo en ello un fracaso parecido
al alcanzado con el mismo objeto por Foreing Office.
APEÍsTOICE
INVESTIGACIONES DE LA COMISIÓN SELECTA
Una Comisión Selecta nombrada por la Cámara de
los Comunes con el fin de investigar si los Directo-
res ingleses de la Peruvian Amazon Co. tienen res-
ponsabilidad en las atrocidades cometidas en el Pu-
tumayo, se reunió bajo la Presidencia de Mr. Charles
Roberts, tomando declaraciones a muchos testigos.
SIR ROGER CASEMENT
Este testigo dijo que presumía que el Foreign Office,
basándase en el informe que él le había presentado,
opinaría que la Casa Arana era culpable del sistema
cauchero establecido en el Putumayo. Según él, ese
sistema no era simple efecto de la casualidad o del
descuido y obedecía a planes deliberadamente con-
cebidos. Después de formada la Compañía los agen-
tes de ella efectuaron invasiones contra las propie-
dades de ciudadanos colombianos, asesinándolos, in-
132 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
cendiando sus casas y confiscando sus propiedades.
Veintitrés toneladas de caucho encontradas en una de
esas empresas colombianas fueron llevadas a Londres
como propiedad de la Compañía. Sir Roger Casement
no pudo encontrar la prueba de que los colombianos
despojaran las propiedades de la Compañía o pre-
tendieran atacarlas. Por el contrario, tuvo pleno co-
nocimiento de que las invasiones eran organizadas
por Arana Hermanos con el fin de despojar a los
colombianos, quienes no solamente eran competido-
res sino que también ofrecían refugio a los indios
que huían de las persecusiones de la Compañía. Mien-
tras existieron empresas colombianas en el Putumayo,
los indios pudieron refugiarse en ellas. El testigo
opinaba que todo lo que se había llevado a cabo en
esa región constituía actos de perfecto vandalismo.
Al preguntársele si tenía razón para suponer que
los Aranas contaran con el apoyo del Gobierno pe-
ruano para el desarrollo de sus empresas en el Pu-
tumayo, Sir Roger Casement contestó afirmativamen-
te, añadiendo que los Aranas iban al Putumayo como
filibusteros despojando a los colombianos por medio
de la estafa y del ataque. Arana gozaba del apoyo
del ejército peruano y de la simpatía de ese Gobierno.
TRATAMIENTO DE LOS INDIOS EN EL PERÚ
En posteriores declaraciones, Sir Roger Casement
llamó la atención de la Comisión acerca de dos pu-
blicaciones religiosas hechas en Lima, que contenían
afirmaciones específicas hechas por los misioneros
APÉNDICE 133
católicos del territorio oriental del Perú sobre tráfi-
co de esclavos y trato bárbaro que se daba a los
indios. Sir Roger Casement decía que aunque tales
aseveraciones eran de carácter general, ellas arroja-
ban mucha luz sobre el sistema adoptado por los
peruanos para la esclavización de los indios y para
su venta. El testigo tenía seguridad de que el Go-
bierno peruano tenía conocimiento pleno de esos es-
cándalos. La Prensa de Lima, en uno de sus núme-
ros de noviembre pasado, daba cuenta de una co-
rrería efectuada con el fin de dar caza a los indios
que se destinaban para la venta. Otro documento
•presentado por el testigo demostraba claramente
que los métodos usados en el tratamiento de los
indios despoblaban la región rápidamente. El testi-
go aseguró que estaba en posesión de muchos otros
documentos que probaban lo mismo. Los indios de
la montaña carecen de derechos humanos y se les
trata simplemente como a bestias feroces. Sir Roger
Casement citó las palabras del doctor Paredes, en
que éste afirmaba que los asesinatos en el Putu-
mayo no constituían un crimen. Es esa la máxima
que rige en toda aquella desgraciada región.
MR. BARNES
Este testigo, que hizo parte de la Comisión de la
Compañía como experto en agricultura tropical, con-
vino con Sir Roger Casement en que Arana era el
organizador del sistema criminal vigente en el Pu-
tumayo.
134 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
MR. MITCHELL
Este testigo declaró que actualmente ocupa el
puesto de Cónsul inglés en Iquitos, y que había he-
cho un viaje al Putumayo por cuenta del Foreign
Office en agosto y setiembre pasados. Opinaba que
se daba pésimo trato a los indios en todo el Perú
oriental. Afirma Mr. Mitchell que si Arana vuelve al
Putumayo, sólo Dios podrá salvar a los indios. A
Arana se le considera en Iquitos como un buen pa-
triota, que no había economizado salud, fuerzas ni
dinero con el fin de adquirir para su patria un va-
lioso territorio. Una vez que se distrajera la opinión
pública, era evidente que se apelaría a la fuerza en
el caso de que se llevara adelante la explotación
cauchera.
MR. GUBBINS
La Comisión llamó e interrogó a Mr. Jonhn Russell
Gubbins, Presidente de la Peruvian Amazon Co., quien
convino en que su Compañía no tenía título sobre
la propiedad del Putumayo, aunque esto no consti-
tuía ausencia de derechos. Arana le había informado
que el Gobierno del Perú le había prometido la con-
cesión de esas tierras siempre que pagara un impuesto
de 5,000 libras esterlinas. Considerábase a Arana como
una especie de símbolo de la soberanía del Perú en
la región del Putumayo que está en litigio con Co-
lombia. Era cosa segura que no se daría posesión
de la zona cauchera a un liquidador inglés. Si las
APÉNDICE 135
propiedades del Puíumayo no eran entregadas a la
Compañía o a Arana, podrían caer en otras manos
sobre las cuales la Compañía no ejercería dominio
La prensa local del Perú decía que el territorio no
debía entregarse a los ingleses porque éstos podían
entrar en comunicación con el Gobierno de Colombia
evadiendo tal vez la soberanía peruana. Afirmaba e
testigo que Sir Roger Casement le había dicho que
algunos amigos ricos estaban listos a adelantar 100,000
libras esterlinas siem.pre que se les garantizara que
las cosas se arreglarían. No creía el testigo que hu-
biera continuado en el Putumayo ningún tráfico de
escfavos puesto que en el interés de Arana estaba
mantener allí el mayor número posible de indios.
Añadía el testigo que en el informe presentado por
él a la Compañía en 1910 decía que el Putumayo
estaba sujeto al arbitraje, con el fin de determinar
allí los respectivos territorios colombianos y perua-
nos, pero que el territorio en cuestión estaba efec-
tivamente bajo la ocupación del Perú. Mr. Malcolm
insinuó que el territorio no pertenecerá al Perú hasta
tanto que no se llegue a un arreglo por arbitraje en-
tre Colombia y el Perú. El testigo contestó que no
sabía si el Perú se sometería al arbitraje, y dio, como
prueba de que el territorio era peruano, la declara-
ción hecha al efecto por el Encargado de Negocios
del Perú en Londres.
Mr. Malcolm dijo que durante siete años termina-
dos en 1908, las empresas de La Unión y La Re-
serva habían estado en posesión indiscutible de los
136 EL LIBRO ROJO DEL PUTUMAYO
colombianos. El testigo contestó que no creía que
hubiera prueba ninguna que demostrara que el Pu-
tumayo pertenecía a Colombia: el hecho de que los
colombianos vivieran en esa región no probaba que
ella fuera colombiana.
En posteriores declaraciones el testigo reveló el
hecho de que el 22 de setiembre de 1910 Pablo Zu-
maeta había presentado una reclamación contra los
colombianos por 898,934.5.7 libras esterlinas por per-
juicios. De esta suma, 160,000 libras correspondían
al daiio causado por la fuga de los indios a quie-
nes favorecían las autoridades colombianas y en gas-
tos de las comisiones empleadas en perseguir á los
indios que se fugaban, etc.
El testigo aiíadió que el Perú no confiaba en que
Colombia se sometiera a la decisión de los arbitros.
Era preciso arreglar cuanto antes las cuestiones de
límites. Refiriéndose al nombramiento de Arana como
liquidador, dijo que era difícil saber a quién había
de corresponder la posesión efectiva del Putumayo.
SIR J. LISTER-KAYE
Al ser interrogado por la Comisión Sir J. Lister-
Kaye, quien formaba parte de la Dirección inglesa
de la Compaíiía, dijo que era para él motivo de pe-
sar el haber confiado en que el Gobierno del Perú
obraría rápidamente. Había tenido plena seguridad
de que el Gobierno del Perú habría acabado con
los horrores del Putumayo hace tres años.
APÉNDICE 137
Al rendir declaración el autor del presente volu-
men, declaró que consideraba el asunto en un pun-
to de vista internacional, pero que deseaba presen-
tar algunos documentos referentes a la investiga-
ción de la Comisión. La Comisión recibió de manos
de él copia de los convenios entre Colombia y el
Perú y otros documentos. En contestación a una
pregunta de Lord Alexander Thynne, el autor dijo
que si se declaraba como colombiano el territorio
del Putumayo, el Gobierno de Colombia acabaría con
la explotación cauchera, gravándola con derechos
de exportación prohibitiva.
El Pütuiíío y la [mím le límites
eolfe el Peii y [oloiia
Por Sir Clemens Markham, K. C. B. F. R. S.
En todos los documentos oficiales sobre los asun-
tos del Putumayo, se ha dado por sentado que la
región del Putumayo es territorio peruano, cargán-
dose al Gobierno peruano la responsabilidad de todo
lo ocurrido. Sin embargo, el territorio en cuestión
es motivo de reclamación entre la República de Co-
lombia y el Perú. Colombia, es cierto, ha protestado
únicamente contra lo que consideraba como inva-
sión de sus derechos.
La cuestión de los límites entre las naciones co-
rresponde al dominio de la geografía política. En
el caso presente, tenemos que apelar a las divisio-
nes hechas desde el siglo xvi con fines adminis-
trativos. Cuando se organizó el Gobierno de Quito
en 1548, éste incluía a Macas entre los ríos San-
tiago y Morona; a Canelos entre los ríos Morona
y Pastaza; a Quijos entre el Pastaza y el Ñapo; las
140 APÉNDICE
Misiones de Mocena y Sucumbios entre el Ñapo,
el Putumayo y el Caquetá. Esas Misiones dependían
de Pasto, de donde partían ios religiosos jesuítas y
franciscanos. Toda la región fue erigida en Provin-
cia dependiente de Quito en 1616. Llainósele May-
nas.
En 1739 convirtióse la Nueva Granada en Virrei-
nato, que abrazaba la Presidencia de Quito con la
Provincia de Maynas. El Gobierno de Colombia re-
clama todo el territorio incluido en el Virreinato de
Nueva Granada correspondiente a Colombia y al
Ecuador, de acuerdo con el uii possidetis de 1810,
que representa el principio que sirve de base a los
límites actuales de las repúblicas suramericanas.
Los derechos del Perú tienen como base una Real
Cédula cuya validez niega Colombia. Parece que
de 1616 a 1767 los jesuítas fundaron veinte aldeas
en las márgenes de los ríos. Cuando fueron expulsa-
dos de allí, los indios convertidos volvieron ai es-
tado salvaje. Para remediar semejante mal, don Fran-
cisco Requena, uno de los comisionados para arre-
glar las cuestiones de límites entre España y Portugal,
propuso que se fundara una Diócesis en Maynas.
A raíz de ese consejo lanzó una Real Cédula fe-
chada el 15 de julio de 1802, por la cual se forma-
ba una Gobernación que incluía las dos riberas del
Maraiión y las hoyas de los ríos Morona, Pastaza,
Uyacali, Yavarí, Huallaga, Ñapo, Putumayo y Ca-
quetá, hasta donde ellos fueran navegables. La ad-
ministración civil y militar quedaba a cargo del Vi-
APÉNDICE 141
rrey del Perú y el Obispo que era sufragáneo del Ar-
zobispo de Lima.
En esa Real Célula basa el Perú sus derechos so-
bre el Putumayo y los demás ríos que quedan al
Norte del Marañón. Los peruanos no han espera-
do una solución amigable del asunto y han tomado
posesión forzosa con los resultados descritos en el
Libro Azul y en las declaraciones de Mr. Hardenburg.
Colombia niega la validez de la Real Cédula de
1802, so pretexto de que nunca entró en vigencia,
y por consiguiente carece de existencia. Como prue-
ba de ello se hace referencia a la Guía de Foraste-
ros de 1788 del Virreinato de Nueva Granada, en la
cual Quijos y Maynas quedan incluidas en el terri-
torios de ese Virreinato.
Colombia refuerza sus derechos sobre el Putuma-
yo con las Cédulas Reales de 27 de mayo de 1717
y de 20 de agosto de 1739, documentos en los cua-
les se definen los límites del Virreinato de la Nue-
va Granada.
Aparte de la cuestión estrictamente legal, Colom-
bia sostiene que tiene derecho a un libre acceso al
Amazonas por uno de los ríos que nacen en las
montañas. No sirve para ello el Caquetá, debido al
obstáculo que presenta el Salto de Araraucara. El Pu-
tumayo es el único río que da a Colombia acceso
al Amazonas.
Los colombianos se han establecido siempre en
las cabeceras del Putumayo, en la región habitada
por los indios cionis. Allí se encuentran haciendas
142 APÉNDICE
y empresas perfectamente establecidas, como La So-
fia. Mr. Hardenburg asegura que los indios viven
allí felices y contentos, y que no se cometen con
ellos abusos de ningún género. Los peruanos, por
su parte, hacían invasiones contra los colonos, los
despojaban cuando tal cosa era posible y se entre-
gaban al tráfico de indios, en la forma descrita en
el Libro Azul.
Parece que se ha querido ignorar sistemáticamen-
te el punto de vista de Colombia en la cuestión
del Putumayo. El Congreso de Colombia acaba de
presentar una protesta formal contra el mal trato que
gentes extrañas dan a los indios de territorio co-
lombiano.
(Del Geographical Journal correspondiente a febrero de 1913).
ASUNTOS DEL PUTUMAYO
LA SOBERANÍA DE COLOMBIA
En el curso de sus declaraciones ante la Comisión
Selecta de la Cámara de los Comunes, el señor Arana
manifestó el 10 del presente, que en el año de 1907
el Gobierno peruano había requerido su apoyo para
rechazar una invasión efectuada por colombianos en
territorio peruano, que tuvo como resultados com-
bates y asesinatos, después de los cuales fue des-
truida la avanzada colombiana de La Unión, pere-
ciendo diez colombianos. Este desagradable inciden-
te, que es uno entre muchos, arroja abundante luz
sobre un asunto que, en vista del escándalo suscita-
do por las revelaciones del Putumayo, no deja de
tener grande interés. El Gobierno inglés, Sir Roger
Casement, la prensa y el público en general han que-
rido suponer, con referencia a las atrocidades come-
tidas en el Putumayo, que esa región es territorio
peruano y que por consiguiente el Gobierno perua-
no es responsable por la buena marcha de su ad-
ministración. Poco trabajo ha costado a las autori-
dades de Lima repudiar tal responsabilidad. ¿Por
qué no? Nada más enojoso que someterse a recibir
insultos; nada más fastidioso que inquietarse por
144 APÉNDICE
asuntos tan triviales como los supuestos maltratos
de que han sido víctimas caníbales infieles. Los pe-
ruanos son, sin embargo, diplomáticos por tradición,
y considerarían todas esas pequeñas incomodidades
como precio que bien podía pagarse por el recono-
cimiento implícito de derechos que, al fin y al cabo,
son, por lo menos, dudosos, y que han sido materia
de litigios interminables desde mucho antes que se
efectuara la separación de la Gran Colombia.
La suposición, que tan agradable es para el Perú,
es, por esa misma razón, profundamente ofensiva para
Colombia, la cual, con razón o sin ella, reclama so-
beranía sobre todo el territorio del Maynas, inclusi-
ve el Putumayo, el Ñapo con todo su sistema de
afluentes y la ribera septentrional del Amazonas que
forma el límite con el Perú. Esos derechos han sido
proclamados durante las presentes controversias en
comunicaciones oficiales y en publicaciones hechas
por colombianos en la prensa y en folletos diversos.
Se argumentaba, con apariencia perfecta de sinceri-
dad, aunque con fundamentos difíciles de apreciar,
que el pacífico desarrollo de la región del Maynas,
colombiana por derecho de tratados y por coloniza-
ción anterior, se habría efectuado tranquilamente, si
no hubiera sido por el espíritu agresivo de los pe-
ruanos que obligó al gobierno peruano a ponerse a
órdenes de la Casa Arana, cuyos fines y propósitos
eran bien conocidos. Con el fin de dar al mundo
idea clara y bien documentada sobre la actitud de
Colombia, el Boletín del Ministerio de Relaciones Ex-
APÉNDICE 145
tenores de Colombia publica en sus números 8 y 9,
correspondientes al último trimestre del año pasado,
un artículo titulado Soberanía d3 Colombia en el Pu-
tumayo. Los documentos alli publicados son de tal
importancia, en lo que se refiere a la cuestión toda
del Putumayo, y de interés tan grande, que bien me-
recen amplia publicidad. Allí se encuentran, además
de los decretos que crean las Comisarías colombia-
nas del Caquetá y del Putumayo, a los cuales ha-
remos referencia más adelante, el discurso del Se-
nador Uribe Uribe en el Senado de Colombia, el 26
de septiembre pasado; la circular del Ministro, señor
Urrutia, sobre Crímenes del Putumayo; los informes
del General Valencia, Comisario Judicial del Caque-
tá, y los informes de la Comisión de Longitudes en-
viada a levantar los mapas del Huila, Tolima, Cal-
das y Antioquia. En esos datos se basa el examen
que en seguida hacemos.
DERECHOS TERRITORIALES
Para comprender los derechos de soberanía que
el Perú o Colombia puedan tener sobre el Maynas
debe recordarse que las repúblicas latinoamericanas
son sucesoras de las provincias americanas de la
Monarquía española, cuyas cédulas, anteriores a la
declaración de independencia, son aún válidas en ma-
teria de límites. Ese principio quedó establecido en'
1810, en que las nuevas repúblicas reunidas en Con
146 APÉNDICE
greso convinieron mutuamente en reconocer el uti
possidetis. Colombia basa, pues, sus derechos en
las Reales Cédulas de 1717 y 1739, que crean el Vi-
rreinato de la Nueva Granada y que constituyeron
a Maynas como cantón de Pasto, en la Gobernación
de Popayán, que hoy pertenece a la República de
Colombia. En contra de esa pretensión el Perú aduce
la Cédula de 1802, cuya historia, como vamos a verlo,
tiene interés especial. De 1616 a 1760 se ejerció en
el Maynas, con grande influencia, la actividad de las
misiones de los padres jesuítas en la región del May-
nas, pero con la expulsión de esos religiosos en 1767,
la comarca volvió a su primitivo estado de barbarie.
A instancias de don Francisco Requena, Comisario
nombrado para la delimitación de los linderos entre
las posesiones de España y del Portugal, el Rey de
España, con el fin de reparar el mal causado, lanzó
una Cédula en 1802, que constituía el Gobierno y la
Capitanía del Maynas, la cual abrazaba el Marañón o
Amazonas y sus afluentes hasta el punto en que los
saltos y cataratas de los ríos no permitieran su nave-
gación.
La administración civil y militar en cuestión
quedó bajo la dependencia del Perú. El Obispo a
cuyo cargo quedaban las misiones, era sufragáneo
de la Diócesis de Lima. Colombia pretende que la
Cédula es de dudosa autenticidad, puesto que sus ori-
ginales no se encuentran en los archivos de España;
que nunca fue confirmada; que los Virreyes de Quito
ignoraron su existencia; que no hace mención de
APÉNDICE 147
ella la Real Ordenanza sobre Intendencias y Dele-
gaciones de Indias, lanzada en 1803; y finalmente,
que los peruanos renunciaron formalmente a sus de-
rechos después de la derrota que sufrieron en Jar-
qui, como de ello quedó constancia en el tratado de
Guayaquil. A todos esos arj^umentos replica el Perú
diciendo que la Cédula es válida, y que Colombia
no puede, en ningún caso, pretender que representa
los derechos de la Gran Colombia, dividida hoy en
tres repúblicas, argumento éste absolutamente sin
valor ante el Derecho Internacional. A grandes lí-
neas, tales son los argumentos presentados por el
spñor Ilrihi' llriht' t-n un (iiscurso lie grande interés.
ARGUMENTOS GEOGRÁFICOS V ECONÓMICOS
Si examinamos el gran mapa del Ecuador, publi-
cado en 1906 por Fray Ezequiel Vacas Galindo, de
la Orden de Predicadores, veremos que de los gran-
des afluentes del Amazonas, dos tienen nacimiento
en las cordilleras colombianas, que son el Yapurá o
el Caquetá y el Putumayo o Iza. El Caquetá en sus
aguas superiores recibe al Orteguazaque, que corre
hacia el Norte hasta cerca a Florencia, en donde se
encuentra con el antiguo camino indio que atraviesa
la cordillera colombiana, y que sigue hacia el Norle
hasta el paso de las Papas, en dirección a Popa-
yán. Sobre el rio tributario de Mocoa, queda la ciu-
dad del mismo nombre; de allí parte un camino que
148 APÉNDICE
atraviesa la cordillera y que se dirige a Pasto y a
las demás ciudades del interior. El Putumayo tiene
origen en las montañas que dominan a Pasto; su
afluente, el Guames, nace en el lago de San Pablo, que
está situado un poco más abajo. En sus aguas in-
feriores el Caquetá recibe las grandes ríos del Yari
con su tributario el Caguán, y en la frontera del
Brasil, el Apoporis. Uno y otro río, así como sus
afluentes numerosos, tienen origen en la cordillera de
Colombia.
Desde el punto de vista colombiano, lo esencial
es que en tanto que el Caquetá y sus afluentes for-
man importantes vías fluviales para la comunicación
interna, el acceso al Amazonas es imposible debi-
do a las grandes cataratas del Araraucara en sus
aguas inferiores. El acceso al Amazonas, por medio de
un río colombiano es, según el señor Uribe Uribe,
el ideal que nunca debieran abandonar los estadis-
tas colombianos. Como el Caquetá no es navegable
por buques de vapor, y como entre éste y el Ñapo
el Putumayo es el único río verdaderamente nave-
gable, es deber imprescindible de Colombia procla-
mar sus derechos sobre ese río. Creemos que esas
son las razones indudables que determinan la acti-
tud del Gobierno de Colombia. Una leyenda nacida
en fuentes alemanas y acogida por los diarios pe-
ruanos El Comercio y Perú To-clay, pretende que Sir
Roger Casement fue un simple instrumento de un
poderoso sindicato que quería arrojar a los perua-
nos del Putumayo apoderándose así de la floreciente
APBNDICR 149
mLÍiisiii;i L.uKiRTa ül* L'^ci rc¿;i.)ii. i:s liiiiíii ucv."ir que
no existe prueba ninguna sobre cosa semejante. En
cuanto al caucho, los documentos publicados en el
Bolelin no le dan mayor importancia. Hablando de
ciertos distritos dice el General Valencia que la exis-
tencia de caucho está en vía de desaparecer rápi-
damente gracias a los métodos empleados en la re-
colección y al interés natural que tienen los indios
í'ti íli'sfriiír la imu^.t de ^ii-^ tnrtitras
LA MISIÓN DEL GKNERAL VALENCIA
Como resultado de la convenció;i firmada el 13
de abril de 1910 entre Colombia y el Perú, se nom-
bra una comisión internacional para que investigara
la verdad sobre los crímenes atroces cometidos en
el Putumayo. KI Gobierno de Colombia nombró como
Comisionado especial judicial al General Gabriel Va-
lencia, quien llevó consigo como guardia a un peque-
ño cuerpo de la Gendarmería Nacional. Posterior-
mente lo acompañó una pequeña fuerza destinada a
manejar las aduanas nacionales de Colombia en La
Pedrera en el bajo Caquetá. El relato que hace el
General Valencia de su expedición de la capital de
la República a sus fronteras meridionales ilustra ad-
mirablemente los obstáculos que para la comunica-
ción se encuentran en esa región. Sería imposible
hacer aquí una relación detallada de tan penoso viaje.
Baste decir que la única vía práctica es la de Bar-
150 APÉNDICE
bados, en donde tocan los buques que hacen el viaje
entre el Amazonas y Nueva York. La expedición
salió de Bogotá el 10 de diciembre de 1910; fue
diezmada por la fiebre amarilla en Manaos y llegó
a su destino el 10 de marzo de 1911.
En los informes del General Valencia publicados
en el número del Boletín arriba mencionado, figura
una lista de las declaraciones juradas referentes a
los ultrajes de que fueron víctimas los ciudadanos
colombianos por parte de los peruanos. Citaremos
la primera de la segunda serie:
«la. La del señor Félix Mejía Peláez, sobre el asesinato del colom-
biano Emilio Gutiérrez, su esposa y todos los habitantes de su em-
presa, compuesta de más de cuarenta personas (blancos), crimen que se
asegura fue cometido a insinuaciún de los peruanos.»
De interés más permanente son las recomendacio-
nes hechas por el General Valencia sobre coloniza-
ción de la comarca. La colonización del Caquetá es
cuestión que se divide en dos secciones: organiza-
ción de la región superior a las cataratas del Ararau-
cara y organización de las regiones correspondien-
tes al bajo Caquetá y sus afluentes. Dice el General
Valencia que la región abunda en caucho y presen-
taría campo de acción suficiente para los caucheros
colombianos que hoy emigran al Brasil. Los colo-
nos que se establezcan en el Orteguaza y en la re-
gión situada entre su confluencia con el Caquetá y
las cataratas del Araraucara, tendrían forzosamente que
cultivar relaciones de comercio con las Provincias
cisandinas del Huila y Nariño. La comunicación con
APÉNDICE 151
el interior tendría que hacerse por medio de los ca-
minos que pasando por Florencia y Mocoa se diri-
gen al centro de la República. El General Valencia
menciona la construcción y conservación de esos
caminos como asunto de necesidad primordial. Ase-
gura que Florencia y Tresesquinas deben ser asien-
to principal de la administración, y prefiere al últi-
mo por encontrarse en la confluencia de las tres
principales arterias de tráfico: el Orteguaza, que es-
tablece la comunicación con la provincia del Huila;
el Caquetá con Nariño y el Caguán, con el Amazo-
nas. En cuanto a la parte del bajo Caquetá separa-
da por las cataratas de comunicación con el Norte.
opina el General Valencia que ella debe pertenecer
comercialmente a Manaos y debe tener organización
especial. Sugiere también la fundación de una ciu-
dad en el punto comparativamente sano de Puerto
Córdoba, construyendo habitaciones a prueba de mos-
quitos, como en Panamá, en donde puedan vivir los
caucheros dedicándose a la agricultura durante la
gran porción del año en la cual las inundaciones
causadas por el invierno hacen imposible la reco-
lección del caucho. Con ello la población dispersa
actualmente encontraría asilo seguro y permanente.
Los indios numerosos del Caguán, del Apoporis, etc.,
suministrarían brazos suficientes para los trab.ajos,
bajo la dirección de los blancos. Su civilización que-
daría a cargo del Gobierno, que no podía encontrar
colaboración mejor que la de las misiones evangéli-
cas. Refiriéndose a las atrocidades cometidas por los
152 APÉNDICE
peruanos, afirma el General Valencia que no hay
peores conquistadores de esas tribus de salvajes que
tales negociantes. Es preciso convenir en eso.
ACTITUD DEL GOBIERNO DE COLOMBIA
Como resultado de los informes del General Va-
lencia, el Gobierno resolvió emprender la organización
de esas inmensas regiones. El 7 de marzo del año
pasado se dictó un decreto por el cual se establecía
una Comisaría permanente del Putumayo con resi-
dencia en Mocoa. El 17 de junio dictóse otro decreto
(modificado el 10 de agosto) por el cual se estable-
cía la Comisaría del Caquetá con residencia en Flo-
rencia, que era elevada a la categoría de municipio.
Se resolvió, además, activar la construcción del cami-
no de Florencia con el fin de hacer más rápidas, en
lo posible, las comunicaciones con el Gobierno central.
Las descripciones que de ese camino hace en el Bo-
letín citado la Comisión de Longitudes, son particular-
mente interesantes. En ese informe, que está absoluta-
mente desprovisto de las exageraciones líricas de que
tanto gustan los latinoamericanos, hay datos de gran-
dísimo valor. Encontramos allí cuadros que represen-
tan el país en toda su realidad: campos inmensos
llenos de ganado que no tiene quien lo cuide; plan-
taciones de cacao abandonadas y perdidas. Allí ve-
mos la descripción de Altamira, en donde las mujeres
se dedican a tejer sombreros, en tanto que sus ma-
APÉNDICE 153
ridos pasan el día tendidos y fumando tabaco porque
"tienen poca afición al trabajo"; de Medellín, la ca-
pital de Antioquia, con sus grandes factorías y fá-
bricas de tejidos; de Neiva, antigua ciudad floreciente,
destruida hoy por las guerras civiles y por las epi-
demias; de las riberas del Magdalena, cuya miseria
no se atreve a describir el autor.
El Gobierno de Colombia merece felicitaciones muy
grandes por esa publicación. En cuanto a los deta-
lles de la cuestión principal no se atreve el autor del
presente escrito a emitir opinión. De una cosa sí está
seguro, y es de que será una gran cosa, no solamente
para los indígenas del Amazonas sino para la civi-
lización latinoamericana, el que los gobiernos del Perú
y de Colombia dejen la política de amenazas guerre-
ras y emprendan una rivalidad de buenas obras en
esas regiones lejanas en los términos arriba indicados.
(Turnado de The Times South American Supplement, del 29 de Abril
de 1913).
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IV^v C3 1914